Revista Cine
Una de las maneras más rápidas de conseguir el ascenso social es la de contraer un matrimonio ventajoso. Ello puede darse deliberada o casualmente, y en algunas ocasiones, más en el segundo caso, suele suponer que la parte menos favorecida en lo económico habrá de plantearse una renuncia a sus principios, sus ideales y pensamientos, generándose un conflicto interior en el que se sopesará el precio a pagar, si bien los escrúpulos y la moral suelen ser vencidos por la codicia con demasiada frecuencia y poca resistencia.
Así le sucede a Joe Lampton (Laurence Harvey) cuando se instala, recién terminada la WWII, en Warnley, como contable del departamento de tesorería del municipio, y descubre a la guapa Susan Brown (Heather Sears), hija del magnate industrial de la región, Mr. Brown (Donald Wolf). Para acercarse a ella se enrola en la compañía de teatro amateur a la que esta pertenece y en la se encuentra, como actriz principal, una francesa, madura y bastante desafortunada en amores, llamada Alice Aisgill (Simone Signoret). Mientras Lampton trata de seducir a la guapa heredera, y lo consigue, no sin pocos impedimentos por parte de la familia Brown y la propia Susan, reacia a la entrega carnal, el amor surge entre él y Alice. Romance imposible, por la diferencia de edad, según dice ella, o mera distracción, educación sexual, según calla él, todo termina precipitadamente y la postal pornográfica particular se rompe en mil pedazos.
Room at the top (Un lugar en la cumbre, 1958), dirigida por Jack Clayton, adapta la novela primeriza de John Braine, escritor del movimiento angry young men -en el texto, junto a la desilusión del hombre que ha regresado de las trincheras, los campos de prisioneros, se intuye la rebeldía a punto de explotar, el cambio radical y sin retorno del pensamiento juvenil- con un talento sobresaliente: él mismo era un novato en la dirección, aunque como niño actor, documentalista o productor llevaba años formando parte de la industria cinematográfica de su país. La historia, como entrevemos al leer el resumen del argumento, tiene no pocas relaciones con obras predecesoras como Ace in the hole (El gran carnaval, 1951), de Billy Wilder o A place in the sun (Un lugar en el sol, 1951), de George Stevens, y sucesoras, como Darling (1965) -de nuevo con Laurence Harvey-, de John Schlesinger; The graduate (El graduado, 1967), de Mike Nichols o Match point (2005) de Woody Allen, e incluso obras menores como White palace (Pasión sin barreras, 1990), de Mandoki; From the terrace (Desde la terraza, 1960), de Robson o A kiss before diying (Bésame antes de morir, 1991) -¿a revisitar?- de Dearden: la sombra de las obras maestras es así de alargada.
En la considerada primera piedra de la British new wave, del realismo desagradable y malencarado, el apuesto Laurence Harvey, que pese a lo inglés de su porte y nombre había nacido Zvi Mosheh Skikne a orillas del Báltico, quien desde ahora sería recordado como el escalador social implacable y la correcta Heather Sears se encontraban con, palabras mayores, Simone Signoret: Room at the top le sirvió de trampolín internacional y arrebató en la ceremonia de los Oscar de 1959 el premio a mejor actriz a Doris Day, Liz Taylor y las dos Hepburn, Katharine y Audrey, ahí es nada, convirtiéndose en la primera mujer que lo ganaba por una película no norteamericana y la primera francesa -pese a haber nacido en la germana Wiesbaden, lo era de pasaporte-. Un trío perfectamente arropado por el resto del elenco, en el que encontramos a Hermionne Baddeley, como la propietaria del apartamento de las citas, que tiene el mérito de ser la secundaria nominada a un Oscar con la interpretación más breve de la historia: 2 minutos 32 segundos según los cronometradores cinéfilos -no pudo con la Shelley Winters de The diary of Anne Frank (El diario de Ana Frank, 1959): otra de las grandes-.
Plagada de arquetipos que se mueven disgustados por la falta de una mejora en sus perspectivas laborales o sentimentales, encorsetados por la sociedad; de diálogos llanos y directos, llenos de tacos e insultos, pese a que algunos hubieron de suavizarse para evitar la X, en Room at the top, los cigarrillos que pasan de labios con habilidad, la infancia que se muestra rota o fácil de corromper; las amistades convertidas en cómplices del adulterio; la violencia verbal que se esconde en las mentiras de alcoba y la entrega de la remilgada, hecho de apariencia insustancial pero trágicas consecuencias -es la primera referencia sexual directa que se encuentra en el cine británico-, se mezclan con los despachos, salones y comedores conservadores donde todo se ha de sobreentender, creando una atmósfera sudorosa, viciada, limosa, alcohólica -pocas veces se fuma y bebe tanto como cuando aparece en pantalla Simone Signoret: era su don natural-, un mendaz “Hasta que la muerte nos separe”.
Años después los admiradores de Room at the top, que fueron muchos, vieron a Lampton, perdón, Mr. Brown, enojado y resentido, en Life at the top (Vivir en la cumbre, 1965), dirigido por el debutante Ted Kofchett: la relación con Susan (aquí, Jean Simmons) hacía aguas. Un film obvio y fácil de prever: por muchos tropiezos que tuviese Jack Clayton –y su adaptación de Francis Scott Fitzgerald en The great Gastby (El gran Gastby, 1974) lo fue-, el único mérito de Kofchett parece ser el Rambo de Sylverster Stallone en First blood (Acorralado, 1982).
Room at the top (Un lugar en la cumbre, 1958)
En el libro 1001 películas que hay que ver antes de morir (Editorial Grijalbo) no se detallan títulos de J. Clayton.