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El Proyecto Gran Simio busca el reconocimiento de chimpancés, gorilas, orangutanes y bonobos como homínidos. No se debe confundir esto con una igualación a los humanos, pues evidentemente están lejos de serlo y sería una absoluta falta de rigor; se persigue afianzar la conciencia de que tales criaturas han de ser vistas en la línea de, por ejemplo, los neandertales, haciéndonos considerar cuán cercanos son los lazos con el homo sapiens.
Esto persigue extender derechos básicos que hoy son aplicados a la especie humana, como el derecho a la vida, a la libertad y a no ser maltratados física o psicológicamente.
Según se recoge en la web del proyecto, el cual ha cumplido su vigésimo aniversario en 2013:
Los trabajos realizados por el equipo de los Gardner y Roger y Deborah Fouts, con chimpancés (Washoe, Loulis, Dan, etc), H. Lyn White con orangutanes (Chantek) y Francine Patterson y Wendy Gordon, con gorilas (Koko y Michael), enseñándoles el lenguaje de los signos de los sordomudos, muestran que no solo nos asemejamos en los genes sino también en nuestro comportamiento y capacidades. Se han hecho descubrimientos sorprendentes; como demostrar que tienen su propia cultura, que son capaces de trasmitírsela a sus hijos, que conversan entre ellos, que tienen pensamientos privados, imaginación, recuerdos temporales, autoconciencia, empatía, capacidad de engañar, curiosidad, sentido del humor, sentido del tiempo, consciencia de la muerte y son capaces de mantener una amistad que dure toda la vida.
El debate sobre la extensión más allá de la humanidad de los derechos éticos, los que sustentan la denominada “comunidad de los iguales”, entronca con las disputas medievales sobre el alma de los brutos y la sentencia humanista sobre el automatismo animal, incapaz de toda capacidad sensitiva.
La etología del siglo XX ha demostrado que el automatismo animal no es tal. Según afirma Iñigo Ongay, quien escribió una tesis doctoral sobre el tema:
…los animales no son tanto máquinas, ni tampoco en manera alguna automatismos reactivos en el sentido del behaviorismo watsoniano o puros mecanismos instintuales (como todavía se dice en nuestros días, por caso desde entornos más o menos neotomistas, de forma francamente indocta) cuanto sujetos operatorio cuya racionalidad conductual en modo alguno podrá desconocerse fuera de la metafísica humanista –espiritualista– a la Descartes. Algo sin duda, en lo que muchos de los firmantes del PGS habrían venido insistiendo de una manera particularmente diáfana. Como dice Bernard E. Rollin: «(…) los simios no sólo presentan emociones, personalidad e individualidad. Dan muestras asimismo de razón e inteligencia de una manera que nos induce con fuerza a ofrecerles una consideración moral.
A partir de los años 70, cobraron enorme vigencia los estudios sobre el lenguaje de los animales y sobre la cultura y capacidad cognitiva de las especies superiores, todo lo cual daría pie a la Declaración Universal de los Derechos del Animal de 1977.
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Sin embargo, el problema no se refiere tanto a las nociones del “alma”, sino a argumentos utilitaristas según los cuales el mundo dejaría de funcionar, literalmente, desde la investigación médica hasta el abastecimiento alimentario, y, sobre todo, a cuestiones jurídicas por las que una cosa es el derecho y otra la moral. Y, según dicen los que afirman saber sobre estas cosas, por mucha moral que haya, jamás podrá incluirse como derecho.
En ese sentido, el filósofo Fernando Savater escribía en 1986:
La ética no es el respeto y reconocimiento de lo vivo por lo vivo, sino el respeto y reconocimiento de lo humano por lo humano. Lo que merece respeto desde el punto de vista ético es la búsqueda humana de la vida buena, no los irremediables vecinazgos impuestos por la biología: de lo que habla la ética es de mi vida o nuestra vida, no de la vida.
[…]
El hombre tiene el derecho -ni siquiera ético, sino anterior a la ética- de exterminar todas aquellas formas vivas que amenazan su propia existencia sin contraprestación positiva ninguna a cambio.
[…]
No faltan razones para respetar a ciertas especies y evitar en lo posible la crueldad contra los individuos del reino animal, pero no se trata de razones éticas. Lo que aquí está en juego son valores piadosos -es decir, de orden religioso en sentido amplio-, valores estéticos, cuestiones de buen gusto (la brutalidad con los animales entra en el orden de la falta de elegancia y del desprecio a lo sensato de las formas), y sobre todo, consideraciones pragmáticas: la destrucción irresponsable de formas de vida puede llegar a afectar negativamente nuestra supervivencia. Todo ello configura una “estética de la generosidad”, como diría Nietzsche, sumamente digna de aprecio. Sin embargo, la ética es otra cosa y se propone otra empresa, aunque nada pueda disociarse de nada completamente cuando se trata de valores. Avecinar las quemas de herejes y la cruel cocción de la langosta, la tortura de los detenidos y el empacho de la oca productora de foie-gras, el militarismo belicista y las riñas de gallos es tomar una metáfora por su más obtusa literalidad y renunciar a entender nada.
Desde el lado opuesto, el director del Proyecto Gran Simio en España, Jesús Mosterín, recurría a la idea darwiniana de la evolución de la compasión en otro artículo añejo:
Los pensadores de la Ilustración, desde Adam Smith hasta Jeremy Bentham, pusieron la compasión en el centro de sus preocupaciones. David Hume pensaba que la compasión es la emoción moral fundamental (junto al amor por uno mismo). Charles Darwin consideraba la compasión la más noble de nuestras virtudes. Opuesto a la esclavitud y horrorizado por la crueldad de los fueguinos de la Patagonia con los extraños, introdujo su idea del círculo en expansión de la compasión para explicar el progreso moral de la humanidad. Los hombres más primitivos sólo se compadecían de sus amigos y parientes; luego este sentimiento se iría extendiendo a otros grupos, naciones, razas y especies. Darwin pensaba que el círculo de la compasión seguirá extendiéndose hasta que llegue a su lógica conclusión, es decir, hasta que abarque a todas las criaturas capaces de sufrir.
En fin, la cosa lleva décadas de tortas intelectuales entre unos y otros, como en su día otros humanos se daban hostias, y no sacramentales precisamente, sobre la cuestión de los derechos de los nativos americanos. De todo lo cual, un profano como quien ha osado escribir esta entrada solo puede concluir que, por muchas jurisprudencias, tomistas y behavioristas que valgan, como dice el biólogo Edward Wilson seguimos siendo cavernícolas, pero con tecnología de La guerra de las galaxias.
Pero, en realidad, este post no era más que una excusa para insertar este vídeo que ha tocado la fibra sensible de un bloguero ignorante de las elevadas cuestiones.
Será la Navidad… o no.
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