Revista Historia

De arte y educación

Por Codiceeremita @codiceeremita

Después de este largo silencio de una semana (que no ha sido premeditado pero dentro del cual me he percatado de que realmente necesitaba un breve descanso digital) vuelvo no con una entrada de restauración -que sería de rigor puesto que procuro alternar los temas principales que me mueven dentro de este blog-, ni siquiera con la prometida primera entrada sobre aquellas mujeres creadoras que me han conmovido especialmente. Iba a escribir sobre mi admirada Artemisia Gentileschi. Pero creo que su espíritu indómito me ha poseído antes de que tocara la primera tecla. O puede ser que sea porque hoy estamos de protesta en Etsy. O porque se acerca el 12M. Por lo que sea, hoy también la lío en esta entrada.

Periódico de 1935

Este periódico tiene mejor aspecto que el que tenía los apuntes de mi profesora de Iconografía.

Artemisia me ha recordado (y eso que nunca estuvo) los cuatro años llenos de nombres, fechas, lugares, obras de arte interminables… tragadas y expulsadas en unos exámenes en los cuales era eso lo que se premiaba. Cuatro años en donde un porcentaje escandaloso de docentes exhibía unos apuntes amarillos que leía de forma relajada sobre la mesa. Mi único momento de reflexión se encontraba dentro de asignaturas como Teoría del arte… y eso porque ahí estaba uno de los mejores profesores que tuve. Un joven que nos daba la clase con las manos cruzadas sobre el maletín y que fue el único que un día nos animó a debatir sobre qué es el arte. En el último año. Que uno estudie sobre Arte y nunca reflexione sobre qué entiende por Arte (no me refiero sólo a memorizar teorías ajenas), equivale a lo mismo que si uno estudia un oficio y desconoce el objeto sobre el que va a trabajar.

Cada vez que ese hombre entraba por la puerta para mí era como si llegara una especie de mesías universitario y os puedo asegurar que no era amor platónico alumna-profe. Es que para mí era de los pocos que fomentaba el sentido crítico dentro de una carrera en donde lo que primaba era tener un memorión. Eso, y seguir cual rebaño los dictados (literalmente en muchos casos) de aquellos que, inflados desde su posición de cátedra, decidían no preparse jamás las clases para repetir, llegado el caso de forma exacta, aquello que habían dado las dos semanas anteriores. Problemas de agenda, supongo. No olvidaré sus paseos abriendo sendero de un lado a otro de la clase, vomitando datos, fechas, anécdotas, mientras nosotros nos limitábamos a apuntar de forma compulsiva aquello que sus mentes preclaras tuvieran a bien detallarnos.

Clase magistral, la llaman. Nosotros una jarra vacía, ellos el agua que ha de llenarnos.

De arte y educación

¿Que por qué aguanté ese sistema? Porque me apasionaba aquello que estudiaba, que leía, que reflexionaba. Supongo que por la misma razón que personas que conozco de carreras tan dispares como Psicología o Arquitecto Técnico también aguantaron lo suyo, en otras Universidades diferentes. Así que no es cosa de una.

Tengo muy grabado en la memoria el día en que, en plena orgía de datos en clase de Estética del Arte una chica levantó la mano. Nosotros pensamos que era porque se había saltado un renglón o no había entendido un concepto -si bien preguntar por algo que te hubiese dado tiempo a pillar en el momento era en sí una proeza-, pero n0. Esa muchacha, esa osada y profanadora muchacha de las costumbres universitarias españolas, una vez que tuvo permiso del muy desconcertado profesor, en un delicioso y perfecto acento mexicano expuso una opinión sobre aquello que él estaba planteando. Tras ello se hizo un incómodo silencio. El profesor, poco acostumbrado a esas lides, dio una respuesta breve a la que ella contestó de nuevo. Todos nos miramos desconcertados. Si ella hubiese hablado en la lengua de Marte en vez de en ese cantarín español probablemente hubiésemos tenido la misma reacción. Quizá incluso alguno pensó: “¿dónde se cree esta que está? ¿En Harvard?” Creo que ella reparó en seguida en dónde y con quien se encontraba.

Estaba dentro de un rebaño en donde emitir una nota discordante implicaba que te pudieran comer los lobos. No volví a oír ese precioso acento nunca más por allí. Ni de otro sitio.

De arte y educación

Formadores en formación

Sí, supongo que se dio cuenta de que esos profesores universitarios estaban en un estrado al cual no se podía llegar. En una especie de atrio virtual en donde el cuestionamiento era impensable. Y digo esos profesores porque resulta que, muchos años más tarde, cuando decidí completar mi formación con la docencia, me encontré la misma situación kilómetros más arriba. El famoso CAP. La misma penosa estadística de docentes que sí que fomentaban el sentido crítico y el debate. Muy diferente, por cierto, de los cursos formativos que he tenido la suerte de dar a través del antiguo INEM -a pesar de la orientadora de empleo, que me intentaba convencer de que eran de un nivel mucho más bajo que el CAP… lo cual es literalmente imposible-, en donde ahí sí las clases eran un debate constante, se abordaban un sin fín de recursos pedagógicos, se consideraban a la Nuevas Tecnologías como el maná para una mejor comprensión de los temas y una divulgación de los mismos más allá de las aulas…

