Revista Opinión

De la ridícula historia de Inglaterra X

Publicado el 30 julio 2015 por Vigilis @vigilis
El triunfo de la Revolución Incruenta de Guillermo III no sólo coloca al holandés en el trono de Inglaterra, sino que también da pie a la práctica del deporte nacional inglés: la venganza. Dejar atrás un funesto siglo de guerras civiles significa otorgar más poder al Parlamento pero esto no conlleva que la templanza y la tolerancia dominen la política inglesa sino más bien al contrario. La nueva predominancia del partido whig arrastra una nueva ola de dolor y pánico, consustanciales a la política inglesa de la época.

ridícula historia Inglaterra

Nueva Ámsterdam, 1660.

Así, la nueva ola política consiste en perseguir a los jacobitas, a los católicos y a las pequeñas sectas cristianas que sobre todo buscaron refugio en las colonias de Norteamérica. El golpe de Guillermo III provoca de forma inmediata revueltas en Nueva York, Massachussets y Maryland. Estas revueltas no buscaban una mayor libertad y tolerancia —muchas veces son vistas como prólogos a la Revolución Americana, pero solamente se pueden considerar así en parte—, sino asentar el poder del nuevo sistema político —parlamentario— por medio de "Leyes de Tolerancia" que significaron la expulsión de todos los no pertenecientes a la Iglesia de Inglaterra de la esfera pública. Son las élites más próximas a Londres las que se levantan en América y ganan para satisfacción del Parlamento y el Rey.
No se queda en esto la nueva ola política sino que también el predominio del Parlamento logrará aprobar reformas económicas que tendrán duraderas consecuencias: aparece la banca inglesa, la bolsa de valores y el sistema de sociedades anónimas a imitación del holandés. Recordemos que durante el XVII la pequeñita Holanda practica con éxito lo que hoy podemos llamar "capitalismo popular": no había holandés con dos perras que no participara en alguna empresa mediante acciones. La capitalización holandesa coloca a la Compañía Holandesa de las Indias Orientales en todo el mundo y en particular logra para ella el control del comercio de especias. Para hacernos una idea estas especias se obtenían en lo que hoy es el Mar del Sur de China y Holanda es una esqunita que en los mapas no coloreados situamos en Alemania (bueno, en cierto modo nunca dejaron de ser un cachito de Alemania).
El gambito holandés

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NIGRITIA :___)

¿Qué hago hablando de Holanda cuando debería estar hablando de los perros ingleses? Sólo el subidón holandés explica la preponderancia que tendrá Inglaterra en los siglos posteriores. La historia de éxito de los holandeses dura cincuenta años, los ingleses imitan el modelo, lo multiplican por diez y les dura 150 años. Creo que es importante detenernos en este asunto.
¿Recordáis China? Esa línea de costa al otro extremo de Eurasia donde se concentra la cuarta parte de la población mundial que decidió en su momento pasar del resto del mundo y a quienes nunca se lo podremos agradecer lo suficiente ya que si no estaríamos comiendo perro y viendo telenovelas absurdas en tiendecitas llenas de cachivaches.
China siempre fue el objetivo de los europeos ya que sus productos de lujo eran los que más rendían en nuestros mercados. Los chinos además eran un buen complemento para nuestras exportaciones ya que siempre necesitaban de todo y en grandes cantidades. Además, los chinos tenían una cosa muy buena: no eran moros ni parecían interesados en disputas religiosas con los cristianos. Desde que se establece el Imperio Otomano en mitad de Eurasia, todo es una carrera en Europa por llegar a China: los portugueses rodeando África y los españoles yendo hacia la muerte del sol. Holandeses e ingleses les seguirán.

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Qué simpáticos los holandeses pintando de amarillo a los tipos de la lancha del fondo.

