Hace unos días leí un artículo en los Notices of the American Mathematical Society, titulado “Teaching Math in America: An Exhibit at the Smithsonian” (Notices of the AMS, vol 49, núme 9 (2002), 1082-1083) en el que se hacía un breve recorrido histórico sobre la enseñanza de las matemáticas en Estados Unidos a la luz de una exposición de diversos instrumentos usados desde 1800 en las aulas con tal propósito). En el artículo se mencionaba el curioso incidente de la “Rebelión de las secciones cónicas” de Yale, recogido en una entrada anterior.
Los inicios de la enseñanza en Norteamérica fueron duros, pero el convencimiento de que para votar los ciudadanos deberían poseer una formación, llevó a una preocupación por extender la enseñanza, primero a los niños, pero también a las mujeres, aunque en este último caso, con el propósito de que pudieran contribuir como madres en el aprendizaje de sus futuros hijos. Los encerados tuvieron su entrada a principios del siglo XIX, y eran literalmente tableros pintados de negro, a veces con rugosidad que permitiera a la tiza mantenerse en el mismo. El uso de los tableros supuso un enorme avance, porque se podían dibujar las figuras geométricas que por entonces solo se podían consultar en los libros. De hecho, esta fue la causa de las dos rebeliones de las cónicas en la Universidad de Yale en 1825 y 1830.
Caja con una colección de figuras geométricas
Las figuras geométricas que se usaban en las aulas se reducían a modelos de madera de conos, esferas, y cubos, creados por Josiah Holbrook (1788–1854), el hombre que promovió el movimiento de los liceos en EE.UU, a partir de un artículo en 1826 en el American Journal of Education. Se trataba de organizaciones que buscaban impulsar el conocimiento de las ciencias en la educación de jóvenes adultos. También logró que muchos materiales se pudiearn distribuir en las escuelas, como por ejemplo, los globos terráqueos. Su lema sobre sus manufacturas era: “Bastantes buenos para los más pudientes y adecuadamente barato para los más pobres”.
Josiah Holbrook
Se usaron también otros instrumentos matemáticos de enseñanza más sofisticados, aunque minoritariamente, ya que solían ser iniciativas de algunos profesores que habían hecho su tesis doctoral en universidades europeas (a veces olvidamos que Europa fue el centro de la enseñanza y la investigación durante muchos siglos).
Otro grave problema era el de los libros. Al principio, los estudiantes llevaban a la escuela cualquier libro que poseyera su familia, ya que no había textos adecuados. Se fueron imprimiendo de manera local, y poco a poco, se consiguieron textos que podían ser usados en todo el territorio.
En el mencionado artículo de los Notices (por cierto, firmado por la excelente periodista científica Allyn Jackson), se recuerda una máquina calculadora construida por el famoso psicólogo conductista de la Universidad de Harvard, Burrhus Frederic Skinner (1904-1990). La máquina de Skinner, llamada la Máquina de Aprendizaje, funciona de manera que el estudiante puede responder con una respuesta muy simplificada a una pregunta. Si la respuesta es correcta, se sigue a una nueva pregunta. En este video
se puede ver al mismísimo Skinner explicando como funciona su máquina.
B.F. Skinner
Estos aparatos y muchos otros fueron debatidos en sus épocas, y según Allyn Jackson, “nos recuerdan que la enseñanza y el aprendizaje de las matemáticas nunca será resuelto, pero que hacer una restropectiva histórica siempre nos ayudará a encontrar métodos más efectivos”.
Hoy en día tenemos a nuestra disposición instrumentos que hace dos siglos nadie hubiera soñado. No solo aparatos, más importante todavía, programas informáticos que facilitan la enseñanza de una manera prodigiosa. Unos de estos instrumentos, que ya lleva con nosotros bastantes décadas, son las calculadoras, sujetas recientemente a un poco razonado debate.
Una calculadora científica
La Federación Española de Sociedades de Profesores de Matemáticas (FESPM) ha hecho público un informe, exigiendo que se suspenda la prohición del uso de calculadoras en los exámenes de acceso a la universidad. Su informe es razonado y convincente, mientras que las decisiones que se han tomado desde las universidades al respecto son bastante arbitrarias. Me remito al propio informe y recuerdo una de sus frases:
“… el uso de las calculadoras en el Bachillerato supone la continuidad de un proceso que se inicia en Primaria y continúa en la Educación Secundaria Obligatoria. La competencia digital forma parte de las habilidades necesarias que todo ciudadano debe adquirir, según las recomendaciones del Parlamento y del Consejo Europeo.”
Parece que retrocedemos dos siglos a los tiempos de la rebelión de las secciones cónicas.
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Manuel de León (CSIC, Fundador del ICMAT, Real Academia de Ciencias, Real Academia Canaria de Ciencias).