La Real Academia de la Lengua ha aceptado 5.000 nuevas palabras para la próxima edición de su diccionario pero toda la humanidad ha centrado su mirada en dos palabras: amigovio y papichulo. El amigovio –expresión que se le antoja más asfixiante por aquello del agobio que un noviazgo- vendría a ser lo del follamigo de toda la vida. Expresión que se suele usar en masculino pero que los hombres han elevado, por su inherente intolerancia al compromiso, en la única opción de relación actual. Y oiga tan amigos. O amigovios.
Los académicos han aceptado también pechamen, chumino y lefa. Nada que objetar, el lenguaje avanza. Tanto, que en 2014 la RAE aceptado bíper. Ahí estamos en el colmo de la vanguardia. Pioneros y visionarios. Olé. Así las cosas y salvo la honrosa excepción de bíper –cuyo sinónimo podría ser el jurásico busca de los 90- parece ser que la evolución social reflejada en el uso de la lengua habla de una relajación de las buenas costumbres. O sea, que los cuernos son tendencia y el poliamor “is the new black”.
Justo en este ambiente festivo y de desenfreno descubre la leyenda del hilo rojo. La van a disculpar si desprende cierto tufo a lo Bucay pero no puede evitar encontrar cierta belleza en la sabiduría oriental. Le cuentan que en Japón los padres adoptivos se consuelan pensando que ya estaban predestinados a estar unidos por un vínculo invisible con su futuro hijo, algo que les ayuda a estrechar lazos.
El hilo rojo está presente, en general, en el lenguaje coloquial asiático y se suele extrapolar a las relaciones amorosas. Éste hecho se define textualmente como “un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romper”. Y ella no puede dejar de pensar en ciertos amigovios que marcaron su vida. Y ahora se lo explica todo. Ains.