Revista Cine
La naranja cibernética.
Con los elementos propios de un ciberthriller corporativo, Cypher da vueltas alrededor de las tribulaciones de un hombre corriente sumido en un universo alucinatorio. El protagonista de la historia es Morgan Sullivan (Jeremy Northam), un contable en paro que quiere dejar atrás su anodina existencia para ejercer de espía industrial en Digicorp, una desalmada multinacional. Bajo una nueva identidad es enviado a distintas convenciones alrededor de Norteamérica, con la misión de grabar en secreto las conferencias. Morgan en un principio queda algo decepcionado por la banalidad de su cometido y por lo insustancial de las reuniones a las que acude, pero enseguida empieza a sentirse cómodo con su falsa identidad, a pesar de los constantes dolores de cabeza y de las extrañas pesadillas que cada vez son más recurrentes. Esta situación cambia drásticamente cuando conoce a Rita Foster (Lucy Liu), una bella y enigmática mujer que le pondrá al día del sórdido mundo en el que se ha metido.
El héroe de Cypher está atrapado en las intrigas corporativas de dos empresas rivales, ambas igualmente amorales y despiadadas, ambas con la intención de utilizarle y luego matarle. Cuando él pasa por un desquiciado lavado de cerebro y es bombardeado por un torbellino de imágenes que intentan quebrantar su voluntad, compartimos sus esfuerzos por mantenerse cuerdo. Esta es la escena más lograda del filme y la que cala más hondo en el espectador, además de ser el instante que marca un punto de inflexión en la historia, ya que señala cuando la película se desprende de su realidad y se convierte en toda una pesadilla kafkiana. A partir de aquí el protagonista deberá probar su entereza, tanto física como mental, en diversas situaciones extrañas, pero este aterrador método de condicionamiento, que guarda cierto parecido con la mítica técnica Ludovico de La naranja mecánica (1972), es el más fascinante.
El buen hacer de Vincenzo Natali en la ciencia ficción ya había quedado patente en Cube (1997), su clásico sobre el terror de los espacios reducidos, y en su segundo largometraje el director canadiense se sirvió de la ficción científica para retratar la crisis de identidad del hombre moderno. En Morgan Sullivan podemos encontrar la esencia de otros héroes alienados de la literatura y el cine, como por ejemplo el Joseph K de El proceso (1925) o el Winston Smith de 1984 (1949). La esquizofrénica puesta en escena y la estética fría y distante, casi minimalista, nos transmiten la desesperación y la paranoia que requiere el relato. La acción se enmarca en una desdibujada urbe futurista que solo se intuye vagamente y el clima de misterio se mantiene a lo largo de todo el metraje, amparado por los constantes giros argumentales de una trama que juega intencionadamente a las cajas chinas.
Cypher es un thriller abstracto que, sin grandes alardes, combina un ambiente enfermizo e intenso con elementos directamente vinculados al género de espías, una suerte de miscelánea ciberpunk donde se integra a la perfección el lenguaje de la ciencia. Vincenzo Natali se muestra más interesado en contar historias estimulantes que en la elaboración de personajes y su cine pone en relieve la fragilidad de las fronteras entre realidad y fantasía, lo que le da cierta libertad narrativa. La película tiene una primera parte fascinante y claramente kafkiana, pero en su último tercio se mantiene fiel a los códigos del cine de evasión, en un cambio de registro que resulta difícilmente comprensible. Tras más de una hora de pura pesadilla cibernética, el filme de Natali deriva hacia una típica fantasía bondiana, recreada con derroche de adrenalina y pirotecnia, en lo que viene a ser un complaciente final que no casa con el resto del metraje, pero que refuerza el sentido onírico del relato.
La frase: «Escúcheme con atención; pase lo que pase en esa sala, no demuestre extrañeza ni emoción ni sorpresa. Vea lo que vea, usted no se mueva.»
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