Revista Deportes
"El torero que fue camello", "Joselito y la mala vida" o "De mangui a señor" son algunos de los títulos con los que ciertos medios presentan la biografía de José Miguel Arroyo. Bajo éste último, el "de mangui a señor" -como si los manguis no pusieran ser señores, como si una no pudiese ser puta y señora a la vez, y a mucha honra-, apareció el pizpireto maestro madrileño en las cloacas de la televisión nacional, Antena 3, y su programa Espejo Público, espejo de generaciones de chonis y canis, si acaso, el de la Griso, también el de Castrillón, activista de la abolicionista Prou. Joselito no tuvo problemas en compadrear con aquel que hace un año lo sentó, como un condenado, delante de todo un Parlamento -educación lo llamarán algunos, mendicación moral, lo llamo yo-, ni en reirle las gracias a una tiparraca que hace meses, en busca de vencer en la batalla de las audiencias a sus compañeras de terna, la Campos y Ana Rosa, contrató tres actorzuelos de tres al cuarto y montó un sainete que diese en directo para toda España, en el que unos presuntos corredores de encierros se declaraban públicamente como borrachos, energúmenos y maltratadores. Algunos aún lo recordarán, aquí ayudamos a difundirlo.
Cuando caliente aún está la patata de los mediáticos, con su maldita antitorería y su profundo y desarraigado respeto a la fiesta según la mayoría, me sorprende la cantidad de personas que miran para otra lado y disculpan, en gran acto de hipocresía, de la verdadera, este gorgojeo verbenero que se lleva Joselito por redacciones y platós mezclando churras con merinas, la tauromaquia con la droga y el toro con el camello. Bien está si sirve para quitar caretas y demostrar con otra prueba más de que cada uno va a la suya, que no hablamos de un cualquiera, sino de uno de los maetros que más ha luchado por la imagen y derechos de los semejantes y que ahora, mudando la pluma como buen gorrión y humillando un oficio que de drogadictos y golfos no supera la elevada media de este descalabrado país, se arrastra por ahí, como poseído por el espíritu de Umbral, con no más objeto que no sea hablar de su libro. Éste es Joselito, el verdadero.
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