Y aquí voy. Aquí tenéis la razón de que hoy me haya levantado con el pie izquierdo y con muy mala leche. Básicamente porque acabo de leer la entrada de un blog de divulgación científica de un profesor universitario (no investigador como de forma recurrente nos insiste en hacer saber; correción: en realidad quería decir joven investigador o jóvenes científicos que se encuentran en sus etapas predoctorales o postdoctorales) en donde se queja de que tenga que defender el uso de un blog como una parte más de su labor de divulgación científica frente a sus compañeros de curia. También está el caso de un blog que sigo de Economía de Secundaria (nunca pensé que diría esto, por cierto) en donde aprovecha ese mismo medio para pasarle los temas a los alumnos y plantear  reflexiones acerca de la situación actual, relacionándola con lo que están estudiando. Lógico, ¿verdad? pues mi experiencia en la misma asignatura durante mi etapa de instituto no pudo ser más diferente.

Con esto no estoy diciendo que tener un blog o usar un ordenador te convierta automáticamente en un gran profesor pero, vamos. Seamos realistas. Hacer eso (blogs, wikis, vídeos…) implica reciclarse y también mirar alrededor, hacer el esfuerzo por comprender a tus alumnos que son de otra generación y necesitan otra serie de estímulos. Y no me refiero a leer presentaciones de Power Point, claro.

En ese malogrado CAP tuve la gran suerte de dar dos clases (sí, tenía que haber dado más, pero fue suerte que una sola se me quedase corta). Mi tutora era una persona encantadora y a la que los alumnos tenían mucho cariño, eso saltaba a la vista y eso en sí ya dice mucho de su persona. Y no me voy a meter en absoluto con su forma de dar clase, porque el uso de la pizarra y los textos no están obsoletos si sirven para nuestros propósitos educativos. Pero sí hubo una cosa que me puso los pelos de punta y que me volvió a retrotraer a los años de Universidad.

De arte y educación
Para el tema que estaba impartiendo, detalló un esquema en la pizarra que la ocupaba en su totalidad, en una letra diminuta que yo, que estaba sentada detrás del todo -con un ruborizado muchacho que fue blanco del cachondeo de todos sus compañeros; mala suerte para él porque era el único sitio libre-, apenas atinaba a ver. Mi compañero lo copiaba de forma diligente en su cuaderno, y en un momento dado preguntó por una de las palabras que tampoco yo lograba descifrar. Pero la profesora no comprendió que él no era capaz de ver lo que había escrito sino que pensó que no entendía el concepto en cuestión. Y a mí me puso los pelos de punta pensar si yo algún día -si tenía la suerte de poder dar clase en secundaria, claro-, cuando me faltasen unos meses para jubilarme, ni siquera me habría parado a cuestionar si mis alumnos atinaban a leer lo que yo estaba intentando comunicar.

Ir a esas clases y ver que hoy (y me temo que mañana) seguimos enfrentádonos a idénticos problemas me da que pensar. Porque eso no tiene que ver con la edad, sino con ser humildes y cuestionarnos de vez en cuando nuestro trabajo. Hacer autoexamen. Ver si las personas a las que estamos dando clase realmente están aprendiendo o no, y cómo podemos mejorarlo si está en nuestro medio.

Creo que precisamente hoy, en donde con toda justicia el sector de la educación al completo sale a la calle para reivindicarse en contra los recortes a esa educación pública que tuve la suerte de tener  (porque sin ella alguien como yo hoy no tendría la suerte de poder escribir una entrada sobre la Universidad por haber vivido desde dentro sus carencias y su apoltronamiento cuando no faltaban recursos…), es un día tan bueno como otro para hablar de estas cosas.

Precisamente esta crítica hace que tengan aún más valor aquellos docentes a los que admiré y tantos de hoy, perlas raras (no sólo en educación, sino en muchas actividades) que se empeñan en su oficio con pasión a pesar de todas las zancadillas, envidias y críticas. Y hoy, la escasez de medios. Para mí, ser maestro es una de las labores más complejas que hay y quizá una de las más ingratas también. Si lo haces bien pocas veces hay reconocimiento (a veces todo lo contrario) y si lo haces mal, puedes ser como mínimo el protagonista de los peores recuerdos de un post como este.

Por eso me gustaría acabarlo dando mi gratitud simbólica a aquellos que contribuyeron a que mi mente dejara de tragar datos para ponerse a pensar, y cuestionarme, y a dejar que la hermana duda campe a sus anchas para no darlo todo por sentado.

Ahí os dejo como punto final un vídeo sobre la película de Los Fantasmas de Goya, de Milos Forman, en donde podemos disfrutar del proceso completo, paso a paso, de la creación de uno de sus aguafuertes. Este vídeo lo creé y utilicé en mi primera clase en Secundaria dentro de ese CAP, a esos mismos alumnos que os hablé antes. Yo preparé la materia como mejor sabía, y lo podía haber hecho mucho mejor. Pero para lo que no estaba preparada era para ver en sus caras la novedad de que un profe editara un vídeo (al igual que ellos lo hacen reiteradamente con aquellas pelis que adoran, como la saga Crepúsculo) y se  lo pusiera como ejemplo visual (por supuesto además de la explicación oportuna, la muestra de una matriz y unas estampas reales, imágenes de otras creaciones de artistas del contexto, etc.).

Yo de aquella pensaba que era ya de lo más habitual. Va ser que no.


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