En el último número de Cahiers du Cinéma. España (nº 41, enero 2011) se recoge un estudio acerca de los senderos que ha tomado cierto cine francés, y que se resume bajo el epígrafe de “Cine francés: Utopías y refugios”. Uno de los artículos viene firmado por Stéphane Delorme y se titula “Los reyes de la evasión”, originariamente publicado en la edición francesa. En él se habla de una tendencia detectada en el cine de su país, que abandona el naturalismo individualista que estaba de moda, para huir de la realidad social más contemporánea y acomodarse en unas utopías complacientes y placenteras. Según él, en muchas películas recientes, el cineasta y el espectador han dejado de vivir de lo cotidiano por presentarse como algo arduo y exigente… y prefieren los lugares de ensueño, a la vez que han sustituido lo real y lo histórico por el Mito construido de manera artificiosa, y la comunidad por el individuo concreto.
Señala Delorme que el individuo huye ahora de una sociedad histérica y problemática… hacia no se sabe dónde, que siente nostalgia de un estado de naturaleza donde podría encontrar tranquilidad y placer sin un sentido de culpa, y que rinde culto al hedonismo en unas coordenadas donde el sexo ha desplazado al afecto individual y la utopía al compromiso social. Así, dice, en el cine se han creado utopías en las que se pretende construir héroes colectivos y en las que el yo personal ha quedado difuminado en el Mito, dando como resultado unas películas que son auténticas fábulas escapistas. En cierta medida, esta actitud supondría una vuelta al mayo del 68… con un espíritu libre que rechaza y quiere huir del sistema, pero desde la habitación y no desde la calle.
Sin entrar a cuestionar la tesis en su totalidad –hay elementos muy válidos, y algunas de sus conclusiones son sugerentes–, me centraré en una de las películas que menciona Delorme para fundamentar su tesis y en los comentarios que hace al respecto… para ofrecer a continuación otra perspectiva de lo que se esconde tras “De dioses y hombres”. Según Delorme, en la película de Xavier Beauvois el convento se ha convertido en una “utopía realizada” en la que los monjes ya gozan de una serenidad placentera y cuasi-mística, alejados de una realidad sociocultural-religiosa conflictiva y ajenos al mundanal ruido, habiendo renunciado a lo individual desde el momento en que se entregan en sacrificio para salvaguardar el sentido de la misión (y que se convierte en Mito al identificarse con Cristo en esa “última cena”).
Para Delorme, esas personas “que no hacen nada salvo rezar (…), se han anulado como individuos en la fraternidad” para crear un mito comunitario, y la película adopta una apariencia de fábula que se aleja de la vertiente naturalista y social. Beauvois habría creado una “burbuja de utopía” entre las paredes del convento, y se encontraría con un “falansterio inverosímil pues (…) ese candor y amabilidad de los monjes sorprende, seduce y deja perplejo al espectador”, que también queda sumido por las contradicciones que se dan –dice Delorme– en los dos momentos en que los frailes se reúnen para deliberar. Con todo, se habría dado un rechazo de lo real y de lo histórico en aras de otra realidad idealizada y falsa, y estaríamos por tanto ante una huida hacia el Mito en la que se perdería la alteridad hacia “el otro” (la historia personal).
Sin embargo, lo que Delorme no llega a analizar es precisamente el meollo de “De dioses y hombres”, aquello que lleva a Beauvois a meterse en el convento y acercar su cámara a esos monjes en un intento por comprender su comportamiento y su toma de conciencia en unas difíciles circunstancias: pueden abandonar un camino que es probablemente de muerte si se quedan, o permanecer leales a estas personas y a quien le condujo allí (Jesucristo y su misión). Ese es el dilema y el conflicto interior de los monjes, y su modo de proceder no se comprendería sin adoptar su propia perspectiva y mentalidad: es necesario entender que quieran salvar su vida (eterna y de paz en la conciencia) y lógico pensar que les asalten dudas en esa tesitura, que sin tener vocación de mártires les tiente la idea de poder continuar su labor en otros lugares… y también que acaben quedándose con gozo (como se ve en esos primeros planos de esa cena con Tchaikovski de fondo) y sean conscientes de que deben mantenerse íntegros en su actuar… igual que cuando el entorno era favorable.
