Mi Gugú más pequeño, que cuenta con dos años y medio, casi, está atravesando su primera “adolescencia”. Desconozco si el término está acuñado pero no se me ocurre definirlo mejor. Ya no es un bebé, deja de serlo a marchas forzadas, pero tampoco un niño. Igual que esos niños que tampoco son adultos aún. Y se rebelan. Vaya que si lo hacen. Y para afrontar este nuevo post, os propongo un juego. Voy a enumeraros hasta cinco obstáculos, en mi opinión, con los que nos enfrentamos ante estos pequeños “adolescentes”, acompañados de las respectivas oportunidades que cada piedra en el camino plantea. Una suerte de DAFO como quien acostumbra a trabajar estrategias. Ahí va mi experimento…
Obstáculo: Pataletas, pataletas y más pataletas. Es la edad de las frustraciones y las pataletas. Es su forma de comunicar las cosas, a falta de otras herramientas. El lenguaje es incipiente, aún escaso y en formación. Y la impaciencia aflora.
Oportunidad: Dejar que se exprese. Hemos dicho que en esa edad el lenguaje empieza a consolidarse, abramos las puertas al campo, dejemos que hablen, que nos transmitan con libertad lo que quieren. Agachémonos, pongámonos a su altura, mirémosles a los ojitos y dejemos que nos digan lo que quieren, lo que no quieren, lo que desean, lo que les fastidia.
Obstáculo: No entiende el no. A todos los ha pasado: hemos perdido los estribos al recibir de respuesta una sonrisita burlona ante nuestra negativa a algo. ¿Se burlan de nosotros? ¿Creen que estamos jugando? Ni lo uno, ni lo otro, ni todo lo contrario. El concepto “no”, o las prohibiciones en general entran en conflicto con ese instinto biológico que nuestro hijo está desplegando con toda su intensidad en ese momento, el de saber, conocer, experimentar y tocar. No entiende porqué tenemos que detenerle.
Oportunidad: fijar límites. Es el momento de establecer los primeros límites. Lo hemos dicho: ya no es un bebé y empieza a tener la capacidad de relacionarse con su entorno. Con ternura y firmeza a la vez hay que hacerle ver que hay cosas que no puede hacer. Y por una razón muy sencilla, a veces, que no nunca podemos perder de vista y nos puede servir de guía: por su propia seguridad, integridad física y bienestar.
Obstáculo: “Yo lo hago solito”. La creciente seguridad que adquieren en ellos mismos les lleva a una carrera ciega por hacerlo todo “ellos solitos”. Y eso abarca desde hacer un dibujo en las paredes de casa, al tiempo que devoran media caja de ceras, hasta ponerse hasta arriba de espagueti. ¿Consecuencia? Unos días nos lo tomamos de buen grado y otros nos crispa hasta el infinito y más allá. ¿Cómo manejar esto?
Oportunidad: Reforzar su autoestima. Son ocasiones de oro para consolidar su autonomía. ¿Qué quiere comer solito? Estupendo. ¿Qué se mancha? Son daños colaterales. Hay que dejarles un espacio de libertad para que hagan todo eso e incluso felicitarles y hacerle fiestas por los avances, aunque a veces nos resulte complicado.
Obstáculo: Descontrol. He aquí los daños colaterales de los que hablábamos. El ansia de autonomía genera descontrol. Cuando más cansado estás, al final del día, tienes que asistir impasible a la imagen de tu peque “limpiando” las paredes de casa con el cepillo de dientes que acto seguido se mete en la boca. Y ojo con quitárselo para cepillarle los dientes tú. Él lo hace “solito”. O que después de enseñarle a regar las plantas, haga él lo propio… pero con el suelo de la terraza.
Oportunidad: Enseñar hábitos, establecer rutinas. Después de respirar hondo diez segundos, piensa en lo siguiente: quiere cepillarse los dientes, es buena señal; le gusta regar las plantas, fantástico. Y de nuevo se presenta una buena ocasión para empezar a establecer buenos hábitos. Pasada la novedad, hay que conseguir que cepillarse los dientes se convierta en norma, que la fiesta de la recogida de los juguetes se convierta en hábito o que la emoción de comer solito dé paso a la instauración de modales en la mesa, poco a poco.
En esta edad se pueden empezar a establecer hábitos
Obstáculo: Explorador temerario. Todo despierta curiosidad en ellos, todo quiere tocarlo y experimentar. Atravesamos una de las fases más “peligrosas”, cóctel de curiosidad y autonomía. Ya no es bebé pero hay que seguir tomando precauciones: enchufes, puertas, sitios elevados desde los que poder caerse… sin tanta vigilancia, quizá, pero sin bajar la guardia. Querrá saber para qué sirve ese cuchillo que hay en la encimera, qué pasa si mete algo en esa ranurita… pero por más que proteste hay límites que habrá que trazar sin más miramientos.
Oportunidad: Fomentar la curiosidad y el conocimiento. Sin embargo, ese afán exploratorio que empezará a desplegar con intensidad puede ser muy bien aprovechado. Es el momento de introducirle en el mundo de los cuentos con mayor eficacia, de explicarle todo aquello que su cabeza ya empieza a asimilar.