En cualquier caso, de Jonathan Caouette a Bruno Dumont, pasando por Bertrand Bonello –cuyo L’Apollonide (Souvenirs de la maison close), retrato de un burdel francés de finales del siglo XIX, fue uno de los grandes éxitos del festival– y llegando a Christophe Honoré, en esta mezcolanza de estilos e intencionalidades que es el buque insignia del D’A, “Direcciones”, brillan con luz propia, por su calidad, originalidad y fuerza, tres filmes, dos de ellos realizados por autores de cimentado y merecido prestigio y otro a cargo de un director joven y pujante: me refiero a Once Upon a Time in Anatolia, Into the Abyss y Bestiaire.
ONCE UPON A TIME IN ANATOLIA, DE NURI BILGE CEYLAN
En relación a la primera cinta, para quien esto escribe se cuenta entre las mejores proyectadas en la presente edición del D’A; avalada con el Gran Premio del Jurado del Festival de Cannes de 2011, Once Upon a Time in Anatolia es un melancólico y bellísimo cuento moral del director turco Nuri Bilge Ceylan. De hecho, desde su mismo título, la película ya incide en el carácter simbólico y apológico de lo narrado, ese “Érase una vez” referido, además, al nombre histórico y tradicional de su país. Con un estilo que aglutina la sencillez y la fisicidad de la existencia diaria con la espiritualidad poética que habita en el interior de la naturaleza y de nosotros mismos, Ceylan construye un sutil drama coral de visos existencialistas en el que se contraponen la vacuidad de las apariencias convencionales con la esencia remanente bajo ellas; una verdad difícil de aprehender, y por eso mismo misteriosa, potente y a menudo inquietante, dolorosa pero también liberadora. De ahí que la trama de thriller policíaco sobre la que se articula la narración no sea sino la excusa que permite reunir en torno a dicha investigación criminal a una disparidad de almas durante una larga noche de insomnio y su no menos dilatado amanecer. Resonancias de Tarkovski, Kiorastami, Malick e incluso Lynch conviven de forma natural con un humor cotidiano y una plasmación visual realista y antiretórica en esta absoluta maravilla capaz de entretener y mover a la reflexión y a la emoción y que, inexplicablemente, no ha sido estrenada en España a pesar de que otras piezas anteriores de Ceylan sí hayan gozado de distribución comercial en nuestros lares.
INTO THE ABYSS, DE WERNER HERZOG
En cuanto a Into the Abyss, asistimos de nuevo a otro de los deslumbrantes documentales de Werner Herzog, un claro alegato en contra de la pena de muerte –nadie puede dudar de la postura del director alemán al respecto, pues él mismo la expresa verbalmente a los pocos minutos de la cinta– que, como es habitual en la obra de este realizador, escapa del panfleto y se eleva a la categoría de indagación de las complejidades del ser humano, tocado por la violencia y el odio, pero también por la compasión y el amor, lo que ya ilustra su revelador subtítulo: “Un cuento de muerte, un cuento de vida.” Intensamente emocionante y desgarrador, y con los característicos toques de amargo humorismo marca de la casa, traza asimismo una despiadada visión de la América profunda, donde el afán materialista por el lujo y las posesiones se combina con la inmadurez, la incultura y la pobreza, el fácil acceso a las armas y una soterrada paranoia colectiva que se refleja en la cantidad de muertes violentas, por accidente de tráfico, drogas o suicidio, vinculadas a la tragedia central, el caso de un triple homicidio cometido en Conroe, un depauperado pueblecito de Texas. En definitiva, una pieza de obligada visión para quien quiera comprender los abismos del alma humana y el modelo social imperante sobre el que estos se dibujan.
