Revista Ciencia
DE LO MALO. Publicado en Levante 12 de septiembre de 2012
La ya famosa edil de Los Yébenes, después de amagar con dimitir como edil del Ayuntamiento, se escudaba para no hacerlo en que “yo no he hecho nada malo”.
No entro en el tema, magníficamente tratado por el profesor Miguel Ángel Preso, en su artículo publicado en Levante-emv bajo el título de “Sexo, intimidad y vídeos”, acerca de los derechos fundamentales y del grave delito de la difusión ilegal de la intimidad, lo que supone una banalización del derecho al honor y la propia imagen, y una degradación de la propia sociedad que se trivializa. Y tiene razón, pero es el reflejo precisamente de esa sociedad trivial que encontramos a diario en los “secretos” de alcoba que están en los cines, las televisiones y revistas rosas. Y la gente no es inmune a este tipo de cosas.
Por eso conviene poner el dedo en la llaga, que es precisamente la frivolidad con la que no se respeta ni tan siquiera uno a sí mismo. El mero hecho de dejarse grabar o autograbar y compartir el contenido para su “disfrute privado” conlleva el peligro de verse envuelto en un lío por venganza, despecho, celos o una simple “boutade”.
Cuando en una sociedad la fiesta de “despedida de solteros” se celebra con una orgía, es que se ha llegado a tal grado de banalización y de zafiedad que ya nada es “sagrado”. Precisamente porque el hombre y la mujer son “sagrados” –en el sentido de separados del resto de los animales- han de estar “velados”, ya que se corresponde con el misterio que cada uno de nosotros somos. Los animales no lo necesitan, no tienen conciencia de sí, ni intimidad y no requieren veladura alguna. Los seres humanos, a diferencia de los animales, realizamos determinados actos fisiológicos que tenemos en común con ellos, por ser corpóreos, bajo el velo: no se hace en público. Por eso, vestimos y nos retiramos al excusado. Lo que corresponde a la intimidad corporal -y espiritual- no tiene que estar bajo la mirada morbosa del extraño. Nuestros actos íntimos tienen un sentido profundo, porque no es algo lo que se desvela, sino la misma persona. Y ese desvelamiento no le corresponde contemplarlo a cualquiera, sino que tiene un fin, un sentido, un clima, una dirección que pertenece a la personalización. Si se despersonaliza, si se convierte en objeto, sucede lo que sucede.
Y de una persona comprometida en el bien público se espera sentido común. En mi opinión, no debería dimitir por la divulgación inmoral, ilícita e ilegal de sexo, pero sí por tener en el magín tan poco seso. Porque si “no hay nada malo”, entonces ¿Por qué tanto revuelo, desbordamiento y vergüenza? Responder a esta pregunta es situarse en el ámbito moral. Porque lo malo es precisamente no tener conciencia del límite. Y si no se es malo, entonces se es tonto.