“Soy un hombre,
nací hace 50.000 años
y tengo derecho a la palabra.”
Miguel Oscar Menassa
Cumplir 50 años tampoco es mucho
si uno pretende vivir más de una vida.
Los inmortales que sufren la labor del tiempo
en los desconocidos aledaños de su cuerpo,
ven a cada paso caer los esqueletos blanqueados
de sus sueños,
sin poder reconocer que algo de su letra,
algo de su mano impone su rúbrica
a sus propios huesos.
50 es una bonita cifra para comenzar de cero,
como si una juventud inesperada te permitiera
gozar de aquello que tu antigua adolescencia te negaba.
De repente, sin saber muy bien cómo,
te ves dueño de una renovada fuerza,
no tanto para subir a un árbol,
como para hundirte en sus raíces y saborear
la sabia fresca que trepa por sus brazos.
Cantar en sus ramas cómo la lluvia
lava su robusto cuerpo,
cómo remueve a sus pies la tierra,
cómo se alza desafiante y ciego
sin saber que en él habita un hombre postrero.
Porque ¿qué sabe uno de sí mismo
si aún no ha dicho la próxima palabra?
Cumplir 50 años será entonces
como escribir en un cuaderno nuevo:
“Yo soy el que vendrá,
el que se está escribiendo entre temblores,
el que hará del horizonte su pasado.
Rasgadura final, haré de tu herida una boca,
unos labios atrapados en un verso.”
Ruy Henríquez
Advertisement