Desde luego que Holanda era un país pequeñito y no podía competir con otras potencias. Así que se inventó los atajos para poder competir: el crédito y la Compañía Comercial. No fue "Holanda" la que armaba sus flotas de barcos y establecía colonias por todo el mundo, sino su Compañía Comercial, que no tenía las obligaciones de un estado. La Compañía no la dirigían nobles enchufados sino burgueses cuyo objetivo era aumentar el valor de las acciones. Sin los gastos propios de un estado de la época, la Compañía se volvió un negocio rentable y fiable. Tan rentable y fiable que obtenía préstamos a tipos de interés regalados en comparación con los estados de la época. Esto hacía que el coste de armar buques llegara a ser la mitad para los holandeses que para otros europeos con lo que si hacemos cuentas la pequeñita Holanda podía armar una flota similar a un país el doble de grande. A esto le unimos que Holanda era un país de ciudades —la ciudad tiene efectos de escala en la multiplicación del capital, por aquello de la comunicación y la información—, de comerciantes —inversores que calculan el riesgo— y sin revueltas internas apreciables —todos sus enemigos eran extranjeros fácilmente identificables por llevar estampìtas del Papa y el carnet del Real Madrid—.
A las innovaciones en el rudimentario capitalismo holandés se les unía un mayor conocimiento de lo que significaba el comercio internacional: en la China meridional los holandeses identificaban rutas comerciales asiáticas, mataban a toda su competencia gracias a su superioridad tecnológica —excepto en la guerra de Vietnam de la década de 1640 de la que salieron escaldados— y pasaban ellos a dominar esas mismas rutas comerciales. Es decir, usaron ampliamente el robo y la guerra como estrategia comercial mientras su gobierno podía asegurar que esos eran asuntos privados.
Más cosas: los portugueses habían llegado antes a ciertos puertos asiáticos y la población local no estaba muy contenta con ellos, con sus palos de fuego y sus dioses. Cuando aparecían los holandeses, sin hablarles de ningún dios y expulsaban a los portugueses, la población local era agradecida... por lo menos hasta que los holandeses apuntaban sus palos de fuego hacia ellos, los esclavizaban, y utilizaban sus campos para obligarles a explotar monocultivos para la exportación (como la deliciosa nuez moscada que incluso en nuestros días tiene cierto regustito a sangre de niños).

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Plato de porcelana de la Vereenigde Oostindische Compagnie (VOC).

Antes de que se dieran cuenta —enviar un despacho y recibir una respuesta de Amsterdam a Yakarta —Batavia— tardaba dos años— la Compañía Comercial estaba haciendo cosas parecidas a las de los estados. En lugar de centrarse en los portes de las rutas comerciales, se propusieron controlar la producción lo que redujo sus beneficios porque producir en un ambiente hostíl requiere de soldados y armas.
La Compañía Holandesa de las Indias Orientales había conseguido el monopolio del curry, la pimienta negra, el jengibre, el cardamomo y la canela, entre otros. Con esto hicieron las características casas y canales de sus ciudades que hoy visita la gente que quiere drogarse mucho y además una serie de preciosas pinturas barrocas que no debemos confundir con las aún más bonitas pinturas flamencas. Esta historia llegará hasta la época napoleónica en la que la corrupción de la Compañía y la caída de dividendos debido al cambio de gusto del consumidor y la competencia hacen que sea rescatada (absorbida) por el estado.
Bien, pues a todo esto cambiad nuez moscada por algodón, cardamomo por azúcar, canela por café y jengibre por tabaco, multiplicadlo por diez y tendréis la base de la preponderancia inglesa que empieza a despertar en el XVIII y se hará hegemónica durante el XIX.
Mejores enemigos
A un país le va mejor cuando sus enemigos son extranjeros. La verdad es que Inglaterra no levantó cabeza hasta el momento en que la amenaza del exterior fue superior a la amenaza del interior. Durante el XVIII hubo revueltas de los escoceses y los partidarios jacobitas patrocinados por Francia, pero los grandes adversarios fueron Francia y España, aliadas por los pactos de familia que dieron la vuelta como un calcetín a la política exterior europea.

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El mundo se hizo pequeñito (quedaos con las ostiejas que hubo en Canadá, serán importantes).

Si en el XVII la moda era que los alemanes se mataran entre sí y todo el mundo odiara muchísimo a Francia (que tenía tanta población como el resto de Europa junta), en el XVIII con la alianza francoespañola el nuevo chico rebelde del barrio fue Inglaterra. Seguritos en su isla y haciendo barcos como locos, los perros ingleses eran un dolor de cabeza para el resto de potencias. Su agresiva política comercial a imitación de la holandesa y el no tener miramientos para usar a millones de humanos como esclavos les concedió una sobredimensionada ventaja sobre las otras dos potencias.

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La Batalla de Almansa (25-IV-1707) es el prólogo a la política europea de alianzas del s. XVIII.