BESTIARIE, DE DENIS CÔTÉ
La tercera joya es Bestiaire, del canadiense Denis Côté, una reflexión sobre el concepto de humanidad y su relación con el mundo que habita y domina, pero también un brillante ejercicio visual que indaga sobre la propia naturaleza del lenguaje fílmico. Con un dominio de los resortes cinematográficos sorprendente, Côté articula tan compleja temática mediante un atípico documental sobre el Parque Safari de Quebec, donde a la ausencia de diálogos se le suma una preeminencia semántica y simbólica del encuadre, dado que el filme está construido a través de un conjunto de sucesivos planos fijos que parecen encerrar a los diferentes animales del zoológico, a sus cuidadores y a los otros empleados del mismo (taxidermistas, animadores, recepcionistas…), así como a los visitantes que acuden a él. Y es que ya la espléndida secuencia de abertura de la cinta nos informa de que es la mirada individual la que opera una selección sobre la realidad, lo que en el medio en el que se expresa Côté equivale a decir la posición de la cámara y el montaje, y es precisamente la forma en como nos son presentadas las distintas imágenes lo que hace que la simple filmación de un conjunto de animales en un safaripark nos transmita angustia (los planos detalles de las inquietas patas de las cebras), comicidad (la aparición en los márgenes del encuadre del perfil de un avestruz), tristeza (el primer plano de la cara hierática de diversos búfalos africanos), etc. Por todo ello, esta obra minimalista y concisa deviene una muestra de la potencialidad que tiene el séptimo arte para la sugestión: cine en estado puro.
Por otro lado, sobre la sección “Talentos” se diría que el criterio de selección para las cintas que la han conformado –más allá, por supuesto, de la siempre implícita y sobreentendida directriz básica de calidad– ha sido la voluntad de ofrecer una panorámica lo más amplia y ecléctica posible de los nuevos talentos que podemos encontrar a día de hoy. Así, además de ser autores de tradiciones cinematográficas bien dispares (Corea del Sur, Francia, Argentina, Italia, Grecia, Rumanía, Australia…), las creaciones presentadas van desde películas de factura impecable (v. gr. Bullhead) hasta filmes que no ocultan su condición de producciones hechas con medios justos o escasos (v. gr. Donoma); desde ejercicios contemplativos (v. gr. Iceberg) hasta surrealistas reflexiones sobre la contemporaneidad (v. gr. L); desde autores que, pese a su exigua producción, ya gozan de un cierto prestigio, como Catalin Mitulescu, hasta revelaciones como Karl Markovics; desde realizaciones avaladas por diferentes galardones internacionales (v. gr. Snowtown) hasta composiciones que sobre todo se sustentan en el beneplácito de la crítica (v. gr. Sette opere di misericordia).
SETTE OPERE DI MISERICORDIA, DE GIANLUCA Y MASSIMILIANO DE SERIO
Es precisamente este último largo mencionado una muestra perfecta del espíritu explorador que anima esta sección. Opera prima de Gianluca y Massimiliano De Serio, estamos ante una película exquisitamente dirigida que narra la cotidianidad de Luminita, una inmigrante ilegal de origen eslavo en una ciudad italiana, abocada a la criminalidad para sobrevivir. Obra claramente adscrita al realismo social, huye del cinéma verité al no hacerle ascos a vistosos recursos formales como la utilización de títulos superpuestos, travellings laterales, profundidad de campo, etc. De esta forma, si bien el espíritu que anima la pieza no esconde la influencia de los hermanos Dardenne, puesto que, como en sus realizaciones, los marginados, los perdedores y los olvidados se revisten de una dignidad moral casi heroica, Sette opere di misericordia, en cambio, se haya formalmente más próxima, pongamos por caso, a la estilización visual de Andrea Arnold o de la propia Claire Denis. Así, podría verse el filme de los hermanos De Serio como la criatura de unos aventajados alumnos de los directores belgas, capaces de añadir al universo de sus maestros cierta plasticidad esteticista y no pocas dosis de amarga ironía. Es, en consecuencia, un trabajo primerizo cuya calidad invita al espectador a interesarse por la futura trayectoria de los De Serio… Y aquí está precisamente la clave, el propósito, el objetivo de la sección “Talentos”.
