Pocos hinchas de Independiente se hubieran imaginado que podrían estar ante un posible cierre de año iluminado por las luces del éxito, cuando fechas atrás vivían el triste desenlace que fue la no renovación de Gallego, la caída a pedazos del proyecto de Menotti como cerebro y Garnero como ejecutante y la negativa del Tolo a Comparada para volver a tomar el mismo equipo que meses atrás el propio presidente no quería que siguiera conduciendo. Del objetivo de clasificar a la Libertadores a arrastrarse por los últimos puestos del torneo.
La Copa Sudamericana no será la Libertadores ni este Independiente dejará alguna impronta histórica como el de Bochini, pero, en caso de ganarla, será un logro con todas las letras. Mohamed recibió un equipo partido en mil pedazos, lo reparó, lo volvió a unir y le dio un sentido. No juega vistosamente, no se luce, no tiene alguna cualidad destacable o una seña identificatoria. Pero más allá de las falencias que pueda reflejar, es un conjunto con la cabeza bien puesta. No cualquiera levanta una serie en la que estuvo tres goles abajo en un mismo encuentro, ante el vigente campeón Liga de Quito. De la actitud lastimosa que mostraban con Garnero, pasaron a ser un equipo con una mentalidad combativa para resolver situaciones adversas sin derrumbarse. Mohamed les hizo un lavado de cabeza profundo.
Y ahora, a un par de escalones de un final apoteósico. Tras 15 años, de nuevo en la final de un certamen internacional, esa materia que antes manejaba con extrema facilidad pero en la que se fue oxidando. La posibilidad de cerrar un año con festejo continental. Y no sólo eso, puede traer un bonus: entrar a la Libertadores y dejar afuera de la misma a Racing. En caso de coronarse en la Sudamericana, el Rojo jugará un repechaje contra un cuadro ecuatoriano, pero quitándole ese cupo a un participante de la Argentina. Esa vacante es por la que justamente Racing mantiene sus ilusiones. Si la moneda cae del lado correcto, puede ser un cierre perfecto.