Cincuenta años pasaron de aquel 30 de octubre de 1960. Medio siglo transcurrió desde que, en el oeste de la provincia de Buenos Aires, más precisamente en la zona de Lanús, un bebé llegó al mundo. Su mamá esperaba que venga con el pan bajo el brazo, pero él decidió traerse, debajo de su zurda, una pelota. Desde pibe ya, su primer sueño era jugar un mundial; y su segundo, ganarlo. Por suerte para él, y para todo el pueblo argentino, lo pudo cumplir. Tocó el cielo con las manos aquel 29 de junio en el Azteca, supo conocer a Dios, que le prestó una mano en ese inolvidable partido contra Inglaterra. Fue ídolo en el Norte de Italia saliendo campeón casi sólo con un equipo no acostumbrado a la gloria. Estuvo, paradójicamente, cerca del infierno debido a, como supo decir Rodrigo, esa “dama blanca de misterioso sabor y prohibido placer”. Sin embargo, salió adelante. Como persona, se contradijo mil y una vez, pero en la cancha siempre tuvo el mismo discurso: siempre fue amor al fútbol. Un 25 de octubre de 1997 decidió colgar los botines, nada más y nada menos que en un superclásico.
Lamentablemente nací en 1991 y no lo pude ver. No lo pude ver haciendo lo que mejor hacía, no lo pude ver llevándola cortita con la zurda, gambeteando a los rivales con holgura, desparramando gente como si fuesen conos, no pude; o sí, pero no en la cancha. Es cierto que si bien mi viejo tuvo la genial idea de llevarme ese día a la platea, esa tarde que volvía a ponerse la azul y oro, los recuerdos de ese partido se volvieron inconcientes, y es realmente difícil traerlos a la memoria.
A mi me tocó otra época, la peor; la de la suizo, la de la merca, la de los rumores de muerte. Yo puedo entender que el 94 haya sido una desilusión enorme, pero no es lo mismo. No se compara. Porque por ahí, en ese momento, te la agarrabas con la FIFA, tenías a alguien a quien putear porque te sacó la posibilidad de verlo. ¿Pero yo? ¿Con quién me la voy a agarrar? ¿Con quién me voy a quejar? ¿Con Dios? ¿Con mis viejos que no concretaron antes? No. Yo no tengo con quien quejarme. ¿Sabés lo que daría por haber, por lo menos, estado vivo y conciente en alguno de los del 86? Igual, él es bueno. Y aunque ya le dio todo al fútbol, fue por más. Verlo ahí, al lado de la raya, con el traje de DT puesto, fue lindo. Trató de hacer feliz a esa gente que no pudo verlo, o a esa que quería volverlo a ver.
Adentro de la cancha fue el mejor, sin dudas. Como dijo Apo: el techo del fútbol, el deporte en su máxima expresión. Como técnico nos trajo más disgustos que alegrías, pero yo no dejó de emocionarme al verlo con la redonda en el pie. Seguramente es, y será, por mucho tiempo más, el que más sintió a la celeste y blanca; es por eso que no podemos dejar de homenajearlo en el día de su aniversario, y tenemos que decirle: ¡Feliz Cumpleaños Diego Armando Maradona!