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Cupido va a terapia.(I)

Publicado el 05 febrero 2025 por Bypils @bypils
Cupido va a terapia.(I)

Primero, pensé que estaba trabajando demasiado. El estrés puede provocar alucinaciones. También consideré la posibilidad de una relación de transferencia con ese paciente al que persiguen unos extraterrestres vaya donde vaya…  

Examiné mi café por si olía raro. ¿Alguna droga? Me froté varias veces los ojos hasta que la pintura me dejó manchas negras, dándome un aspecto aún más desquiciado.  

Es eso. La psiquiatra está loca.  

Estoy loca. Como una cabra.  

No estoy viendo a un niño gordito y sonrosado. No.  

No tiene alas ni lleva arco y flechas. Tampoco es posible que tenga los ojos vendados o que vuele. Me lo estoy imaginando. No es real. No es real.  

Cierro la puerta con una fuerza inusual. Oigo un golpe y un exclamación:  

—¡Joder!  

¿Quién dice «Joder»? ¿También tengo alucinaciones auditivas?  

Suena el timbre de la puerta. Decido no abrir. Ya es tarde, no espero visitas y… veo niños alados volando. Mejor dejarlo por hoy.  

El timbre resuena en la consulta. Ahora, insistentemente.  

Oigo la voz del «¡Joder!» y un extraño *flop-flop* que me desconcierta aún más.  

—Por favor, doctora, ábrame. Sé que está ahí. Me acaba de cerrar la puerta en las narices.  

Me acerco a la mirilla. ¡Dios! ¡Qué susto! Un ojo azul me mira fijamente. *Flop-flop*.  

—Por favor, por favor, por fáááá…  

La voz suena infantil. Me enternece. Lo noto. Me dejo llevar por el impulso y abro la puerta.  

El niño que creí ver antes entra volando a mi consulta. A pesar de la venda en los ojos, esquiva con destreza la columna de la sala de espera. Se posa en el respaldo del diván donde atiendo a mis pacientes. Cuélgase el arco y las flechas en la espalda y me mira con dulzura.  

—No me puedo estirar. Es por las alas, ¿sabe? Me quedaré aquí, en el respaldo. ¿No le importa, verdad? Necesito su ayuda con urgencia. Se acerca el 14 de febrero y estoy incapacitado para afrontar la jornada. Estoy traumatizado. Muy traumatizado, doctora.  

El niño-que-vuela habla y yo no soy capaz de responderle. No me sale ni una palabra. ¿Vuela? ¿De verdad vuela? ¿Tiene alas? ¿Es… Cupido?  

Me acerco despacio y con un dedo toco una de esas piernas rechonchas. Da un respingo y sonríe.  

—¿Aún no se lo cree, verdad? Toque, toque. Toque las plumas de mis alas, doctora.  

Y lo hago. Son increíblemente suaves.  

Las mueve con gracia. *Flop-flop*.  

—No tenemos demasiado tiempo. El viernes 14, es el límite. Ayúdeme, por favor.  

No sé por qué, pero me siento en la butaca junto al diván. Alzo la vista y miro al niño-que-vuela-que-parece-ser-Cupido.  

—Dime, ¿cómo te llamas?  

—Cupido. Pero eso ya lo sabía.  

Me temía esa respuesta. Ahora sí que tengo un poco de miedo, pero… mueve sus alas —*flop-flop*— y se acomoda en el diván. Ese *flop-flop* ejerce un efecto calmante en mí.  

—Pues dime, Cupido, ¿por qué has venido a consulta?  

(Continuará…)


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