Revista Motor

De cómo ayudé a Papá Noel

Por Archivo De Autos

La mañana transcurría lenta, como aletargada, lo mismo que mi inspiración. Hacía casi una hora que miraba la pantalla en blanco. Mi editor ya me había despertado, muy temprano, para meterme presión por la escritura de ese relato fierrero.

De cómo ayudé a Papá Noel

El cual se negaba a salir de mis dedos. Mal podía escribir algo que todavía no había imaginado. Y eso que me jacto de ser muy imaginativo. Pero algo se había apagado dentro de mi cerebro. Tal vez el cansancio de todo el año, tal vez el calor de esa mañana de diciembre.

Pero todo eso no justificaba, ante la mirada de mi editor en jefe, que no tuviera listo el relato para el domingo. “Tenés dos páginas en la revista. Metele que es lo último que falta para mandar a impresión”, me atronó en el oído a las seis de la mañana.

Tardé varios minutos en procesar todo lo que había dicho. No contento con eso me siguió mandando mensajes por WhatsApp. Ya era acoso laboral. O vagancia intelectual de mi parte. Pero no se me ocurría una puta idea.

Estaba en esas divagaciones cuando el sonido de mi celular me sacó del letargo mental. Era Diego, un amigo fierrero desde hace muchos años. “Tenés de darme una mano. En realidad, la mano es para Papá Noel”, dijo a las apuradas, tal su estilo.

“Bajate de la moto un rato”, le dije para calmar su acelere habitual. “¿Qué me querés decir?”, le inquirí. Porque no terminaba de entender que me quería comunicar. ¿Quién era Papá Noel? Eso para empezar a entender su llamada alocada.

Más calmo me contó de qué iba la cosa. Una persona, que resultó que era un fierrero empedernido, como lo era Diego, se calzaba el traje de Papá Noel y salía a repartir juguetes en los hospitales.

Por un momento, y con mente materialista, pensé qué provecho sacaba de eso. Luego con el relato de Diego me di cuenta que no había ningún provecho económico, sino la de brindarle una sonrisa a los chicos internados.

Ya con esos datos no dudé en dejar de lado el relato fierrero, que me perdone el editor, y darle una mano a Papá Noel y a Diego. La ayuda venía en brindarles el transporte en mi Ford Falcon Rural del año 1968.

“Nos viene bárbaro porque parece que tiene los lados de madera”, casi gritó Diego en mi oído. La cita era para el otro día bien temprano, y duraría toda la jornada. Pensé que podía tener material para mi relato. Y no estaba equivocado.

Al otro día, tempranito, estaba en la puerta de la casa de Diego. Él salió vestido de verde con vivos rojos y un gorro. En la mano derecha traía otro traje igual. “Buen día. Este traje es para vos. Entrá y cambiate que te espero en la rural”, me dijo en un tono que no admitía discusiones.

Entré, me cambié y salí vestido como ayudante de Papá Noel. Lo que no esperaba era que Diego me sorprendiera con la foto. Lo puteé un rato. “Preparate para la selfi con Papá Noel”, dijo mi amigo y le dediqué una mirada de odio.

Salimos rumbo a la casa de Papá Noel, que no está en el Polo Norte, sino en un barrio que no se me permitió revelar. Lo que se dice un “off the record”. Algo que los que estamos en los medios periodísticos conocemos a la perfección.

Algo de ansiedad me produjo estar estacionado enfrente de la casa de Papá Noel. Tampoco puedo describirla. Ustedes comprenderán. Pero lo más curioso es que nunca le conocí la cara de civil a Papá Noel. Solo Diego la conoce y no quiso decirme quién es.

Por más que le retorcí el brazo y lo golpeé en la cara… No, mentira. Entendí que el tipo quiere mantener su anonimato y lo respeto. No quiere que su acción solidaria se asocie a su persona. Es un gesto muy loable de su parte.

Además, en el medio están los chicos. Por eso hay que ser cuidadosos al respecto. Lo cierto que el tipo tiene la humanidad suficiente para representar el papel sin un almohadón, como panza. Para ello se entrena todo el año…

Papá Noel, o Don Noel, como le comencé a decir, y al tipo le gustó, se acomodó en el asiento trasero. A mi lado se sentó Diego, ambos con el uniforme de ayudantes de Papá Noel. “Tenemos que pasar por el depósito”, disparó Don Noel desde el asiento trasero.

Pusimos proa para recoger los juguetes. El trineo lo llevaban, en una camioneta, los otros dos ayudantes de Don Noel. De los cuales tampoco tuve sus nombres. Por un momento me sentí como un espía en una misión comando.

El objetivo: repartir juguetes a chicos internados y salir lo mejor parados posibles. Ahí ya la cosa patinó un poco. No, porque no saliera bien. Todo lo contrario: salió perfecto. Los que no salimos igual fuimos los ayudantes de Don Noel.

La emoción, las lágrimas, mezcladas con el afecto del personal de los hospitales, que visitamos ese día, más el cariño de los chicos, hicieron el resto. Al final del día habíamos llorando más que toda nuestra existencia.

Don Noel nos miraba y asentía con la cabeza. “Pasaron la prueba”, nos dijo al final del día. “El año que viene cuento con todos ustedes. Y en especial con tu rural”, me dijo señalándome con el dedo.

Ahora tengo el celular de Papá Noel. Pero como comprenderán no puedo divulgarlo. Todo queda en el más escrito secreto. Al igual que un super héroe de historieta, donde no se conoce la verdadera identidad.

Lo único que les puedo decir es que Papá Noel vive cerca de nosotros. Solo basta con observar un poco para detectarlo. Pero cuidado, porque se pueden convertir en los ayudantes de Don Noel, y ser convocados de inmediato, con solo recibir un mensaje de WhatsApp.

Al igual que el teléfono rojo, hay que estar listo, y tener a mano el traje verde con vivos rojos. Y ni hablar de tener el tanque lleno de la Rural Falcon. Presta a salir raudamente a repartir juguetes a chicos que están internados.

Mi editor quedó contento con el relato dominguero. “¡Qué imaginación que tenés, te felicito!”, me dijo el lunes por la mañana, bien temprano, como es su costumbre de molestar. Claro que no sabe de todo los que les conté en estas líneas.

Pero eso queda entre ustedes y yo…

Cualquier parecido con la ficción es pura realidad. Este relato está dedicado a Eduardo Nolazco y Diego Abal. Ellos saben bien porqué…

Mauricio Uldane

Les dejo a los lectores de Archivo de autos otros tres relatos navideños que he escrito:

https://www.taringa.net/+taringa_at_night/la-tarde-que-conoci-a-don-noel_4zdeq8


https://archivodeautos.blogspot.com/2019/12/cross-country-de-navidad.html


https://archivodeautos.blogspot.com/2017/02/la-navidad-pasada.html


Todos los relatos con anécdotas, o de ficción, los pueden encontrar, para leer, en esta página del blog de Archivo de autos:

https://archivodeautos.blogspot.com/p/relatos.html


Archivo de autos es un sitio editado por una sola persona de forma artesanal, con los pocos recursos técnicos que dispone a mano.


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