Revista Opinión

De la polémica de los naturales I

Publicado el 21 agosto 2013 por Vigilis @vigilis
Durante las dos primeras décadas de presencia española en el Nuevo Mundo (que todavía no recibía ese nombre sino Indias), los españoles se encontraban ante lo que se llama hoy un "problema fuera de contexto". Ningún marco conceptual anterior, ningún paradigma anterior, nada de lo conocido por las mentes más brillantes de la época preparaba a nadie para actuar ante la nueva e inesperada situación.
Los cristianos medievales en general tenían varias formas de actuar cuando llegaban a nuevas tierras. Por un lado podían llegar a tierras de infieles y actuar en consecuencia, por otro, llegar a tierras in partibus infidelium y actuar de otra manera. En Indias, sin embargo, los españoles no se encontraban con infieles ni tampoco con un antiguo grupo cristiano desconectado de Roma. Los indios no podían querer rechazar la Verdadera Fe porque simplemente no la conocían. Los teólogos que hablaban de cómo era el mundo no tenían en cuenta que la mitad del planeta estaba poblado por gente que nunca conoció el Evangelio. Si cualquier presencia de la Palabra de Dios en la Tierra se circunscribía al Ecúmene y ésa era toda la realidad conocida y posible (incluyendo, por ejemplo, China y los salvajes africanos), de pronto ese mundo dividido en tres (Asia, Europa y África) —cuya visión hereda el cristianismo medieval directamente de los griegos clásicos—, pasa a tener otra parte. Una parte que ni siquiera mencionaba la Biblia.
De la polémica de los naturales I
Olvidaos de los anacronismos. Tratad de poneros en la cabeza de un teólogo español del siglo XV. Llegan noticias de nuevas tierras vírgenes pobladas por gente que anda desnuda, que nunca oyó hablar de Cristo y que sin embargo acepta de buena gana el Evangelio. Unid esto al planteamiento del estado moderno que introducen los Reyes Católicos. Altos funcionarios reales, fin del vasallaje, justicia real, colonización de nuevas tierras dentro de la propia península Ibérica, Canarias, Cerdeña, etc.
Durante la primera década del XVI se envían barcos, gentes, ganado, libros, ideas y formas de ver el mundo desde el punto de vista de quien había vencido a los moros en España, a Indias. Eso por un lado. Por otro lado, salvo algún animal de bellota, nadie podía ponerle una mano encima a los indios que recibían la comunión. A lo ajena a la esclavitud que era Castilla en el XV se le unía la necesidad de disponer de mano de obra. Pese a las recomendaciones de la autoridad real y eclesiástica, en el propio lugar la necesidad mundana era más imperiosa.
De la polémica de los naturales I
Así, casi inmediatamente a los primeros establecimientos en La Española aparecen frailes protestando. Desde nuestra óptica actual es fácil interpretar que lo que los dominicos denunciaban tenía por objetivo defender la integridad del indio. Nada más lejos de la realidad: quienes denunciaban "malos tratos" lo hacían porque temían por la salvación de las almas de los "maltratadores". Bien. Uno de los malos tratos principales que denuncian los predicadores en La Española es que los responsables de los indios no se preocupan de que estos guarden las fiestas, descansen en domingo, etc.
El sermón de Adviento de Antonio de Montesinos es claro al respecto:
¿Cómo los tenéis tan presos y fatigados, sin darles de comer ni curarlos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir, los matáis por sacar y adquirir oro cada día? Y ¿qué cuidado tenéis de quien los doctrine, y conozcan a su Dios y Creador, sean bautizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos? Estos ¿no son hombres? ¿No tienen almas racionales? No sois obligados a amarlos como vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos? Tened por cierto que en el estado en que estáis no os podéis mas salvar que los moros o turcos, que carecen y no quieren la fe de Jesucristo.

