Revista Cine
Enterrado Stalin el cine soviético procedió a revisar su historia más inmediata, con la mayor franqueza posible y teniendo en cuenta que el deshielo estaba en su primera fase, y demostrar a Occidente que su industria podía adentrarse en la modernidad sin renegar de los pioneros, Eisenstein el primero, por supuesto. Los dos nombres más destacados de aquel periodo fueron Mijail Kalatozov y Grigori Chukrai, de quienes todavía hoy se recuerdan con agrado, al menos, tres de sus títulos, tres romances en tiempos de guerra: Letyat zhuravli (Cuando pasen las cigüeñas, 1957) del primero y Sorok pervyy (El cuarenta y cinco, 1956) y Ballada o soldate (La balada del soldado, 1959) del segundo. Y sólo el desconocimiento de las mismas por los críticos las llevan a no ser mencionadas cuando estos estudian y recomiendan los más significativos films de su época o estilo, pues se trata sin duda de unos trabajos sobresalientes tanto en el plano estético como en el meramente divulgador o entretenedor.
En el caso de Ballada o soldate, una voz en off nos advierte en el prólogo que la historia está llena de héroes anónimos, muchachos que partieron al frente y que nunca regresaron a casa. Vemos así las andanzas del radiotelegrafista Alyosha Skvortsov (Volodya Ivashov) durante un breve periodo de la WWII, quien sólo en una trinchera inutilizó dos tanques enemigos y prefiró escoger un par de días de permiso para visitar a su madre viuda, arreglar el tejado de la casa, de la que no pudo despedirse adecuadamente dada la precipitación del alistamiento, a una condecoración por su valor. Durante el viaje al pueblo, Alyosha se cruzará con una serie de personajes entrañables y cansados a los que intentará ayudar tratando de que olviden sus penas. Uno de eso encuentros, el más significativo, tendrá lugar con una joven hermosa que viaja sola, Shura (Zhanna Prokhorenko). Demasiado niños todavía para expresar el amor que sentirán el uno hacia el otro, en el vagón de heno que es su refugio hablan de la importancia de la amistad por encima de sentimientos más profundos, no tanto por mentir sino por no saber expresarse, y terminará creándose una dependencia que morirá en un andén lleno de gentes ajenas a la tragedia: la guerra no les concederá una segunda oportunidad. No obstante, y pese a las obligaciones voluntariamente contraídas por el soldado, éste logra abrazar a su madre (Antonina Maksimova) aunque apenas sea por un minuto. Como es fácil observar se trata de un viaje mil veces viajado: recuérdese el más reciente del joven aprendiz de escritor que, de turismo por Europa, entabla conversación con una francesa en un tren en Before sunrise (Antes del amanecer, 1995), de Richard Linklater. Sólo que allí no había acontecimiento bélico que impidiese el reencuentro: Before sunset (Antes del atardecer, 2004) del mismo Linklater, -magníficamente interpretadas ambas por Ethan Hawke y Julie Delphi-, pero aquí destilado hasta crear poesía dramática visual de una pureza exquisita.
Tras sufrir un leve accidente en el primer día de rodaje, Chukrai entendió que el rodaje no marchaba como el esperaba y decidió cambiar a sus protagonistas, impuestos por el estudio, y escoger a dos rostros jóvenes, estudiantes de interpretación y debutantes en la pantalla, que harían que la historia fuese más espontánea, y por tanto más encantadora, riesgo que supondría todo un acierto, sobre todo en la parte femenina: la belleza de Zhanna Prokhorenko es realmente arrebatadora, a la altura de las más grandes estrellas norteamericanas de su época. Puesto en marcha el proyecto sin su presencia, el mismo día de su regreso al plató el maestro ucraniano contrajo unas fiebres tifoideas que lo llevaron de nuevo al hospital. Ambos episodios resultaron a la larga meras anécdotas: las disputas con la fotógrafa Era Savelyeva eran permanentes y decidió sustituirla por Vladimir Nikolayev -la luz del blanco y negro es maravillosa a lo largo de los noventa minutos-; el guión, que había firmado a medias con Valentin Ezhov, debio ser defendido con uñas y dientes cuando fue acusado por la productora de noño -vaya visión: ¡en 1961 fue nominado al Oscar al mejor guión original!; (un lustro antes se había publicado Tiempo de amar, tiempo de morir, de Erich Maria Remarque, con quien guarda más de una similitud, así que no hay que creer la defensa del director de que se trataban de episodios reales de amigos que nunca volvieron al hogar, un homenaje a ellos)- y el Partido Comunista vio claros indicios en el preestreno de ataque al alma soviética -¿acaso alentados por el magnífico episodio de la mujer que no espera al marido y abandona al suegro?-, un alegato pacifista –¿el capítulo del soldado cojo?, ¿la reincidencia en el soborno del centinela del convoy?- amén de no basarse en una historia contemporánea, requisito imprescindible para lograr la exhibición. Tras la insistencia de Chukrai y levantarsele el castigo con prontitud, no sin antes ser despedido el artifice de las filas del Partido, fue exhibido con gran aceptación -compartió el BAFTA de 1961 a la mejor película con The hustler (El buscavidas, 1961), de Robert Rossen-,
El inicio nos induce a pensar que nunca volvió Alyosha a ver a los suyos, pero es una pequeña trampa dialéctica que, por suerte, se desmorona cuando el camión que lleva por los campos buen hijo no es avistado en un primer momento por la madre que corre a su encuentro, hecho que sucederá en presencia de Zoika (Marina Kremnyova), a quien, si hemos prestado atención, habremos visto en los créditos de inicio, madre y triste, escribiéndose así otra historia igual de inmortal: la de los amores callados, hecho que la joven Shura intuye desde su ignorancia.
Sabemos que en la literatura soviética el ferrocarril tiene una especial relevancia: la heroína de Tolstoi ve las vías como la única solución a sus desgracias y la Lara de Pasternak va y viene, en tren o tranvía, deseada y deseosa. También en el cine mas cercano al título de Chukrai, en Letyat zhuravli, la novia no puede despedirse del valiente y esperará en una estación al final de la guerra. Y sabemos también por el título de Kalatozov que el soldado caído imaginó una boda que nunca fue. Lo que nos lleva a imaginar que cuando Alyosha cayó el rostró de Shura se le apareció entre los árboles del bosque, premonición filmada con maestría y anticipada al espectador con delicadeza.
Faltaban años para la perestroika, pero soplaban vientos nuevos al otro lado del telón de acero. Ballada o soldate es un claro ejemplo.
(Escribiendo este texto descubro que el pasado 1 de agosto nos abandonó Zhanna Trofimovna Prokhorenko: la prensa de medio mundo ignoró este hecho, lo que demuestra el poco aprecio por el Arte. Tenía Zhanna 71 años, pero para el cine siempre tendrá los 19 de Shura. Queden dedicadas a su memoria estas líneas.)
Ballada o soldate (La balada del soldado, 1959)
En el libro 1001 películas que hay que ver antes de morir (Editorial Grijalbo) no se detallan títulos de G. Chukrai.