En este sentido, ni siquiera hace falta que la obra sea tan excelente como la descrita para que despierte interés y curiosidad hacia su autor. Y como muestra de tal afirmación, la cinta Los viejos de Martín Boulocq, la cual, a pesar de encontrarse lastrada por una excesiva acumulación de recursos formales demasiado vistosos como para pasar desapercibidos –véase, por ejemplo, el abuso de la lente angular–, es una reflexión sutil y poética sobre el paso del tiempo, la memoria, el amor y el perdón, donde la potencia del estilo visual dota de intensidad y belleza al exiguo argumento, el reencuentro familiar como metáfora de una (im)posible reconciliación nacional y generacional. En definitiva, una película que cala lentamente en el ánimo del espectador y seduce mediante su narrativa pausada, hipnótica y simbólica, cercana a Sokurov y al cine independiente tailandés.
BUENAS NOCHES ESPAÑA, DE RAYA MARTÍN
La siguiente sección del D’A, “Absoluto Riesgo”, amalgama un conjunto de propuestas visuales que van en contra de la narración cinematográfica clásica, y con ello no me refiero tanto a la violación del MRI acuñado por Noël Bruch, sino a otra nueva vuelta de tuerca al MRM y al cine posmoderno, lo que se articula en diferentes grados según las diferentes propuestas. En su pico más álgido, de hecho, algunos de los filmes proyectados ya insinúan una sensibilidad que se ha dado en llamar post-posmodernista o metamodernista. Muestras de ello son el documentalismo nada convencional de Self made (Gillian Wearing, 2001) y, sobre todo, de Ensayo final para utopía (Andrés Duque, 2012), así como la ausencia narrativa y la repetición semiótica de las imágenes de Buenas noches, España, pieza del directo filipino Raya Martín.
Por lo que se refiere a esta última, aunque algunos autores no hacen distinción entre el cine y cualquier otra forma de expresión artística que implique imágenes en movimiento (y, de hecho, la responsable de Self made es una artista conceptual), para quien esto escribe Buenas noches, España es, antes que nada, un ingenioso videoarte, muy inspirado en el formato, los trucajes y los colores del cine mudo, que reflexiona sobre la relación de España con sus colonias (en este caso, y obviamente dada la nacionalidad del autor, con Filipinas), mediante el lisérgico –y posiblemente astral– viaje por España de una pareja, que culmina con su descubrimiento de la obra del pintor Juan Luna y Novicio en el Museo de Bellas Artes de Bilbao y su teletransportación a la luna (inevitable no pensar en Méliès): toda una paroxística metáfora sobre la liberación de la madre patria y la comprensión de los individuos frente a la intolerancia de las maquinarias estatales.
DIAMOND FLASH, DE CARLOS VERMUT
Más ajustados a los cauces del séptimo arte que a propuestas artísticas en formato fílmico, encontramos El alma de las moscas, la opera prima de Jonathan Cenzual, así como la narración fragmentaria de Amanecidos de Yonay Boix y Pol Aregall y el relato buscadamente enigmático de Diamond Flash, a cargo de Carlos Vermut. Precisamente la (aparente) opacidad de esta tercera película obliga a aclarar que evidencia los antecedentes del director madrileño como guionista e ilustrador de cómics de autor, de ahí la importancia que da a los diálogos, los rostros de los personajes, los encuadres o la trama abierta, desfocalizada y desestructurada pero aglutinada en capítulos; de ahí, también, la influencia que atestigua de una obra fundacional de este tipo de filmes incontestables en cuanto a realización pero marcados por la más absoluta vacuidad temática (y ojo que no lo digo como un reproche): me refiero, obviamente, a Pulp Fiction. En realidad, Diamond Flash podría definirse como una historia de superhéroes sórdida y violenta en la que justamente el justiciero que da título a la obra es el personaje menos importante de la misma, mientras que la víctima de los “villanos”, los propios “villanos” y la siempre imprescindible enamorada del heroico enmascarado adquieren un protagonismo central. En definitiva, una nueva muestra de las virtudes, pero también de los vicios, del pastiche posmoderno que muchos intentan en vano practicar tan bien como Tarantino o Park Chan-Wook. En cualquier caso, y con independencia del saldo desigual de la pieza, tras su aclamado corto Maquetas Vermut ha logrado confirmar con este su primer largometraje sus sobradas dotes tras la cámara.