Revista Sociedad

De Guillena a Newtown

Publicado el 17 diciembre 2012 por Joaquim
De Guillena a Newtown
Hoy pensaba dedicar un post a analizar la matanza de escolares y maestras en una pequeña ciudad del Estado norteamericano de Connecticut, pero se me ha cruzado por en medio una noticia aparecida en EL PAIS de ayer, domingo. Resulta que en una población de Sevilla, de nombre Guillena, han vuelto por fin a casa -en realidad, al cementerio del pueblo- 17 mujeres de esa localidad andaluza que fueron asesinadas por los "Salvadores de España" hace tres cuartos de siglo.
La noticia de EL PAIS se titula "17 rosas vuelven a casa con dignidad".  Esas 17 mujeres, que tenían entre 24 y 70 años cuando murieron, fueron asesinadas a tiros en noviembre de 1937 por falangistas y guardias civiles por no querer delatar a sus maridos y otros familiares huidos. Se las llevaron en un camión y luego de asesinarlas en Gerena, un pueblo vecino, arrojaron sus cuerpos en una fosa común donde han permanecido hasta que sus descendientes han logrado rescatar los despojos y trasladarlos al cementerio de Guillena. El rescate ha sido posible porque un testigo,  que  siendo niño presenció la matanza encaramado en un olivo, habló por fin, cuando ya es un anciano y nada tiene que perder.
Imaginen ustedes. Han tenido que pasar 75 años para que los descendientes de esas 17 mujeres, hijos e hijas que se están muriendo de viejos, puedan recoger los huesos de sus madres y darles sepultura cada cual conforme a sus creencias. Eran madres, hermanas, novias... que no quisieron delatar a sus hombres. Las asesinaron por ese delito quienes decían traer "un nuevo amanecer para España", los falangistas, y quienes decían ser los garantes del "orden público", los guardias civiles; unos y otros en realidad alimañas dañinas, como demostraron en este y en tantos otros sucesos semejantes ocurridos a lo largo y ancho de la geografía española en esos años terribles.
Loa asesinos ya están muertos, obviamente: el paso del tiempo no perdona a nadie. Sin embargo sus descendientes siguen pisando las mismas calles que pisan los hijos y nietos de sus víctimas, y siguen sin duda disfrutando de cuanto aquellas bestias consiguieron a través de sus actos criminales, y no me refiero solo a bienes económicos robados. Verdad, justicia y reparación, son los únicos lenitivos posibles para tanto dolor y tanta injusticia, ciertamente. Pero alguien debería ir un poco más allá, y empezar a pedir cuentas de verdad, con nombres, apellidos y fotografías: hay que conocer las caras de esas fieras, como conocemos por ejemplo la filiación y los rostros de los verdugos del régimen nazi alemán. 
Casi al mismo tiempo del rescate llevado a cabo en Guillena, se produce una matanza en una escuela primaria estadounidense. Han sido 27 personas las que han perdido la vida, de ellas 20 niños de 6 y 7 años.  Han muerto porque un imbécil quiso gritarle al mundo su miedo y su vacío, y a la vez ejercer ese siniestro derecho que garantiza la Segunda Enmienda (¿en mierda?) de la Constitución de los EEUU de Norteamerica: el derecho a portar armas y a usarlas "en legítima defensa". El tarado mental que ha firmado la matanza entendió que se estaba defendiendo legítimamente del mundo, y que por tanto tenía derecho a fulminar cuanto respirara a su lado, comenzando por su propia madre, quien le había inoculado desde niño esas ideas y la manera de llevarlas a cabo mediante el "amor a las armas" y las prácticas de tiro realizadas mediante el arsenal que la Gorgona atesoraba en casa, del que por un extraño acto de justicia fue la primera y de algún modo merecida víctima.
La matanza de Newtown ha aparecido en todos los medios, españoles singularmente los audiovisuales, con un despliegue informativo apabullante. Son cosas que pasan en EEUU, nos dicen, aquí eso no sucederá jamás. Hay quien apela a la psicología del Lejano Oeste como justificación, otros recuerdan que desde 1968 en EEUU ha muerto a tiros casi medio millón de personas. Claro que todos esos muertos están enterrados con honores familiares, sus asesinos ejecutados o en prisión, sus bienes embargados y su memoria maldita para el conjunto de la sociedad estadounidense.
De Guillena en cambio no ha habido noticia, desde luego no en los medios públicos de titularidad estatal. Es una vergüenza. Y el caso es que la noticia tiene hasta su morbo, un gancho que haría relamerse a las televisiones españolas en otros casos: 17 mujeres vejadas, ultrajadas, peladas, golpeadas y finalmente muertas a tiros; un reality como ninguno, pero ni por esas. No interesa. En realidad, para quienes manejan la cosa esos muertos están bien muertos. Sino lo creen pregúntenle al suegro del actual ministro de Justicia español, sin ir más lejos.
Más de cien mil muertos de hace setenta y cinco años siguen esperando en las cunetas de toda España a que permitan su rescate. Cuando los restos de 17 vuelven a casa, las televisiones de la España Una, Grande y Libre no tienen tiempo para ellos ni para sus historias, terribles historias: las teles andan todas en Newtown, Connecticut, EEUU, muy ocupadas corriendo como galgas tras el notición mundial de este fin de año.
Hay muertos de primera y otros de segunda, ya ven. Y muertos a los que hubo que matar para salvar a España y de paso, hacerse con una fortuna personal. Eso lo sabe mejor que nadie el camarada Utrera Molina, último jefe del extinguido Movimiento Nacional franquista y suegro de Alberto Ruiz Gallardón, actual ministro de Justicia y por tanto máximo responsable de la aplicación de la Ley de la Memoria Histórica.
En la fotografía que ilustra el post, familiares y vecinos transportan al cementerio local los restos de las 17 Rosas de Guillena.

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