Cuando ella llega, el tiempo se detiene, y cae desmayado ante sus piernas, como un enamorado enloquecido. Bien torneadas sus (extremidades inferiores), de una perfección más que suprema, y de una redondez, que le levanta la presión arterial a cualquier vidente. El viento excitado le alza (levemente) su pequeña falda (de colegiala) y se alcanza a ver un calzón blanco, bien amoldado a sus glúteos, maravillosos, estupendos. Dicen (algunos apasionados), que una vez que has visto, esa parte especifica del cuerpo, jamás la puedes olvidar, te trepana el cráneo, y se tatúa (la imagen) sobre una parte del lóbulo frontal, haciéndote un esclavo impetuoso. Y de su piel tersa, resplandeciente, e inquietante, brota algo así, como un deseo “infernal”, que nunca, en ningún tiempo, te dejará de perseguir, y escucharás un eco eterno: Soy el deseo, soy la pasión. En cada uno de sus suculentos movimientos, que realiza al caminar, su trasero se magnifica, se eleva, y adquiere toda la fogosidad necesaria, para hacer que quienes tienen el privilegio de observarla, los devore el hambre de amor sexual. Pero ese cuerpo me pertenece, es mío, todo, aunque lloren sus múltiples pretendientes.
Algunas veces mis manos de “pervertido”, le han subido la minifalda, con suavidad, otras con brusquedad, y he tocado sus exquisitas pompas, y con tan sólo el contacto mencionado, me erecto como un “demonio” lujurioso. Las bragas tienen una importancia capital en esta mujer (cuyo nombre nunca señalaré), pues… usa de diversas telas: satín, seda, algodón; transparentes, claros, y demás, que se acomodan divinamente en semejantes posaderas, llenas de exaltación sensual… Soy uno de los privilegiados en alzarle el vestido, para saber que tipo de calzoncillos lleva en determinado día, y ella (la bella), dice: Los que te gustan mi amor, mi José Alberto. Cuando trae sus medias oscuras y su calzón negro, ¡oh!, caigo rendido ante sus encantos, como un devoto de Afrodita. Al sólo mirarla, me desboco, como una animal en celo, grito, y aúllo, pierdo la razón, y toda mi potencia se concentra en mi falo, el cual es un “fierro” al rojo vivo, presto, listo, para hacer el coito, para la bendita comunión carnal. Ella (la divina) es carne trémula, vibrante, palpitante, que siempre está presta, dispuesta (aunque no se lo proponga), para inquietar hasta el espíritu más estoico. Mi mujer, hace que mis latidos del corazón, se multipliquen y que en lugar de palpitaciones, corra un río de feromonas, buscando el océano de su cuerpo. El talle de semejante dama, tiene una suavidad, (tersura), sobresaliente, y un movimiento único en su género. Cualquier vestido (de tela fina), se acomoda con una exquisitez muy especial, en el cuerpo ardiente, de mi amante consumada. Hasta la tela está en riesgo de arder en llamas, al contacto con la piel voluptuosa, de mi querida y sabrosa mujer. Su ombligo (profundo) es un almacén de sirenas ebrias con progesterona, que desnudas nadan enseñando sus pechos, para excitar a los noctámbulos peces delirantes, que buscan donde depositar su testosterona. Ahora que narro estás líneas, no estoy en mí, estoy en su apetitoso cuerpo de diosa dormida, esperando, que estemos juntos, para tumbar el cielo con nuestros gemidos. Su torso es un volcán de lava ardiente, que al menor contacto, que tenga mi lengua, (ésta) se convierte (por arte de magia) en una serpiente, que con sus movimientos lentos y rasposos, hacen del deseo de mi hembra, un grito estridente de puro deseo. Le beso, le succiono, le chupo, le lamo, le absorbo, todos los henchidos pechos, mientras ella (la preciosa), se revuelca en la cama (acolchonada) del cielo. Ella me grita, (exclama) mientras variadas gesticulaciones, adquiere su apasionado rostro: Tómate (toda) mi leche de mis pechos, déjame sin ninguna gota de lácteo materno. Cuando me enseña sus senos en todo su esplendor, me transporta al nirvana sexual, y caigo en un éxtasis total. Presa de “alucinaciones”, no existe mejor “droga” que el sexo, me entrego como el sediento al agua (fresca) de sus erectos y sonrosados pezones. “Mátame” del más puro amor, hazme que observe la luna decapitada, que (mire) cuando se desplome el ardiente sol, me grita, me exige, mi compañera, cuando estamos cabalgando nuestros cuerpos en un verdadero coito. Su espalda (primorosa) está delineada, por algún pintor cósmico, y es tanta su belleza, que con tan sólo mirarla, enciende todo mi fuego… Y cuando inicio tocando todos (uno a uno) los contornos (del dorso), lentamente, con suavidad extrema, con un ardiente deseo, me “convierto” en “lobo” citadino, sediento de un goce gigantesco. Somos como dos máquinas humanas (mi señora y yo), que estamos (diseñadas) para en cualquier momento, en cualquier lugar, entregarnos a lo más sublime de esta vida: La fornicación (entrañable). El amor sexual no es para improvisados, principiantes, es para seres excelentemente preparados, para lograr la mejor unión de sus fogosos cuerpos… Aquí estoy sudando cascadas de lujuria, embotados todos mis sentidos, y hasta lanzando mi semen (todo), en el templo de mi adorada damisela. Nuestras lenguas se entrelazan entre un mar de saliva, y juguetonas, se mueven (se arrastran) al compás de deseo lascivo. Cuando junta su cuerpo (en celo) al mío, casi me derrite, me deshace, me desmorona, y deja su contorno grabado, en mi cuerpo en llamas. Después le beso el cuello, con incontrolable pasión, le dejo un sinfín de marcas (símbolos etéreos), donde se puede leer: esta señorita es un lienzo (fino), donde escribo (con mis besuqueos), que ella es toda mía, y me pertenece, eternamente… En el momento que nos tocamos, al mismo tiempo, a lo lejos parece una hoguera, donde dos cuerpos (como leños) se consumen con gozo desmedido, que hace que nuestra luz, ilumine hasta la noche más oscura. Ella orina mi bello rostro (de monje mundano), donde dibuja una pintura amorosa (áurica), y deja un olor único, delicioso, superior a cualquier fragancia. Cuando llueve cascadas de sangre (menstruante) de su ser, adquiere ese olor, (único) de Diosa Apasionada, que me transporta, de inmediato, al “país abstracto” del deleite lúbrico. Cada cópula que realizamos, es un viaje lleno de jadeos, gemidos, sudores, altas respiraciones, que nos encaminan, sin ninguna duda, a la santidad voluptuosa.
Este texto está dedicado a una mujer, que es mi vehículo al paraíso de la carne palpitante…