Es alucinante cómo la correctiva del páter apunta a comparar a los primeros colonos con los moros. No menos alucinante que recordar a la audiencia que los indios tienen «almas racionales». De esta guisa la emprenden los predicadores hasta tal punto que llega a oídos del regente de Castilla, Fernando el Católico, que en un primer momento ordena a Diego Colón meter a los frailes en un barco de vuelta a Castilla y en un segundo momento, después de tomarse una tila, manda una reunión de alto nivel en Burgos, a ver cómo se puede empezar a resolver el problema que tienen encima.
De la polémica de los naturales I
Junta de Burgos de 1512
La Junta de Burgos está ante un problema de carácter teológico y político. No basta con compilar una serie de reglamentos de buen gobierno y convivencia, sino tratar la naturaleza de los indios e incrustar las Indias en los dominios de la monarquía. Los debates se alargan y tras los primeros textos que concluye la Junta seguirán otros. Pero de momento, se pone fin al personalismo de Diego Colón que quería ser una especie de rey feudal estableciendo repartimientos de indios entre los españoles. Veinte años después del primer viaje de Colón, la ley del nuevo poder político establece la libertad de los indios, derechos de propiedad y cierta distancia con su organización (los caciques serán tratados de forma distinta a los indios de infantería). Asimismo se establecen encomiendas como parte del derecho real (tributarán a la Corona), se envían a los primeros funcionarios modernos a supervisar que los encomenderos guarden los derechos de los indios (darles sustento, impedir que ancianos, niños y embarazadas trabajen, enseñarles a leer y a escribir...).
Lo primero, que pues los indios son libres y V. A. y la reina, nuestra señora que haya santa gloria, los mandaron tratar como a libres, que así se haga. Lo segundo, que sean instruidos en la fe, como el Papa lo manda en su bula y vuestras altezas lo mandaron por su Carta, y sobre esto debe V. A. mandar que se ponga toda la diligencia que fuere necesaria. Lo tercero, que V. A. les puede mandar que trabajen, pero que el trabajo sea de tal manera que no sea impedimento en la instrucción de la fe, y sea provechoso a ellos y a la república, y V. A. sea aprovechado y servido por razón del señorío y servicio que le es debido por mantenerlos en las cosas de nuestra santa fe, y en justicia. Lo cuarto, que este trabajo sea tal que ellos lo puedan sufrir, dándolos tiempo para recrearse, así en cada día como en todo el año, en tiempos convenibles. Lo quinto, que tengan casas y hacienda propia, la que pareciera a los que gobiernan y gobernaren de aquí adelante las Indias, y se les dé tiempo para que puedan labrar y conservar la dicha hacienda a su manera. Lo sexto, que se dé orden como siempre tengan comunicación con los pobladores que allá van, porque con esta comunicación serán mejor y más presto instruídos en las cosas de nuestra santa fe católica. Lo séptimo, que por su trabajo se les dé salario conveniente, y esto no en dinero, sino en vestidos y en otras cosas para sus casas.

Estas «Leyes de Burgos» no acaban de resolver el nudo gordiano: siendo los indios hombres libres ¿cómo puede sobrevivir el sistema de encomiendas? Se comprueba que muchos indios no trabajan de buena gana (al principio, huyen al monte), ¿cómo retenerlos, pues, si son gentes libres? Los teólogos españoles entran entonces en un amplio debate sobre el significado de la libertad y del buen gobierno.
De la polémica de los naturales I
En un primer momento se concluye con los célebres «Requerimientos», esto es, al llegar a un pueblo indio, ofrecer a sus moradores someterse a Cristo y a la Corona de Castilla. En caso de respuesta negativa, tomarlos a todos como enemigos (uno podía ser siervo como parte del botín de guerra). En caso de respuesta positiva pasaban a ser siervos realengos, con derechos y deberes. Hay que decir que los españoles no siempre disponían de traductores y que aún así —como cuentan De Las Casas y otros— se cumplía a rajatabla la lectura del ultimátum. Pronto se abandonaría esa costumbre: en el Viejo Mundo continuó la polémica sobre la forma en que tratar a los indios sin caer en pecado (los predicadores se negaron muchas veces a dar la absolución a los conquistadores y esto era un problema muy importante aunque hoy nos parezca que no).
A partir de 1514, cuando la Gran Armada llega a Tierra Firme (Panamá y de ahí hacia las actuales Colombia y Perú, lo que se llamó Castilla de Oro) y comienzan los asentamientos en el continente, se ve que la cantidad de tierras y gentes nuevas plantea una necesidad de racionalización de lo que hasta el momento era un mero salir del paso. La polémica sobre los indios se traslada a la Escuela de Salamanca. Cuando aquellos teólogos y juristas debaten qué diablos hacer, puede que no fueran del todo conscientes de que por el camino estaban enterrando la forma medieval de pensar y desarrollando una nueva forma de pensar el mundo. Así, las ideas de San Jeremías y de San Agustín dan paso a las ideas de Santo Tomás.
Escuela de Salamanca
De la polémica de los naturales I
Los debates sobre el indio ("polémica de los naturales") no pueden separarse de lo que ocurría en Europa a mediados del XVI. La Reforma erosionó el poder papal y el Nuevo Mundo aparecía como la tierra de promisión. Una tierra no contaminada por el cisma. Un infinito campo de expansión para la Verdadera Fe.
Los seguidores de Santo Tomás de Aquino y de Aristóteles, fortificados en la Escuela de Salamanca, desarrollarán con Francisco de Vitoria a la cabeza una nueva idea sobre el papel de la Corona en Nuevo Mundo, los derechos de los indios y la definición de la guerra justa.
Los indios poseen derechos naturales y raciocinio. Hay que tratarlos como a iguales (al menos como a la gente llana). Si desconocen a Cristo no lo hacen por contumacia sino por una ignorancia invencible (¡América no aparece en la Biblia!). Al ser seres racionales, sus reinos y organización son soberanos e intocables en el sentido temporal. Más intocables que los de los infieles:
Y grave cosa sería negarles a ellos, que nunca nos infligieron injuria alguna, lo que no negamos a sarracenos y judíos, perpetuos enemigos de la religión cristiana, a quienes reconocemos verdadero dominio sobre sus cosas que no sean de las arrebatadas a los cristianos.

Entonces, si los indios para Francisco de Vitoria, son racionales y soberanos, ¿con qué justos títulos puede España someter sus tierras? Responder a esto significaba explicar qué quería hacer España en el Nuevo Mundo.
Ésa era la pregunta del millón y para responderla se convocó la Junta de Valladolid en 1550, de la que se hablará en otro momento.
Por dónde irán los tiros:


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