No hay manera de que se termine esta desesperante ola de calor. Cada uno tiene su remedio pero una cervecita en compañía silenciosa y una buena lectura (no hace falta que sea Grey) te lo hace más llevadero.
Si hay algo que me apasiona es la comunicación; su formas (verbal, gestual…), sus técnicas (oratoria, teatralidad, escritura…), sus creadores (los clásicos griegos…) y sobre todo sus orígenes.
Este buceo me lleva a analizar el comportamiento humano y con él me sumerjo apaciblemente en las aguas de La Creación, La Evolución Humana Y La Antropología Social… qué placer. Y es aquí donde llegan los delirios, me planteo preguntas y busco respuestas… si las hay.
Parte I. De dónde venimos
Aunque no lo creas todavía andan a vueltas antropólogos, científicos, físicos y teólogos sobre el origen mismo de la vida. Según a quién escuches o leas el origen de la vida tiene una explicación u otra.
Para los científicos el origen de la vida es el resultado del famoso caldo primitivo que a partir de carbono, nitrógeno e hidrógeno más un poco de radiación ultravioleta creó moléculas de ADN como origen primario de la vida. Umm… vida a partir de la nada… un poco complicado de asimilar.
Para los antropólogos el hombre es el resultado una evolución compleja y asombrosa a partir de una de las muchas razas de primates durante los últimos 4 millones y medio de años, transformándose, por puro azar natural, más rápido y mejor que ninguna otra especie sobre la tierra.
Para los físicos el descubrimiento del Bosón de Higgs da respuestas a la creación de la masa, y por tanto de la materia y el universo, pero no de la vida.
Para los cristianos y los creacionistas evolutivos hay una existencia eterna y sobrenatural y así Dios creó todo en 7 días; el primero la noche y el día, luego el cielo y el mar, después las plantas, el sol, la luna, los peces, las aves, los animales de la tierra y los seres humanos… y al séptimo día descansó.
Cada uno puede elegir libremente su fe en cualquiera de ellas o ¿por qué no? planteárselas una a una como estoy haciendo yo, mirando al cielo y buscando respuestas.
Parte II. Pero todo esto, ¿es científicamente cierto?
En el campo científico hay muchas cosas que no cuadran desde la Teoría del Origen de las Especies de Darwin. Para empezar no hay ninguna evidencia científica (o sea, demostrable), que sostenga esta teoría de la selección natural para explicar la evolución pero tampoco está rebatida por la biología. Por tanto, el evolucionismo la mantiene como suposición más probable, al igual que hacemos todos.
Desde el punto de vista antropológico hay tantas lagunas que sólo podemos intuir el proceso evolutivo como un puzzle con muchos más huecos que piezas, como reconoce el propio Arsuaga (el director de la investigación en Atapuerca). Por no hablar de la dudosa fiabilidad de las dataciones de carbono 14 (sólo válidas hasta 50 mil años) y otras técnicas empleadas ¿de verdad podemos aseverar cosas de hace 600 millones de años atrás hasta el período cámbrico? Si es así, es realmente fascinante.
En el lado físico la partícula de Higgs (que no se ve pero se intuye), mal llamada partícula de Dios, da respuestas más cercana a la existencia y origen del universo y la materia que de la vida.
Y desde el punto de vista cristiano casi todo está en el Génesis, escrito por Moisés con una antigüedad cercana a los 3 mil años y cuyo contenido nos desvela que la historia moderna de la vida en la tierra comienza hace más de 4 mil años tras el Diluvio Universal (algo que además forma parte de la historia en la mayoría de religiones y culturas como la hindú, la griega, la maya, la azteca, inca, mapuche…).
Vaya lío.
Parte III. Moralidad y conciencia de uno mismo
Sea cual sea la verdad física, científica o antropológica sobre el origen de la vida y del propio hombre, una pregunta sobresale tras superar esta fase originaria: ¿Cuándo el hombre deja de ser un animal para ser una especie inteligente, con criterio moral y conciencia de sí mismo?
Para el cristianismo está claro: Dios creó al primer hombre, Adán (je, je como yo) y en ese instante le dio un soplo divino, un alma racional, por lo tanto conciencia sobre sí mismo y sobre el bien y el mal.
Probablemente Adán dejó de ser un homínido (por lo tanto un animal) que tras millones de años en la tierra evolucionara (o se transformara) hasta estar capacitado para ser definitivamente un hombre. Tendría 200 mil años según algunas interpretaciones bíblicas –no sin controversia-, ¡justo la edad del Homo Sapiens!, o sea nosotros.
La antropología, la ciencia y la física saben que estas cuestiones, ajenas a la visión uniforme de la vida como un concepto global y natural, no sujeto a lo sobrenatural, generan una gran controversia y en la mayoría de ocasiones se obvian para no echar más leña al fuego del debate Creacionismo-Evolucionisno.
Sin embargo la piscología (la ciencia que estudia la conducta o los comportamientos humanos y los procesos mentales) sí se lo plantea. Tener conciencia de uno mismo es darse cuenta de quién soy, cómo soy y de cuál es mi entorno, y por lo tanto sentido del bien y el mal y de la libertad, una cualidad que parece no tener otra especie del mundo animal: somos los elegidos.
Parte IV. Si no acabo ya, me da un síncope
Esto se complica, sube de rango… ¿Pero no iba yo a hablar de comunicación y lenguaje? Si es que ahora que comprendo que el lenguaje no es cualidad única del ser humano (¡lo hacen también los loros!) veo que esto no tiene final.
El calor, y las miradas al horizonte dese la línea del mar me están llevando a una dimensión apasionante pero complicada para un cerebro limitado en capacidad y conocimiento como el mío.
¿Será que he pasado la barrera del 10% de uso sobre mis 2,5 millones de giga bytes que alberga el cerebro humano? Me va a dar dolor de cabeza.
Como veis poco espacio queda para nuestro destino, aunque algunas claves ya las hemos dejado intuidas. Prometo volver… antes de otoño.
Ah, y por favor que nadie se crea nada de lo aquí escrito. Son sólo reflexiones al calor del fin del verano.
Para leer más artículos de la serie
- Supongo que vivo en otro mundo. (Reflexiones de fin de verano I)
- El optimismo no paga la hipoteca (Reflexiones de fin de verano II)