Entre las situaciones que estamos viviendo como consecuencia de la crisis causada por este coronavirus hay algunas que me han enseñado (y confirmado) algunos aspectos de las relaciones humanas que ya intuía pero que se han puesto muy claramente de manifiesto.
De todas ellas, la que más me ha sorprendido, por decirlo de alguna manera, es la facilidad con la que se critican las decisiones que toman los que han asumido la responsabilidad de solucionar los problemas que la crisis ha traído.
Me sorprende la virulencia con la que algunos sectores atacan y cuestionan todas y cada una de las decisiones y medidas que se intentan implementar.
En una situación normal, lo entiendo. Lo acepto entonces como crítica legítima incluso cuando lo único que se pretende es desgastar y tumbar al que ejerce el poder, para sustituirle.
Pero en la situación actual... Cuando nuestro país se enfrenta a la mayor crisis sanitaria y económica en muchas décadas. Cuando hay miles de vidas en juego y tiemblan los cimientos de nuestra sociedad.
No entiendo que se adopte esa postura tan crítica y destructiva. Deslegitimar al que gobierna a costa de todo, poner la ideología o los intereses particulares por encima del bien común y de la búsqueda de la salida a los problemas es, cuando menos, mezquino.
En estos tiempos no me cuesta empatizar con los que tienen responsabilidades de gobierno, en cualquiera de sus niveles. No quisiera verme en el pellejo de muchos de ellos, enfrentados a tener que tomar duras decisiones, sin hojas de ruta ni experiencias a las que mirar. Imagino sus dudas, sus desasosiegos...
La única respuesta que se me ocurre útil es el apoyo incondicional. Aunque creas erradas sus decisiones. Aunque pienses que tú en su lugar lo harías mejor.
A mucho menor nivel, como trabajador social y responsable técnico de un servicio, también me ha tocado tomar decisiones difíciles. Nuestro trabajo toca áreas fundamentales de la vida de la personas y en este contexto de crisis la intervención se ha tornado extraordinariamente compleja. Y en ella he podido sentir quien se situaba en posición de ayudar y quien, respondiendo a sus intereses particulares, se dedicaba a poner obstáculos.
Como en tantas ocasiones, el bien comun entra en conflicto con lo particular. Optar por un camino u otro es lo que marca la diferencia entre avanzar juntos como comunidad resolviendo los problemas o transitar por los caminos del "sálvese quien pueda".
Porque en estos caminos, ya sabemos quién se queda siempre atrás.