Revista Cine
¿Un film noir sin humo de cigarrillos ni coches, ambientado lejos del ruido de la ciudad, de las calles mojadas iluminadas por las farolas creadoras de sombras siniestras? ¿Con una femme fatale apenas relevante y un agente de la ley con aspecto de jubilado algo entrometido? ¿Y que además sea una obra notable del género? Difícil de contestar un par de títulos que reúnan tales cualidades, pero no imposible de hacerlo en una ocasión: Ride the pink horse (Persecución en la calle, 1947), del olvidado Robert Montgomery.
Henry Montgomery, Jr., que provenía de una familia que hizo fortuna con el tratamiento del caucho, llegó a ser presidente del Screen Actors Guild (Sindicato de Actores de Cine) en un par de ocasiones, y produjo y presentó durante la década de 1950 más de 300 representaciones dramáticas en vivo para la televisión, adaptaciones de éxitos teatrales o de la cartelera protagonizados por actores de la talla de James Dean, en los que se daba la oportunidad de debutar a futuras estrellas, como su propia hija, Elizabeth, la entrañable Samantha de nariz traviesa de Embrujada. Dedicado, como se ve, en cuerpo y alma al cine, tras debutar en la dirección sustituyendo, en algunas tomas no acreditadas, a un John Ford enfermo durante el rodaje de They were expendables (No eran imprescindibles, 1945) -casi nada-, firmó cinco títulos, el segundo de los cuales es el más destacable y arriba mencionado.
Con un arranque asombroso, un plano secuencia de cuatro minutos con la cámara siguiendo el desconcertante descenso de un hombre trajeado de un autobús de la Greyhound en San Pablo, y sus posteriores y sospechosos movimientos por la estación, cámara en grúa al estilo de los diez minutos del inicio Touch of evil (Sed de mal, 1958) de Orson Wells o el de Hollywood player (El juego de Hollywood, 1992) de Robert Altman, pronto descubrimos que la historia será un extraño drama, un pseudo acercamiento al cine negro ubicado en una fronteriza población mexicana en la víspera de la quema de Zozobra, el viejo melancólico, marioneta gigante en torno a la que gira la fiesta pagana más antigua de América del Norte. Tras el sorprendente travelling, el hombre, Lucky Gagin (Montgomery), cruza su mirada con una bella nativa, Pila (Wanda Hendrix), que queda prendada del forastero y le protegerá y seguirá allá donde vaya. No encontrando alojamiento en la bulliciosa localidad debido al gran número de visitantes, Gagin se encamina a una cantina a tomar un trago, donde traba amistad con Pancho (Thomas Gomez), propietario del tiovivo que divierte a la chiquillería en la plaza principal. Antes nos habremos enterado que el motivo de su visita, llegar hasta Frank Hugo (Fred Clark) para chantajearle con una prueba que le causaría problemas ante la ley, es también el objetivo de Rentz (Art Smith), agente del FBI. Pero el mafioso aprovechado, rodeado de una cuadrilla de malhechores entre los que destaca la perversa Marjorie Lunden (Andrea King), no se lo pondrá fácil. Entre intimidaciones llega la redención final, el final feliz, si por él entendemos que el protagonista y la chica no terminen juntos, que no haya recompensa que cobrar y que el Estado se imponga a la bondad. Eso si pasamos por alto que todo fue un engaño y no hay más inocente que el forastero, en el fondo un extorsionador, que quiere resarcirse de la muerte de un militar compañero cobrar la deuda de un muerto, suposición admisible si atendemos a las miradas de reojo de Rentz en la secuencia de cierre.
Denso, resacoso, seco e incendiario, también modesto, Ride the pink horse, en clásico blanco y negro pero con moderna visión –el zoom a la mano ensangrentada entre los matorrales; México como escenario; la rubia peligrosa convertida aquí en mera secundaria-, es la amarga soledad y tristeza del soldado americano que regresaba a casa después de la guerra, el enfrentamiento del héroe a una sociedad para la que no había sido preparado, pero que estaba dispuesta a aceptarle si pasaba a formar parte de su cadena de montaje, a alienarse y hacer prosperar a la nación que había resultado vencedora, covirtiéndola en la gran referencia occidental. Lucky Gagin es ese desubicado militar de marcado código de honor y fidelidad a prueba de balas con el amigo caído en el frente que, antes de afrontar el futuro, decide poner en orden el pasado, terminando por provocar una batalla que ponga fin a la guerra.
Ese personaje, sonámbulo y desencantado, es el que presentaba en su homónimo texto la escritora de novela negra Dorothy B. Hughes, la misma hardboiled que luego estamparía su firma en el libro de base de In a lonely place (En un lugar solitario, 1950), de Nicholas Ray con Humphrey Bogart y Gloria Grahame, pilar del género, ese antipatriota trocado por la fiebre es el que cruzará la frontera en busca del gringo traidor, ajeno a la tradición que dicta que en la noche de Zozobra se queman los malos recuerdos y las penas, los documentos que causaron preocupaciones y problemas a lo largo del último año. Una experiencia que no por desconocida se hará manifiesta y salvadora.
Ride the pink horse es extraño, como el carrusel de la vida, como, valga la redundancia, montar un caballo de color rosa. E igual de imaginativo y sugerente.
Ride the pink horse (Persecución en la noche, 1947)
En el libro 1001 películas que hay que ver antes de morir (Editorial Grijalbo) no se detallan títulos de R. Montgomery.