La cosa va de juzgar antes de tiempo: ¿por qué Bowie llama a su disco tan parecido al libro de Tuli Márquez?Me despierto sobre las siete: lectura ligera, sigo con Villoro, que ahora escribe sobre Maradona, primer paso en falso de los argentinos para dominar el mundo, y elijo oír música a la vez. David Bowie: ese disco tan esperado, dicen, aunque no sé yo en qué consiste la espera cuando se prolonga diez años. Vamos, hombre. La espera consiste en olvidarse de que vuelva a grabar y sorprenderse cuando lo hace. Diez años esperando. No jodamos, hombre. Esperaríamos si sus últimos discos hubieran valido la pena. Pero desde Scary monsters, 1981, creo, eso no es esperar. Eso es una generación y pico de nostalgia y desespero, como mucho. Además, uno espera cuando lo anterior ha merecido la pena. No diréis que los últimos discos de Bowie daban mucho a la esperanza.El caso es que, contra lo que es costumbre en mi, soy capaz de concentrarme en la crónica de Villoro y a la vez estar atento en esta, tercera escucha que le doy al disco de Bowie. Ya había oído dos veces el disco. La primera me había dormido sobre la cuarta canción y había despertado sobre la octava. Unos diez minutos. Aquel día estaría cansado. En cualquier caso noté alguna canción cuya melodía retenía, aunque acusaba una producción que me parece plana, de pop-rock, de nula toma de riesgos. Dominio del esquema clásico guitarra rítmica/solista/bajo/batería. Escasa presencia de teclados, incluso de sonidos tratados. Vamos: el único disco de regreso que ha merecido la pena ha sido el de los Dexys Midnight Runners, e incluso a ese habría que quitarles la media docena de canciones en que se piensan que son los Aztec Camera o los Style Council convalecentes de una indigestión de discos de Steely Dan y Anita Baker. Pero Bowie: elige la portada de Heroes, que es una de las imágenes más poderosas e icónicas de la nueva era del rock'n'roll. La que establecía sucursales en la Berlín dividida por el muro y nombraba embajadores a Robert Fripp, a Brian Eno, a Conny Plank. La elige, tacha el título, y le planta una hoja en blanco encima, letra Arial, texto centrado horizontal y vertical, como si fuera una portada de los Pet Shop Boys. ¿Necesitaba el mundo un nuevo disco de Bowie? Hablo a menudo de intención literaria y debería hacerlo de intención sonora. Cuando puede que muchos grandes de la historia no hayan surgido de un artista que se despierta en medio de la noche a toda prisa para escribir la melodía soñada, sino de un artista que despierta en medio de la tarde con una llamada de la discográfica recordándole una fecha en un contrato. Bowie ya produjo el magnífico documental sobre la vida de Scott Walker: de hecho Bowie canta como el Walker actual en una de las canciones de The next day. Bowie suena cansado: como lo estoy de leer por todas partes lo de sus 66 años, y, reiteradamente, lo de sus 66 imágenes. Por favor: pensaba que Madonna se había quedado ya con todos los calificativos relativos a lo camaleónico y al concepto de la reinvención. Tres escuchas, dije. Su voz está desgastada por tabaco y por tiempo, y en varias canciones no canta sino recita. Sabe que es suficiente: sabe que su voz es un emblema por sí solo, hasta desafinando. Hasta corta de fuerzas: que es como suena aquí. Joder, no quiero dar que pensar que considero a Bowie un anciano al micrófono, porque no es eso. Pero, frente a la aclamación universal, a mí The next day me suena demasiado a la clase de disco para que sus fans de cierta edad sueñen con la era dorada. Como me pasa con Prince, algunos discos de Bowie me parecían más brillantes por sus singles que en su conjunto. The next day suena como una colección de canciones algo homogénea (catorce es un número excesivo) y ningún tema reluce como sus grandes clásicos que todos sabemos. Si cambio de idea, editaré esta reseña y lo negaré todo.