Revista En Femenino

Dar azotes a los niños revoltosos no mejora el comportamiento

Por Pequelia @pequelia

castigos físicos infantiles

Una investigación desarrollada por expertos de la Facultad de Trabajo Social de la Universidad de Columbia (Estados Unidos), determina que dar azotes a los niños revoltosos no mejora el comportamiento y provoca un efecto contrario. Según las conclusiones, los niños inician una escalada en el mal comportamiento, por lo que recibirán más azotes, generando un círculo vicioso que no conduce a ningún lugar. En este trabajo se pretendía determinar si los azotes fomentaban la agresividad en los niños, o si por el contrario, los niños más agresivos recibían más azotes porque los padres querían controlar el comportamiento que tenían.

En ambas cuestiones la respuesta es afirmativa, los azotes provocan que empeore el comportamiento de los niños, y un mal comportamiento incrementa las posibilidades de recibir más azotes, es el pez que se muerde la cola. Los expertos explican que se trata de una escalada, es un ciclo vicioso en el que no hay que entrar ya que se prolongará durante mucho tiempo y las consecuencias serán negativas. Para llegar a esta conclusión se analizaron los datos de 1.874 familias participantes en el estudio ‘Familias Frágiles y Bienestar Infantil de Estudio’ (FFS).
Los niños de estas familias fueron evaluados desde su nacimiento y en varias ocasiones a lo largo de casi 10 años. Los investigadores preguntaron a las familias si los niños recibían azotes, así como el grado de agresividad y mal comportamiento de los niños. Un 28% de las madres explicaron que dieron azotes a sus hijos durante el primer año de vida (esto es inconcebible para nosotros y dice mucho de los padres). A los 3 años de edad el 57% de los niños recibían azotes, a los 5 años de edad se redujo a un 53% y a los 9 años de edad recibían azotes el 49% de los niños.

Un estudio desarrollado por expertos de la Universidad de Tulane (Estados Unidos) en el año 2010, determinaba que pegar a los niños fomentaba la agresividad. Este es un tema del que hemos hablado en varias ocasiones en Pequelia, incluso hemos propuesto hasta 22 alternativas a los castigos.

Hay que decir que en el análisis se controlaron diferentes factores que podían influir en la agresividad de los niños o en el comportamiento de los padres para dar azotes, como por ejemplo la violencia familiar, la depresión materna o la ansiedad, el consumo de determinadas sustancias, etc. También se controlaron otros factores como el nivel educativo o socioeconómico, el género del bebé, el volumen de la familia, etc. Algunos de estos factores influyen en la agresividad infantil y en la predisposición de los padres a dar azotes.

Los expertos encontraron que en cada segmento de edad, los niños que tenían más problemas de conducta fueron los que más azotes recibieron a una edad más tardía, lo que indica que quizá los niños más complicados provoquen el incremento del número de castigos aplicados por los padres. Algunos niños reciben muchos más azotes como parte de la imposición de la disciplina, esto se asocia con un nivel más elevado de la agresividad parental en un futuro. Podríamos decir que los azotes se vuelven una rutina y una forma de desahogo de los padres. Los azotes provocan la alimentación de las dos conductas, los niños se comportan peor y los padres pegan más. Un apunte interesante, dar un azote a los niños con tan sólo un año de edad es el catalizador que propiciará el inicio del ciclo del uso de la disciplina física.

Es evidente que los castigos infantiles físicos no son recomendables, de hecho, los investigadores explican que si los padres evitan las formas de violencia física en los castigos tendrán muchas más probabilidades de que los niños se porten bien. En este sentido quizá es necesario que los padres reciban ayuda y sean asesorados sobre las distintas estrategias que se pueden llevar a cabo para corregir la conducta de los niños sin tener que recurrir a los azotes u otras formas de violencia física.

Podéis conocer más detalles del estudio a través de este artículo publicado en la página de la Universidad de Columbia.

Foto | AGphotographer

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