Bien sabido es que Hollywood suele premiar especialmente aquellos papeles con dura preparación física y/o estética en su onanista show de premios anuales, y estaba cantado que la “Operación Triunfo” de Matthew McConaughey y Jared Leto (actor principal y de reparto respectivamente), con inclusión de transformismo o pérdida disparatada de peso, desembocaría no sólo en el Oscar, sino en una cascada de galardones que van a necesitar una habitación por cabeza para ser expuestos; en el caso de McConaughey podemos añadir que su nombre ha entrado en la historia este año además de por inaugurar su palmarés de Premios de la Academia, por convertirse en la enésima piedra en el camino de Leonardo DiCaprio hacia el mismo fin (paciencia, Leo, sigue aplaudiendo al ganador con buena cara y algún día te compensarán tanto desagravio, esto funciona así). Desde luego no seré yo el que (este año) dude del criterio a la hora de conceder las estatuillas, puesto que a pesar de lo dicho y de los vientos favorables, la labor interpretativa de ambos actores es sorprendentemente veraz y alejada del mundanal gimoteo para regalar al espectador personajes creíbles de carne y hueso que merecen el mayor reconocimiento (y el aplauso sincero de quien suscribe al lúcido discurso de agradecimiento del ecléctico Leto en la ceremonia).
La obra se sitúa en 1986 y está basada en la vida real de Ron Woodroof (Matthew McConaughey), un cowboy de rodeo texano, mujeriego, homófono, drogadicto y socarrón, al que le diagnosticaron SIDA y le vaticinaron un mes de vida. Empezó entonces a tomar AZT, el único medicamento para luchar contra tan terrible enfermedad disponible en aquella época en la que la que aún el mundo se encontraba en pañales en lo que se refiere a conocimientos para hacerle frente. El protagonista, interpretado con rigor, seriedad y al detalle por este actor que ha ido viniendo a más a pasos agigantados en los últimos años, lejos de tomarse el asunto al estilo “telefilm melodramático” (es de agradecer la frescura del guión, alejado de clichés y de convencionalismos académicos sobre cómo rodar un biopic), se niega a rendirse y retrasa la crónica de esa muerte anunciada con fármacos no aprobados en Estados Unidos, pero que logra demostrar que no sólo mejoran la calidad de vida del paciente, sino que demoran lo inevitable. El enésimo bofetón del cine a las voraces empresas farmacéuticas que supone esta propuesta deja lugar a algún que otro guiño humorístico que alivie de luto además del momento “Breaking Bad” cuando el protagonista organiza toda una red de contrabando de medicinas que se convierte en foco principal de la trama.
Si algún pero se le puede poner al trabajo encabezado por el realizador canadiense Jean-Marc Vallée es que algunas fases del metraje se acusa la caída del ritmo de la narración provocando constantes altibajos. No obstante estamos ante una muy notable película que cumple con lo que promete el cartel interpretativo y cuyo discurso despierta el interés del respetable más de lo que puede parecer a priori.
Dirección: Jean-Marc Vallée. Duración: 117 min. País: USA. Intérpretes: Matthew McConaughey (Ron Woodroof), Jared Leto (Rayon), Jennifer Garner (Eve), Denis O’Hare (Dr. Sevard), Steve Zahn (Tucker), Dallas Roberts (David), Kevin Rankin (T.J.). Guión: Craig Borten y Melisa Wallack. Producción: Robbie Brenner y Rachel Winter. Fotografía: Yves Bélanger. Montaje: Martin Pensa y Jean-Marc Vallée. Diseño de producción: John Paino. Vestuario: Kurt & Bart. Distribuidora: Vértigo Films.