El periodo Posclásico se caracterizó por la invasión de pueblos seminómadas provenientes de Aridoamérica a Mesoamérica, que al llegar a esta área se fusionaron con la población existente y asimilaron sus elementos culturales. Fue en esta época cuando se desarrollaron las técnicas para fundir y trabajar metales preciosos como el oro y la plata.
Los toltecas alcanzaron su apogeo durante el Posclásico, entre los años 900 d. C. y 1200 d. C. Se establecieron en Tula, en el actual estado de Hidalgo. Dominaron gran parte del centro de México, las costas del Golfo de México, parte del Bajío (Querétaro, Guanajuato, Aguascalientes y Jalisco) y el área del Soconusco, entre lo que hoy es Chiapas y Guatemala.
Los toltecas se dedicaban a la agricultura; cultivaban el maguey para producir pulque y elaborar diversos objetos con la fibra de esta planta. Crearon distintas piezas de barro: desde ollas y platos para preparar y servir la comida, hasta tubos de drenaje o cañerías que se utilizaban para hacer correr el agua hacia los terrenos de cultivo.
La cultura tolteca tuvo gran influencia en Mesoamérica. Además mantuvo intercambios comerciales con otras culturas que vivían en tierras lejanas, como la maya; para ello, empleaban la semilla del cacao como moneda. Esta costumbre se extendió entre casi todas las culturas mesoamericanas que anteriormente sólo usaban el cacao como bebida sagrada.
A la caída de Tula, un grupo de pobladores de esta ciudad se dirigió a la Región Maya. Esto puede verificarse en Chichen Itzá, sitio ubicado en el actual estado de Yucatán, en donde se observa la similitud de las construcciones, algunas esculturas como el Chac Mool, los atlantes, las serpientes emplumadas y el altar de cráneos o tzompantli.