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De llaves y matariles: La llave de cristal (The glass key, Stuart Heisler, 1942)

Publicado el 01 abril 2015 por 39escalones

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Alan Ladd y Veronica Lake son algo así como la marca blanca de Bogart y Bacall. O de Bogart y Mary Astor. O de Bogart y cualquier otra. Pero en las cuatro películas que hicieron juntos construyeron una química de lo más eficaz que se desarrolló ampliamente en los títulos negros que compartieron, entre los que destaca esta La llave de cristal (The glass key, 1942). Su director, Stuart Heisler, consigue aunar dinamismo, intensidad y la chispeante relación de sus protagonistas para elaborar una enrevesada intriga que tiene de todo en sus 85 minutos: asesinatos, corrupción política, matones, mafiosos, periodistas de dudosa ética profesional, chicas indefensas, refinadas mentes criminales y una rubia aparentemente delicada pero profundamente volcánica.

Basada en una obra del gran Dashiell Hammett, se trata en realidad de la segunda versión de esta historia tras la dirigida en 1935 por Frank Tuttle y protagonizada por George Raft. A pesar de que su pareja protagonista ha recibido las bendiciones de la posteridad, quien se lleva de calle todas las secuencias en las que aparece es Brian Donlevy como Paul Madvig, un político que, en un clima de corrupción y extorsiones, apuesta por apoyar al nuevo partido reformista de Ralph Henry (Moroni Olsen) en contra de los deseos de algunos de sus colaboradores, mafiosos que han pagado sus cuotas de protección para no verse perturbados en sus ilícitas actividades y que ahora se ven amenazados por las promesas de regeneración del nuevo partido. Ed Beaumont (Alan Ladd), su secretario y asistente para todo, no tiene muy claro si el ataque de integridad de Paul se debe al cálculo político y electoral o más bien al hecho de que se siente muy atraído por la hija de Henry, Janet (Veronica Lake), a la que pretende seducir acercándose a su padre. Pero la funesta casualidad quiere que, mientras Paul y Janet se prometen en matrimonio, la hermana de Paul (Bonita Granville) y el hermano de Janet, Taylor (Richard Denning), mantengan una relación constantemente sometida a presiones por la afición de este al juego. Una noche, el cadáver de Taylor aparece en los alrededores de la casa de Paul, y sus enemigos, en especial el vengativo Nick Varna (Joseph Calleia), ven la oportunidad de que cargue con las culpas y eliminar así de un plumazo a un peligroso adversario político que puede obstaculizar sus negocios. Janet pretende que Ed investigue el caso, pero este no está seguro de que Paul sea ajeno a lo ocurrido y renuncia a comprometerse para protegerle. Sin embargo, cuando el cerco se estrecha sobre su amigo, las complicaciones le obligarán a tomar partido y esclarecer la verdad.

Los ingredientes habituales, los personajes cínicos, los tipos duros de mirada torva, los diálogos afilados, los asesinatos, las persecuciones, los puñetazos, los disparos y las implicaciones sentimentales entre personajes (triángulo amoroso incluido), son acertadamente combinados en una narración compensada, de ritmo endiablado y enormemente entretenida, que se recrea a fondo además en el empleo de la violencia: la película contiene mucha violencia, verbal y física, que tiene su máxima plasmación en la paliza que recibe el personaje de Ladd, incluidas las tomas en las que comprueba minuciosamente el daño recibido mirándose en el espejo del habitáculo donde ha sido recluido por los matones de Varna. Cómo no, otro aporte necesario es la música, que además de contar con una espléndida partitura de Victor Young, incorpora una breve aparición de la intérprete de jazz Lillian Randolph. Un detalle poco comentado sirve para completar la visión sobre la eficiencia de Stuart Heisler en la dirección: la manera en que consigue disimular en pantalla la escasa presencia física del protagonista. Alan Ladd, un actor bajito, delgado (más adelante, al contrario, será incluso rechoncho), la antítesis del héroe del cine de intriga del ciclo clásico, aparece como máximo beneficiario de una puesta en escena que todo el tiempo tiene en cuenta sus carencias para dejarle en buen lugar ante sus oponentes dentro del plano, casi siempre sentados o situados en un nivel inferior que permita a Ladd conservar su posición hegemónica en el encuadre.

En cuanto al aspecto interpretativo, Donlevy está sublime y Ladd cumple con mucha mayor solvencia de lo que será habitual más adelante en su carrera. Ambos están magníficamente secundados por Calleia, que compone un villano de libro, y Lake, cuyo personaje, un tanto desdibujado, encaja bien con la apariencia ambigua y frágil de la actriz, aunque no termine de sacudirse la etiqueta de florero. No obstante, los cruces de miradas, sonrisas y palabras de Ladd y Lake son los que cimentarán la reputación del filme como clásico del cine negro (aunque se trata más bien de una película de intriga político-policial) por encima de algún pequeño defecto de construcción y de una resolución del crimen que dista mucho de ser satisfactoria, tanto en el fondo como en la forma. Lake disfrutará de una carrera de apenas diez años, que se esfumará a medida que su encanto juvenil se vaya diluyendo; Ladd, casado con una importante directora de casting, se verá agraciado en adelante con una gran variedad de papeles en películas de distinta entidad, sobre todo discretos westerns más allá de su famosa encarnación del pistolero Shane para George Stevens. Sin embargo, sus mejores personajes siempre serán los que desarrolló en los inicios de su carrera dentro de los cánones del cine de intriga, encontrándose mucho más suelto, seguro y estilizado, sin el acartonamiento y la cara de torta que lo limitarán en buena parte de sus intervenciones futuras.


De llaves y matariles: La llave de cristal (The glass key, Stuart Heisler, 1942)

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