Revista Cultura y Ocio
La farsa sigue adelante. Ayer se celebró por fin la tan cacareada entrevista entre el presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, y el catalán, Artur Mas. La reunión en La Moncloa se había pregonado previamente como el último cartucho en la búsqueda de una solución consensuada, que evitara que Catalunya se vea abocada a un proceso de autodeterminación que todos empiezan a vislumbrar puede acabar en cualquier cosa.
En realidad el encuentro entre los dos presidentes fue una pura puesta en escena, ya que las decisiones estaban tomadas con anterioridad. Rajoy dio un "no" cerrado a cualquier vía que modifique el status quo actual político y fiscal de Catalunya en el Estado español, y Mas continuó adelante con su discurso entre ambiguo y tremendista que intenta convencer de que no le dejan otra salida que la que comienza a perfilarse.
Lo cierto es que entre todos están cebando la bomba. Los medios ultraderechistas madrileños azuzaban ayer a Rajoy con su conocido mantra que reza "a los catalanes, ni agua", mientras que los apoyos políticos de Mas y el "soberanismo callejero" que en Catalunya está creciendo de manera significativa le empujaban a ir más allá de su discurso habitual. Artur Mas dice de que "Catalunya necesita estructuras de Estado", una frase que sirve lo mismo para un roto que para un descosido; estructuras de Estado ya las tiene actualmente Catalunya, con competencias prácticamente exclusivas en materias como educación y sanidad, por ejemplo; materias cuya vertiente pública por cierto está siendo dinamitada a conciencia por el Gobierno catalán. Estructuras de Estado en fin las tienen las autonomías en un sistema como el actual, también los Estados integrantes de una República Federal y desde luego, un Estado independiente, así que esa frase es una vez más, palabrería convergente para consumo interno de fieles e incautos.
Nada nuevo en eso, pues. Donde sí se ha entrado en una dinámica novedosa y alarmante ha sido en los gestos post entrevista entre los dos presidentes. El primero de ellos fue el que Artur Mas diera su rueda de prensa en la representación de la Generalitat catalana en Madrid, en vez de en La Moncloa. Por vez primera, el salón anejo a la librería Blanquerna se ha convertido en una suerte de embrión de embajada catalana en España. Es un gesto puramente simbólico, pero con una gran carga emotiva dentro.
El segundo gesto fue la recepción triunfal a Artur Mas orquestada tras su regreso a Barcelona. Es cierto que esta se limitó a la presencia en la Pl. Sant Jaume, delante del Palau de la Generalitat, de algunas decenas o quizá cientos de personas, convocadas por la llamada Assamblea Popular Catalana y las Juventudes del partido de Mas (los Mossos d'Esquadra, tan reacios siempre a contar manifestantes de izquierda, cuya cifra siempre rebajan considerablemente, dieron ayer en cambio a la manifestación independentista la disparatada de cuatro mil asistentes, que no cabrían en Sant Jaume ni subidos unos encima de otros). Entre apretones de manos y besos, Mas saludó a los concentrados al estilo de esos líderes de países en proceso de independencia que tras salir de la cárcel entran en un edificio oficial para tomar posesión del poder absoluto, no sé si me entienden. El presidente no salió al balcón como le pedían los concentrados, ya hubiera sido demasiado, pero no es difícil intuir que quien organizó la escena ayer debía estar enormemente satisfecho.
Y sin embargo, a Mas se le ve preocupado. Y con razón, ciertamente. Se anuncia en los mentideros políticos que habrá elecciones autonómicas catalanas avanzadas antes de que acabe el año, quizá en noviembre. Es la jugada que perseguía CiU, el partido de los nacionalistas catalanes de derechas: anticipar las elecciones en un clima de euforia patriótica, para ganarlas con mayoría absoluta. Entonces podrán aplicar sin freno alguno la política de privatización salvaje de servicios públicos, la liquidación del Estado del Bienestar en Catalunya en suma: el verdadero objetivo de toda esta representación de mal teatro.
Pero entonces, si los hados le sonríen ¿por qué está triste Artur Mas?. Pues sencillamente, porque la ola de entusiasmo desatada le está llevando adonde ni él ni los suyos quieren ir. El aprendiz de brujo ha despertado todos los fantasmas y demonios interiores de un pueblo, y estos han echado a caminar por su cuenta. Artur Mas ya no está en condiciones de parar el proceso, que es lo que haría si pudiera.
En la fotografía que ilustra el post, Artur Mas saluda a los independentistas que le recibieron anoche en la plaza de Sant Jaume de Barcelona.