Revista Arquitectura

De la validez de la cultura. (¿A quién le importa Gilgamesh?)

Por Arquitectamos
La película Ladri di biciclete (1948), de Vittorio de Sica es un pilar en la historia del cine. En España se tradujo como Ladrón de bicicletas (en singular) y se censuró estúpidamente, cambiando del todo su intención y su sentido.
De la validez de la cultura. (¿A quién le importa Gilgamesh?)
La película es cruel e implacable. No deja un solo resquicio a la esperanza y agobia hasta lo insoportable. No puede ser que la desgracia se cebe de esa manera con la gente más desvalida, con los más miserables y necesitados. ¿Quién podría hacer una historia así, sin ninguna piedad? En España eso no se toleró, y en la escena final, en la que el padre y el hijo van a la nada, una voz en off (que, por supuesto, no existe en el original) se deshace en melifluos y vergonzosos cantos de sirena y se permite contar el final que al censor le gustaba. Bueno: Vivíamos en un país que tenía censuradas las ideas y mutilada la cultura. Pero muchos años después, en los noventa, cuando ya llevábamos décadas viviendo en un país libre, las cintas VHS de esa película seguían teniendo ese doblaje oprobioso. ¿Por qué? Pues porque ya estaba hecho y no era económico volver a hacerlo. (Ni siquiera había que volver a hacerlo. Tan sólo había que suprimir el último speech). Y además (y sobre todo), para cuatro piraos que iban a comprar esa película no merecía la pena perder el tiempo ni gastar dinero en retoques y cambios. Esa película había dejado de estar censurada, pero ya aburría, lo que es muchísimo peor.
Hoy en España no hay censura, pero a nadie (a casi nadie) le interesan esas películas ni esas visiones tristes y desasosegadoras. Y los cuatro piraos que vemos películas raras o leemos libros-pestiño ni contamos ni importamos.
Franco murió cuando yo tenía quince años, y mi adolescencia coincidió con la Transición. Además de que se acabó la censura sobre las fotos de desnudos justo cuando mi persona más se interesaba por ellas (feliz casualidad), también se habló mucho entonces de Víctor Jara, de Paco Ibáñez o de Quilapayún, cuyas cassettes traía a clase algún compañero casi con la misma delectación con que otro traía un Playboy. En aquella época nadie reparaba en que tales cantantes y tales canciones tuvieran la misma chispa que un bocadillo de garbanzos, y que oír la cansina voz de Paco Ibáñez en el Olympia de París fuera tan divertido como contar granos de arena en la playa. Eran canciones con mensaje. Tenían el secreto de la verdad y de la vida. Había que entenderlas y aplicarlas. Eran la guía. Mostraban el camino.
-Tun tun. -Quién es. -Una rosa y un clavel. -¡Abre la muralla! -Tun tun. -Quién es. -El sable del coronel. -¡Cierra la muralla! -Tun tun. -¿Quién es? -La paloma y el laurel. -¡Abre la muralla!
(Dior mío, Dior mío). (Había que estar atento para saber cuándo se abría y cuándo se cerraba, sin equivocarse jamás, no fuera uno a quedar como un pardillo o, lo que era mil veces peor, como un facha).
A galopaaaar, a galopaaaar, hasta enterrarlos en el mar. A galopaaaar, a galopaaaar, hasta enterrarlos en el mar.
(Por Dior, Don Pacoibáñez. Por Dior).
Poderó socaballé roesdondindó dondiribindó es Don Dinero.
(Po zí. Pozezo, po vale, po dacuerdo).
Ahora hago un poco de burla y digo que eran muy cansinos y muy pelmas, pero en 1977 y 1978 emocionaban. Además, Víctor Jara había sido asesinado por el criminal gobierno golpista chileno en 1973, cuando yo tenía trece años, de manera que yo lo conocí ya muerto. Era un ídolo póstumo, y eso es algo impresionante.
Bueno, pero ahora sí me permito hacer burla de todo eso. Ahora la estela y el rastro de toda esta gente, su mensaje solemne y su trascendencia forzada ya no me dicen nada. Debe de hacer ya más de treinta años que no escucho ninguna de esas canciones, y no creo que haya motivo para que las vuelva a escuchar alguna otra vez en lo que me quede de vida. Váyanse todas ellas en buena hora con las de Silvio Rodríguez (que ni siquiera entonces me gustaba, por más que mi hermano intentara convencerme una y otra vez de que lo escuchara) y con las de Pablo Milanés (lo mismo, aunque creo que éste ni siquiera a mi hermano).
