En el uso vulgar, la palabra “cultura” se emplea frecuentemente en un sentido mejorativo, como si la cultura solo abarcase cosas buenas, deseables o admirables. Nada más lejos de la realidad.
Cultura es toda información transmitida por aprendizaje social, y eso incluye ideas y costumbres de todo tipo. Tan cultural es la música más sublime de Mozart como las tracas y petardos más ensordecedores.
Grupos de personas sensibles protestan a veces frente a las plazas de toros por la celebración de las corridas con pancartas en las que se lee: “La tortura no es arte ni cultura”. Pero aunque las corridas de toros son, efectivamente, un caso típico de tortura como espectáculo y no tienen nada de arte, no por eso dejan de constituir una tradición cultural.
De hecho, hay toda una teratología cultural, todo un catálogo de monstruosidades de la cultura: deformaciones craneales, mutilaciones corporales, escarificaciones de la piel y tatuajes, anillos incrustados, pies estrujados, zapatos estrechos, cilicios, clitoritomía, adicción al opio o al tabaco, borracheras, prejuicios y supersticiones de todo tipo, espectáculos crueles, guerras, guerrillas y terrorismos varios.
Embellecer el cuerpo con el arte del tatuaje
La palabra ‘agresividad’, en su sentido más general e inofensivo, se asocia a la energía, el dinamismo, la iniciativa y la ambición, oponiéndose así a la actitud pasiva, inerte, indiferente, estática y conformista.
Esta agresividad competitiva no implica ejercicio alguno de la violencia, aunque tampoco lo excluye.
La palabra ‘agresión’ viene del latín aggresum, participio del verbo aggredï, procedente de ad+gradï, que significa “marchar contra”, atacar, acometer, emprender.
Como acabamos de ver, ‘agresividad’ tiene muchas veces una connotación positiva, de todo vital, vigor, iniciativa, ambición, ganas de participar activamente y de ganar en cualquier tarea o competición; pero otras veces tiene una connotación negativa, de hostilidad, pendencia, provocación, agresión y violencia.
Podríamos hablar, para distinguir ambos sentidos, de agresividad competitiva en el primer caso y de agresión violenta en el otro.
Los deportistas de élite, los empresarios exitosos y los políticos que ganan las elecciones suelen ser individuos especialmente agresivos, al menos, en su campo de actividad. De hecho, entre los humanes, la agresividad competitiva es necesaria para triunfar en los negocios, en la política, en la ciencia, en el periodismo y en muchos otros campos: por eso está bien valorada.
La agresividad competitiva es una fuerza autocontrolada y sometida a mecanismos de inhibición, que evitan que se salga de quicio y degenere en violencia. En individuos equilibrados, es perfectamente compatible con el respeto a los demás.
La agresividad violenta es una agresividad incontrolada y destructiva, en la que los mecanismos de inhibición y regulación han dejado de funcionar. Solo conduce a la amenaza, la pelea, la destrucción, el dolor y la muerte: por eso está mal valorada. En definitiva, acaba confundiéndose con la violencia misma.
Fuente: La cultura de la libertad (Jesús Mosterín)