Dentro de lo desconocido o curioso que parece para un occidental gran parte de la civilización oriental, hay concretamente dos prácticas que por su relevancia en torno a la figura femenina, así como su historia o características resultan de lo más peculiar:
1. El papel de las Geishas japonesas.
Presentes en Japón desde el siglo XVII hasta la actualidad (aunque ahora en reducido número y exclusivas zonas), sus funciones están centradas en el entretenimiento de reuniones privadas masculinas gracias al ejercicio de sus refinadas dotes para la conversación, la danza, el canto o la música, que poco o nada tienen que ver con la práctica de la prostitución. Elegidas entre las muchachas de mayor hermosura y una vez concluido el aprendizaje, su papel queda reducido al de animadora o artista en banquetes particulares o en las múltiples casas del té del país. Aún así, a decir verdad, si que pueden llevar a cabo un coqueteo con el cliente dentro de los cánones tradicionales, pero en ningún momento (a no ser que la geisha a título personal y fuera de su función como tal acceda a la propuesta del demandante) sus servicios van unidos al pago por una actividad sexual. Aunque en ciertas ocasiones estas sometieron su virginidad y entrega sexual a un único cliente (danna) responsable de haber costeado los gastos de su formación.
Por lo que se refiere a su estética, son variados los signos que permiten distinguir a una auténtica Geisha, aunque no sin dificultad de las prostitutas japonesas (orian) que haciendo gala de un patente intrusismo profesional pretenden atraer a los turistas con un atuendo similar. Sea como fuere, sus señas de identidad se presentan claramente definidas: un peculiar maquillaje aplicado en su rostro, el uso del kimono como vestimenta habitual o los diversos tipos de peinado para representar diferencias en el estatus o la edad, que las han convertido por méritos propios en un icono legendario de la cultura popular.
2. ¿El tamaño importa?.
Proceso iniciado en una ñina china a comienzos del S. XX.
En la cultura China y su universo femenino destaca otra costumbre, que es cuanto menos peculiar.
Desde el siglo X se consideraba tradicionalmente bello un pie de reducido tamaño, por lo que esta creencia se convertía consecuentemente en requisito imprescindible para la "formación" de una hermosa mujer. Aunque el procedimiento para conseguir la perseguida reducción, no estaba exento de dolor. El vendaje se iniciaba con la niña entre los 4 y 6 años de edad, poniendo los pies en remojo en agua mezclada con hierbas (para aplacar infecciones) y cortando las uñas de la niña tanto como fuera posible. Tras un tiempo se llevaba a cabo un continuo masaje y, los cuatro dedos más pequeños eran fracturados. Se los vendaban con seda húmeda y apretada contra el talón, que sería retirada cada dos días para volver a repetir la operación. Todo ello finalizaba a los dos años (los nervios se mueren y acaba la sensación de dolor) cuando sus pies medían tan sólo 10 cm de longitud, aunque las vendas continuarían presentes cerca de una década después intentando disminuir cada vez más sus dimensiones. El resultado, más allá del carácter deplorable de la práctica, dejaba unos pies deformes con extraña aspecto de cuña y propensos a las infecciones, en una mujer que apenas podía andar y mantener el equilibrio.
Zapatos especiales para una mujer adulta.
Clasificados los pies en categorías según su tamaño, recibían la denominación de: Flor de loto de oro (7,5 cm de longitud), Flor de loto de plata (10 cm) y Flor de loto de Hierro (Más de 10 cm), en un alarde de fetichismo sexual que relacionaba sus minúsculas proporciones con el mayor o menor erotismo de la mujer.
Prohibida esta costumbre en 1911 y perseguida duramente por las autoridades comunistas, consiguió perdurar en la zonas rurales y montañosas hasta el punto que la última fábrica dedicada a la producción de sus especiales zapatos cerró, en el cercano 1998.
A continuación otras imágenes relacionadas:
Radiografía del resultado
Grabado chino del sigloXVIII.
Simulación de la adaptación del pie al calzado
Una de las últimas ancianas en las que perduran las consecuencias.