He pasado un fin de semana de lujo en Sevilla, adonde acudí para recoger el IV Premio Ateneo de Sevilla de Novela Histórica, que gané con El tesoro de Vulturia. Fui el viernes por la tarde y regresé el domingo por la noche. Tuve tiempo para todo. Firmé en varias casetas de la Feria del Libro, instalada en la plaza Nueva, recogí el premio de manos del presidente del Ateneo sevillano y aún me sobró para disfrutar de la ciudad, pasear en compañía de mi mujer y degustar las famosas tapas de los bares y tascas. Se llevaron la palma los caracoles de los garitos de la plaza de la Alfalfa, muy recomendables, aunque resulta dificil hacerse con una mesa en la terracita, a la sombra.
(En la terraza del bar Gran Tino)
La entrega del premio fue el domingo, en la pérgola de la feria, en una tarde en la que el verano acabó de explotar definitivamente. Allí, a la sombra de los toldos, el presidente del Ateneo de Sevilla, Alberto Máximo Pérez Calero, el editor de Algaida, Miguel Ángel Matellanes, y este servidor compartimos un rato agradable de charla ante el público antes de celebrar el acto protocolario de entrega del galardón.
(Un momento del acto en la pérgola de la feria del libro)
Este premio ha significado algo muy especial para mí y así lo expliqué haciendo un simil taurino. Lo mismo que el novillero recibe la alternativa de un matador consagrado en cualquier plaza de España, así recibí yo la alternativa en el mundo literario de manos del mejor maestro que podía soñar. Fue Juan Eslava Galán quien en 2001 me entregó los trastos propios de este oficio. Él presidía el jurado del primer premio que gané, el Diablo Cojuelo de Novela Picaresca, de Écija. Fue con mi novela El rabo del diablo, una comedia de enredo en el Madrid actual. Diez años después, no muy lejos de donde recibí esa alternativa, el premio Ateneo viene a ser, al menos para mí, la confirmación, el espaldarazo que me convence de que esa carrera que inicié con el pequeño empujón de Juan Eslava ha discurrido por el camino correcto y que ha merecido la pena el esfuerzo.
(Con Eslava, en Ecija. 2001)
También hablé de la novela, de su contenido y de algunos de los arquetipos que he incluido en ella. A veces, los colegas periodistas, cuando te entrevistan con motivo de la publicación de una nueva obra, suelen preguntar por "el mensaje que ha querido usted transmitir con esta novela". Entonces uno se ahueca un poco, y responde complacido: "me alegro de que me haga esa pregunta", y a continuación se inventa raudo un mensaje cualquiera. Porque, no nos engañemos, normalmente no buscas transmitir ningún mensaje ni la novela lo lleva; solo quieres divertirte tú escribiéndola y concederle a los lectores unas horas agradables y entretenidas con tu trabajo. Pero, claro, no es muy brillante decir eso, especialmente si te preguntan directamente por el mensaje profundo que contiene tu obra.
Pues mira tú por donde que yo en esta novela sí he querido dejar claros un par de conceptos, no tanto un mensaje, lo cual sería muy pretencioso. Pero dichos conceptos no los explicaré aquí. Quien quiera conocerlos (y de paso hacerse una idea de por dónde va la novela) que lea este otro post: Los enemigos del Hombre. En sus dos primeros parráfos están definidas las ideas subyacentes de El tesoro de Vulturia, aunque la trama de la novela es algo más compleja.
El caso es que después del rollo en el que comenté estas y otras cosas, el editor de Algaida me entregó el cheque con el premio (visiblemente mermado por Hacienda) y luego el presidente del Ateneo me obsequió con una bonita (y pesada) escultura que representa el logotipo de Algaida.
(Entrega del premio Ateneo de Sevilla de Novela Histórica 2010)
Pérez Calero, un hombre encantador, me recordó luego que al haber ganado el premio me convierto automáticamente en miembro de pleno derecho del ateneo sevillano, con lo cual ya soy biateneista, pues también obtuve en su momento el de Valladolid con Cuando el cielo se caiga.
Cerré la jornada firmando en otra caseta en la que por fin pude reposar la sobredosis de caracoles y cerveza. Ahora me toca volver al castigo del régimen que me impuso la doctora por haber dado positivo de triglicéridos en el último control antidopaje al que me sometieron.
(En una de las casetas antes de comenzar las firmas del sábado)