La ciudad dormida está a punto ya de encender el alumbrado navideño. Ya están puestas las luces, las lámparas colgantes, las guirnaldas. Todo a punto para la fiesta. El hotel situado frente a mi trabajo ya ha desplegado las tiras de pequeñas bombillas que cubren toda la fachada. Y las han encendido. De día, grises, desdibujan la fachada como si fuera un fantasma triste a la espera de una oportunidad. Pero en cuanto aparecen las sombras, los encargados aprietan el botón. Las habitaciones no tienen persiana, así que sus huéspedes viven las noches como una prolongación estrellada del día, sin descanso. Cada año se produce el mismo debate: que si este año que bonitas, este año qué recargadas, o qué tristes, qué horteras,… De hecho, creo que hace ya años que son las mismas y que, como mucho, las deben cambiar de calle para que conseguir el espejismo de renovación, de nuevo, pero son siempre las mismas. Otros recuerdan tiempos mejores, con luces más fastuosas que alumbraron las noches de la burbuja haciendo posible el milagro económico. Este año, las cifras son demoledoras: hay 20,6 millones de personas (el 43% del total) viviendo, sobreviviendo, malviviendo de forma precaria en España. Según los técnicos de Hacienda, son núcleos familiares que consiguen, entre todos sus integrantes, 12.000 euros brutos al año. El dato forma parte del informe Adiós a las clases medias: pocas veces un titular define tanto el contenido. Es entonces cuando el alumbrado navideño se convierte en una bofetada en la cara, una pesadilla de la que despiertas a media noche, cuando todavía alumbran las luces y el monstruo se adueña de las noches.
Revista Opinión
Los comerciantes miran al cielo con esperanza, como hace la ministra de Empleo, en estos últimos días de otoño y en su línea visual se cruzan figuras geométricas, más o menos estridentes, más o menos vistosas, tintineantes. Son las luces de Navidad que cuelgan de las farolas tristes de bombillas amarillas de bajo consumo: quizá consigan alentar un sector que languidece al mismo ritmo que sus clientes. Las tiendas, a día de hoy, permanecen en stand by, medio vacías, con unos pocos curiosos mirando de refilón la etiqueta del precio, aguantando la respiración e intentando mantener el semblante impasible ante un precio demasiado alto, al tiempo que buscan una salida digna de la tienda, disimulando mirando distraídamente otras prendas. Solo los turistas se acercan con verdadero interés, animados porque están de vacaciones y en vacaciones los pelillos se van a la mar. Danzad, malditos, que llega Navidad.