Revista Comunicación

De cómo ganarse la vida en tres fáciles pasos

Publicado el 01 noviembre 2011 por Mariannediaz

Uno.

Son las diez de la mañana. Leticia se despereza de un sueño fácil, denso y liviano como un inmenso mar de leche tibia. Se levanta de la cama revuelta y se detiene, de pie frente al espejo. Examina su cuerpo sin afán de autocrítica, el abdomen plano, los senos de perfección quirúrgica, las piernas largas y afiladas, las nalgas firmes. Se revisa como quien chequea, punto por punto, los libros de contabilidad de una empresa bien administrada por su propio dueño. Luego se encamina al baño, donde la espera una larga rutina de aseo y de belleza. Tiene el día, y la vida, por delante. En su mente, elige a qué tiendas irá ese día, en cuál centro comercial gastará sus horas: tanta libertad para dar vueltas dentro de la circunferencia de un anillo.

Dos.

Son las diez de la mañana. En su cubículo, Gerardo se presiona los párpados con la yema de los dedos. No sabe si es fatiga o es hastío, pero se levanta a buscar café. Al momento de servirse nota que la cafetera está vacía, y el ánimo no le alcanza para poner a colar otra jarra. Arroja a la papelera el vaso plástico sin usarlo, con una sensación que no alcanza a ser rabia, que se parece más a la frustración. Regresa al escritorio, la mirada fija en la pantalla y sus casillas infintas llenas de números que ya no significan nada. El dolor de cabeza, que empieza a apoderarse de los ojos y el cuello, no consigue opacar la sensación de ser prisionero de las celdas de su hoja de cálculo.

Tres.

Son las diez de la mañana. Frente a la máquina de coser, Marlene lleva ya seis horas armando con cuidado las piezas de un vestido de novia que no es para ella. Ella jamás tuvo uno; en parte porque nunca le habría alcanzado el dinero para toda aquella tela, encajes y brillantes, tan costosos, y en parte porque nunca tuvo una boda. Sola, con dos hijas que mantener, Marlene sólo piensa en los centenares de canutillos y de perlas que tendrá que bordar sobre aquella falda inmensa, del tamaño exacto de las cuentas por pagar. Los pinchazos del cansacio en la parte baja de la espalda no consiguen distraerla de tanta libertad, para hacer equilibrio en la punta de una aguja.

 
(Un ejercicio de taller, hecho teniendo como disparador la frase “ganarse la vida”).


Volver a la Portada de Logo Paperblog