Revista Arte

De la gracia a la dignidad, Schiller

Por Peterpank @castguer

Puesto porJCP on Sep 5, 2012 in Autores

De la Gracia a la Dignidad, Schiller.

Del preferente interés de Schiller por la función social de lo bello, por lo que significa en relación con los eternos problemas de la cultura humana, como función necesaria en la vida del hombre en su camino hacia la perfección, nacieron las Cartas sobre la educación estética del hombre. Pero su causa inmediata fue el desarrollo de la revolución francesa, cuyos primeros paros había seguido Schiller con entusiasmo, pero cuyos excesos posteriores le inspiraron horror. El ensayo tan lamentablemente fracasado de establecer la sociedad humana sobre las leyes de la razón le indujo a escribir su obra, que señala el camino hacia la libertad a través de la belleza.

Lo que había quedado frustrado en París, lo quería solucionar nuestro poeta de una manera diferente y mejor. La necesidad física organiza el Estado según las leyes de la naturaleza. Pero el hombre, como personalidad moral, no se conforma con este Estado de emergencia y trata de transformarlo, según las leyes de la razón, el Estado natural en Estado moral.

Arriesga la existencia de la sociedad por un ideal de sociedad solamente posible, aunque moralmente necesario. Tiene, pues, que buscar un apoyo en un tercer Estado que, afín a ambos, facilite una transición del imperio de las fuerzas al imperio de las leyes y que, sin estorbar al carácter moral en su evolución, se constituya, al contrario, en prenda sensible de la moral invisible.

La razón postula la unidad, pero la naturaleza la multiplicidad y ambas legislaciones reclaman para sí al hombre. La ley de la primera le está impresa por una conciencia incorruptible y la de la segunda por un sentimiento imborrable.

En consecuencia, acusa educación aún defectuosa el que el carácter moral pueda sostenerse sólo por el sacrificio del ,natural. Al extender el reino invisible de la moral, no se debe despoblar el reino de los fenómenos. Equidistante de la uniformidad y de la anarquía se encuentra la forma triunfante. Totalidad de carácter debe, pues, hallarse en un pueblo que pretende ser capaz y digno de cambiar el Estado físico por el Estado moral.

Pero ¿es éste el carácter que nos presenta la época actual?, pregunta Schiller34. Los corrompidos fundamentos del Estado, natural ceden y parece dada la posibilidad física para exaltar la ley en su trono, para respetar finalmente al hombre como fin en sí mismo y fundar la sociedad política sobre la verdadera libertad. Pero falta la posibilidad moral y el momento generoso encuentra una generación inaccesible a sus dádivas.

En las clases bajas se nos muestran los instintos groseros y anárquicos, y en las clases civilizadas una relajación y una depravación del carácter que indigna tanto más cuanto que la cultura misma es su fuente.

Para desarrollar las múltiples facultades en el hombre no había otro medio que oponerlas unas a otras. Este antagonismo de las fuerzas es el gran instrumento de la cultura, pero nada más que el instrumento, pues mientras dura aquél, estamos sólo en camino hacia ésta. Hay que buscar un modo de restablecer otra vez la totalidad de .nuestra naturaleza humana.

La educación de la sensibilidad es la exigencia más apremiante de la época. Será necesario buscar, para este fin, un instrumento que el Estado no suministra, y abrir fuentes que se habían conservado puras y límpidas, a pesar (le la corrupción política. Este instrumento son las bellas artes, estas fuentes sus modelos inmortales.

Sólo el arte se mantiene libre del Estado y de la época con su unilateralidad y su anarquía; es el único medio de mejorar al hombre bajo una forma de gobierno deficiente. El gran destino del artista que, despreciando la crítica, no se contagió de la corrupción de su siglo, es rodear a los hombres de formas grandes y nobles, multiplicar en torno de ellos los símbolos de lo perfecto hasta que la apariencia triunfe sobre la realidad y el arte sobre la naturaleza.

Pero la experiencia enseña lo contrario: la belleza funda su imperio solamente sobre las ruinas de las virtudes heroicas y la libertad y el gusto se esquivan mutuamente.

Cabe entonces la pregunta de si belleza que condenan los ejemplos históricos corresponde al concepto racional puro de la belleza. Tendremos que buscar, primero, este concepto, antes de juzgar sobre la influencia educacional de la belleza.

Elevándose tanto como le es posible, la abstracción llega a dos conceptos últimos: distingue en el hombre algo que persiste y algo que cambia. A lo persistente llamamos su “personalidad”, a lo variable su “estado”. No pudiendo derivar lo persistente de lo variable, la personalidad debe ser su propia causa. Y así tendremos, por de pronto, la idea del ser absoluto, fundado en sí mismo, es decir, “la libertad”. En cambio, “el estado”, como devenir, debe tener una causa, y así tendremos, en segundo lugar, la condición de todo devenir, “el tiempo”.

El hombre como “personalidad”, en tanto que no intuye ni siente, no es más que una potencia vacía, una forma pura; y como “estado”, mientras solamente siente, desea y obra, impulsado por el deseo, no es más que “mundo”, si con este término designamos al contenido informe del tiempo, o sea la materia. Así que para no ser solamente “mundo”, debe dar forma a la materia, sometiendo la multiplicidad del mundo a la unidad de su yo; y para no ser solamente forma, debe dar realidad a la potencia que lleva en sí, creando el tiempo. De ahí se originan las dos leyes fundamentales de la naturaleza sensible-racional: la primera tiene por objeto la realidad absoluta, es decir, exteriorizar todo lo interno; la segunda, la formalidad absoluta, es decir, dar forma a todo lo externo. Para cumplirlas tiene el hombre por un lado el instinto sensible que nace de su existencia física, y por el otro, el instinto formal que nace de su naturaleza racional. Ambas tendencias se contradicen, pero no en los mismos objetos.

Si el instinto sensible exige el cambio, no exige que este cambio se extienda a la personalidad, y si el instinto formal exige la unidad y la persistencia, no exige que con la personalidad se estabilice también el estado y que haya identidad de sensaciones.

Asegurar sus límites es tarea de la cultura, que debe proteger la sensibilidad contra las usurpaciones de la libertad y garantizar la personalidad contra la fuerza de las sensaciones. Lo realiza, primero, al poner las facultades receptoras en contacto con el mundo por el mayor número de puntos posibles y llevar al más alto grado la pasividad del sentimiento, y segundo, al procurar a la facultad determinante la mayor independencia con relación a la receptiva y al llevar a su más alto grado la actividad de la razón. El resultado será la asociación de la autonomía y Libertad más amplias con la mayor plenitud de existencia en el hombre.

Pero esta correlación de ambos instintos sólo podrá resolverla el hombre en la perfección de su ser, esto es, en la idea de “humanidad”, un infinito, al cual puede acercarse más y mis en el transcurso del tiempo, pero sin alcanzarlo nunca.

Si hubiera casos en que el hombre tuviera, al mismo tiempo conciencia de su libertad y sentimiento de su existencia, entonces se sentiría, a la vez, como materia y se conocería como espíritu, logrando así una intuición completa de su humanidad.


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