En mi opinión todos estos cantantes que digo están ya "amortizados" (salvo que algún amable lector me diga lo contrario). ¿Lo estarán alguna vez los Beatles y los Rolling? Aunque no puedo concebirlo tengo que concluir que sí, que alguna vez lo estarán. Nada es eterno.
Borges (siempre Borges) dice que una obra de arte no morirá cuando sea destruida, sino cuando deje de interesar, cuando ya no haya nadie capaz de apreciarla. Por supuesto, y hasta el mismo Borges dejará de interesar. Podemos gastarnos fortunas en preservar y restaurar manuscritos y lienzos antiguos para que sobrevivan unos cuantos siglos más. Pero lo que no podemos evitar es que ya no interesen a nadie más allá de a los propios estudiosos que se retroalimentan con todos ellos en un circuito cerrado sin que nada de esto cale en la sociedad.
(A todo esto, un grupo de analfabestias destruye la magnífica ciudad romana de Palmira, y al querer hurtárnosla consigue que nos interese. De modo que su destrucción física ha resucitado nuestra atención hacia ella y estamos dispuestos a estudiar sus planos, ver sus fotos y leer sobre ella mucho más que antes).
Hace un par de días oí hablar de Gilgamesh en la radio. ¿Gilgamesh? Vamos, hombre, si no nos interesa ya ni Homero, ni el Libro de Buen Amor. ¿A quién le importa Gilgamesh? (Yo sí: Yo he leído la Ilíada y la Odisea, y hasta el Libro de Buen Amor, y me han gustado. Pero yo no cuento. Yo soy un rarito, un vicioso, un antisocial. Y ni siquiera yo he leído La Leyenda de Gilgamesh). ¿Qué joven es ahora capaz de leer ese tipo de obras? ¿Qué joven sería ahora capaz de leer... no sé... digamos... por ejemplo... un libro?
El otro día le escuché contar a Manuel Seco que un profesor de literatura les decía a sus alumnos que tuvieran mucho cuidado con Azorín porque era muy verduscón, y que en lo posible se abstuvieran de leer sus obras. Naturalmente, eso lo decía con el secreto afán de que al menos les echaran una ojeada. (El pobre Azorín. Nada menos que verduscón).
Ya digo que en mis tiempos juveniles esta curiosidad por la cultura venía muy estimulada por la situación política y social del país, que ahora, que se encuentra en un estado muchísimo mejor, ya no estimula. Ahora se puede encontrar cualquier libro y cualquier película. Además de librerías y bibliotecas tenemos los medios tecnológicos que nos permiten tener acceso a todo el pensamiento humano.
Pero los libros que más se venden son los que se refieren a las estrellas de la televisión o están supuestamente escritos por ellas. Las películas que más se ven son las de hostiazos, transformers y chorradas de esas. Y eso no es lo peor. Para mí es mucho peor la moda de los tochos de aventuras esotéricas y conspiranoicas que tratan de convencer a la gente (y la convencen) de que la Iglesia Católica y el Islam (naturalmente conchabados con BMW, Nike y Microsoft) están detrás del asesinato de los coptos disléxicos porque descubrieron la fórmula del lavavajillas, y que Walt Disney (por ejemplo, por decir), descendiente de los pocos que se salvaron, cuenta sus místicos secretos en sus películas, que si se ven al revés nos muestran cosas prodigiosas. Y muchos. muchísimos, leen estas chorradas que insultan la inteligencia mientras desprecian obras realmente elevadas que nos harían a todos mejores si les hiciéramos caso.
Pero pasó su tiempo. Ya nadie atiende. Ahora que podríamos ver Ladrón de bicicletas sin censurar ya no nos interesa, y para los cuatro que la quieren ver la productora no va a volver a doblarla. (Además, ya que son culturetas, que la vean en V.O.)
-Tun tun. -Quién es. -El Ladrón de Bicicletas. -¡Cierra la muralla!
-Tun tun. -Quién es. -Mucho culo y muchas tetas. -¡Abre la muralla! -Tun tun. -¿Quién es? -Los pesados culturetas. -¡Cierra la muralla!

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