Los monjes entienden bien el sentido de su vida y se muestran cada uno dueños de su propia conciencia individual, sin perder en ningún momento el contacto con la realidad. No quedan tampoco anulados o asumidos en la comunidad, ni escondidos en la irrealidad de un mundo mitificado. No renuncian, en definitiva, a su condición humana, real e histórica, para caer en idealismos pretenciosos de paz, convivencia o santidad. Se muestran, por contra, en todo momento próximos a sus vecinos musulmanes y conscientes de los peligros que corren, con las lógicas incertidumbres y dudas… que no suponen una contradicción con su fe ni una huida de una sociedad hostil, sino humanidad y espiritualidad. En la película –y en la realidad histórica, aunque eso no entramos a analizarlo aquí– se nos presentan como seres de carne y hueso, que no buscan lo cómodo y placentero (la mística habría que decir en este caso; en otras de las películas mencionadas por Delorme, se trataría de sexo o de una felicidad natural) sino mantener un comportamiento según los dictados de la conciencia, en respuesta a lo que Dios y los demás esperan de ellos.
De todo lo dicho, se podría concluir que no hay mayor realismo que el ofrecido por “De dioses y hombres”, siempre que el cineasta/espectador/crítico estén dispuestos a aceptar que lo espiritual es tan real como lo físico o lo social, que el hombre tiene resortes interiores para mover a la voluntad en una dirección… que hacen que su actuar no se explique sólo con lo instintivo o lo meramente racional, o que desemboque irremediablemente con la fuga hacia paraísos imaginativos, con la venganza o cualquier otro mecanismo de huida hacia adelante. Ciertamente Beauvois recurre al fuera de campo para no mostrar la violencia de esos días o dejar oculto entre la niebla el futuro de esos monjes secuestrados, porque lo que le interesa es la historia interior de sus protagonistas. También es verdad que se entretiene con ellos durante sus rezos y cantos litúrgicos… pero son únicamente pinceladas para un retrato real y verdadero de los monjes, para ayudar al espectador a que se impregne de un sentimiento de paz y bondad que ellos tienen en su alma, porque Beauvois entiende que esos “momentos de rezar” son precisamente los que explican y sostienen la actuación diaria de los monjes, el sentido de su renuncia y también el de su posible sacrificio con el martirio si es preciso. No nos olvidemos: se trata de comprender a los monjes, y por eso el guión se esfuerza por ser honesto, coherente, profundo y espiritual.
Por eso, tan real, histórico y personal será el Oficio divino como esa confidencia del hermano Luc con la joven argelina que es llevada a un matrimonio de conveniencia, o esa plácida última cena mencionada como la otra alterada de la Nochebuena, o la angustia que ha sufrido el prior en la soledad de su oración como la duda que asalta a uno de los hermanos en su celda. La cuestión fundamental que hay que respetar es que cada película pide adoptar la óptica de sus personajes, con su propia cultura, su mentalidad histórica y sus profundas convicciones (religiosas en este caso), para así poder comprenderles y entender el desarrollo de la trama. Y el problema es que muchas veces, el que escribe o el que lee quiere hacerlo girar todo en torno a sus pre-juicios y a sus actuales coordenadas… y si no coinciden, intentará explicarlo adaptando el contenido al continente, o cayendo en planteamientos reduccionistas y siempre empobrecedores.
Es evidente que tratándose “De dioses y hombres” de una gran película, puede ser entendida rectamente y apreciada en toda su profundidad por espectadores no creyentes, y no sólo por aquellos que comulguen con la fe de los protagonistas. Pero a unos y otros se les exigirá que se vistan durante dos horas el hábito de los monjes y que calcen sus sandalias –como hicieron los actores, en unos trabajos extraordinarios–, porque sólo entonces disfrutarán plenamente de esta película, enormemente humana y divina, tan heroica como cotidiana, tan física y material como espiritual… y eso sin necesidad de evadirse a mundos imaginarios ni refugiarse en utopías de desencanto. Basta con querer a los personajes y tratar de ponerse en su lugar.
En las imágenes: Fotogramas de “De dioses y hombres” – Copyright © 2010 Why Not Productions, Armada Films y France 3 Cinéma. Distribuida en España por Golem. Todos los derechos reservados.