Que un escritor de prosa afilada como Oscar Wilde fuese adaptado al cine en sus inicios mudos, debió de parecer tarea imposible a más de uno. Pero para Ernst Lubistch, que había llegado a Hollywood de la mano de Mary Pickford, precedido de una fama de talentoso director de éxito, rodar Lady Windermere's fan (El abanico de Lady Windermere, 1925), una comedia de enredos con tintes de drama ligero, sin que perdiese su carga antisocial y sus apuntes de moralina resultaba el reto perfecto para alcanzar la consagración definitiva. Y donde uno puso los diálogos ingeniosos (“la vida es una cosa demasiado importante como para hablar de ella en serio”; “no hay como una buena mujer para hacer tonterías”), el otro puso la cámara en un jornada de carreras en el hipódromo con sorprendente fundido perseguidor o frente a un tapiz en el que un grupo de comadres chismosas quedarían retratadas como muñecos de guiñol. Imaginación de sobra por ambas partes.
La confusión que la obra de teatro nos esconde y sobre la que pivota toda la acción, nos la revela el film en sus primeros minutos: la relación entre Mrs. Erlynee (Irene Rich) y Lady Windermere (May McAvoy) no tiene que ver con la relación extramatrimonial de Lord Windermere (Bert Lytell) que un despechado Lord Darlington (Ronald Colman) se encarga de alimentar, sino con un pasado de mentiras y un presente de cobardías y cheques obscenos. Y si el escritor dublinés acierta con la dosificación de la trama, no es menos cierto que el director, al inventar toda un preámbulo de presentaciones y situaciones que en el texto son ausencias totales y convertirnos en sus cómplices a las primeras de cambio, logra que nos apiademos de los personajes, de la bondad de la propietaria del abanico que resolverá, sin saberlo nunca, una situación de refinada crueldad.
Lubistch no sólo enseña en Lady Winderemere's fan unos decorados exquisitos, una perfecta disposición de los personajes en el mismo, que en un primer plano de una mano y un timbre se pueden mostrar las intenciones del llamador o que una cabeza asomándose por la ventanilla de un coche de caballos transporta al espectador al interior de un carruaje que ya no hay necesidad de mostrar. Evidencia que literatura y cine son medios de expresión totalmente distintos, pero dispuestos a encontrarse en el mundo moderno. A veces, como aquí, con resultados de museo de arte.
Lady Windermere's fan (El abanico de lady Windermere, 1925)
En GENERACIÓN PERDIDA 2.0 se detalla 1 título más de E. Lubitsch: The shop around the corner (El bazar de las sorpresas, 1940; +DE 1001 FILMS: 1002).