Revista Cine
No son tantos los novelistas que buscan la verdad en sus textos y con sus textos. David Castillo forma parte de ese grupo nunca suficientemente destacado y ensalzado en el que también están otros escritores entregados a la sinceridad, como Baroja, Mailer, Böll, Dostoievski o Joyce Carol Oates, autores valientes que han invertido mucho tiempo contando historias con una material narrativo que para otros solo es base para el entretenimiento para la captación de lectores. Cada día que pasa los admiro más, y sé que en su búsqueda hay dolor y hay una lucha continua, un despojamiento duro y enérgico y valiosísimo que a casi nadie importa ya. El cielo del infierno es la historia de un anarquista que aún cree en el cambio y la transformación, que cree que combatiendo, partiéndose la cara, estando en la primera fila de lucha contra los que oprimen a los de abajo aún pueden encontrarse razones para seguir y no entregarse, no bajar los brazos, no rendirse al dios del dinero, al capitalismo homicida que nos cobija. Su historia, ambientada en los años setenta y ochenta del pasado siglo, es un canto amargo que llega a nuestra actual época derrotista y desustancializada muy débil, casi agotado, y suena tan lejano, pese a su evidente cercanía, que simplemente asusta: tanto se ha perdido, tanto nos hemos alejado de un tiempo y un lugar en el que aún se intuían modificaciones importantes, se soñaba con practicar una libertad completa, se planteaban abiertamente reformas que habrían beneficiado a los más necesitados y no a los de siempre. Dani lucha y siente que la sangre corre por su cuerpo, es encerrado en la cárcel y siente que las rejas se comen sus deseos y a su propio cuerpo resquebrajado, se confunde pero no para, se equivoca pero lo hace en marcha, siempre creyendo que no es por sí mismo por quien se arriesga, sino por los demás. Sí, el anarquismo nunca ha vencido, el anarquismo de lucha solo ha movido a unos cuantos, ya entonces era solo la batalla de unos pocos, pero no parece que esté muerto ni se le espera en ningún entierro, nos dice David Castillo, que con El cielo del infierno perpetra una novela con tintes negros, sentimentales y hasta guerreros que no solo ha de interesar a los anarquistas vencidos y a los anarquistas de salón y a los anarquistas de foros y a los anarquistas que no saben qué es su anarquismo y a los anarquistas de ojos despiertos y a los anarquistas todavía ilusionados, sino también a todos aquellos no anarquistas que notan que no todo está acabado, que la novela no es solo un reducto para los poetas fracasados y los contadores de historias sumisas al mercado y al lector bonachón o aburrido, que igual pasa las hojas de un libro que bucea en internet un momento más tarde para ver a una rubia en biquini en la web de un diario deportivo. El cielo del infierno no fue escrita para ser ejemplo de nada, y ahí radica toda su fuerza. El que lo entienda no tardará en buscarla y leerla.