En el XVIII, entre la unión con Escocia y las guerras napoleónicas se planean varias invasiones de Gran Bretaña por parte de Francia y España. La primera durante la Guerra de Sucesión Española, la segunda durante la Guerra de Sucesión Austríaca, otra durante la Guerra de los Siete Años y otra más durante la guerra de independencia de las Trece Colonias. El XVIII fue un siglo sólo una miaja menos sangriento que el siglo anterior: enormes territorios en América cambiaban de manos y los oficiales militares se profesionalizaban.
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En lo que respecta al apartado bélico inglés, se debe hacer notar que durante este siglo empezaron a aprender a navegar en océano abierto. Pero el éxito de una armada no sólo depende de la sapiencia marina —conocer las corrientes, los vientos, la rocalla y demás les había dado una ventaja estratégica a los españoles durante los dos siglos anteriores— sino también de una inversión en medios técnicos y científicos. Será común durante el siglo de la Ilustración el espionaje militar.
Durante la Guerra del Asiento (de la que ya hablaré, supongo) tres fragatas inglesas (210 cañones en total) dan caza al navío Princesa (70 cañones) que mareaba disminuido de vela en la costa gallega. El español logra poner en fuga a uno de los ingleses y desarbola a otro, pero con 70 muertos a sus espaldas su capitán decide rendirlo (el capitán de la flotilla inglesa acaba invitando a su casa al capitán español y todas estas cosas del XVIII que son tan graciosas). Bueno, el caso es que llegados a Portsmouth los ingleses sacan la cinta métrica y la lupa y se ponen a escudriñar el barco botado en Guarnizo diez años antes. El Princesa era un 70 cañones del tamaño de un 100 cañones inglés. Con esta captura los ingleses mejoraron sus barcos e imitaron al español (que rebautizaron como HMS Princess). Así el Royal George, el Britannia y el Victory de Nelson, botado en 1765 siguiendo el modelo del Princesa construído en 1730.
Lo guapo del asunto es que a su vez los españoles tenían espías en los astilleros ingleses. Las mejoras que los ingleses hacían a los diseños españoles, venían a su vez de vuelta a España (a veces con los maestros navales ingleses y sus familias, que eran reubicadas en España en secreto). De todo esto Hollywood jamás hará una película.
Una temprana revolución industrial
Con el paleocapitalismo holandés, mejores barcos y rutas marinas más seguras, Inglaterra sacó pingües beneficios de las ubres de su imperio esclavista. Las ciudades costeras incrementaron rápidamente una población que tenía que calentarse y cocinar quemando madera. Una madera que también resultaba imprescindible para construir barcos y casas. Una madera que disparó su precio (aunque no tanto como para ser rentable importarla de las colonias). Cuando a finales del XVII se dispara el precio de la leña la gente empieza a utilizar carbón mineral, un producto de propiedades conocidas pero que hasta entonces no era empleado por ser menos saludable y limpio que su homólogo vegetal.
Tenemos así una primera demanda de carbón mineral por efecto de la sustitución energética y de la función de demanda. En Inglaterra había carbón a espuertas y el precio energético comenzó a caer en picado en una época en que la demanda se disparaba.

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Campos de carbón listos para ser empleados como referencias sentimentales por autores vaguetes como Ken Loach y Ken Follett.

Por otro lado el aumento de población aumentó la demanda de empleo con lo que los salarios subieron y una fracción mayor de gente pudo ganar más dinero y comprar más cosas. A mediados del XVIII —según un tal Robert Allen, profesor de Historia Económica en Oxford— la renta media inglesa y neerlandesa eran bastante superiores a las del resto del continente y a la china, quienes en el XVI empezaron a quedarse atrás respecto a Europa.
El cambio demográfico también trajo cambios al campo. El aumento de renta incrementó la demanda de carne y muchas pequeñas explotaciones agrarias se convirteron en grandes explotaciones ganaderas. Estas mayores explotaciones ganaderas requerían a su vez de menos mano de obra por hectárea, que quedaba así liberada para ir a arrastrar los pies por las ciudades o alistarse en la armada. El cambio en la ciudad propició el cambio en el campo.

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Doscientos años después y seguía habiendo carbón a espuertas. ¡Para generar el mismo calor cada vez se utilizaba menos cantidad!

Bien. Tenemos salarios "altos" y energía barata. Cada vez que en la historia se dan estas variables —recordad el final de la Peste Negra— el siguiente paso es sustituir esas caras bocas que alimentar por el empleo de esa disponible y barata energía. Innovación tecnológica.
En otros países en los que la energía era tan cara como siempre y los salarios tan bajos o inexistentes como siempre, no tenía sentido sustituir mano de obra por tecnología. Pero en Inglaterra sí: allí era mejor tener una fundición operada por tres paletos que desperdician la mitad del calor que una operada por cuarenta que son muy eficientes en el control del calor.
Durante el XVIII escaparon al continente multitud de jacobitas como refugiados políticos y emprendieron allí las mismas industrias que tenían éxito en Inglaterra: los materiales y los conocimientos eran los mismos pero el precio del carbón hacía que esas empresas no fueran rentables. Se abría una brecha de productividad y capital justo por el Canal de la Mancha de tal modo que la Revolución Industrial mejor puede ser llamada Revolución Industrial Inglesa. Solamente cuando la técnica siguió a la ciencia y los procesos de ingeniería lograron sacar más pesetas por kilo de carbón, esa revolución industrial comenzó a ser rentable en otras partes de Europa. A su vez, la enorme cantidad de mano de obra barata o gratuita disponible hizo que China, India y las colonias no tuvieran incentivos para el desarrollo tecnológico. Los EEUU de mediados del XIX son prueba de la coexistencia de estos dos sistemas de producción. Y así acabaron, a tortas.

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