De nuevo estoy solo, y ahora no será por una, sino por dos semanas. Y tampoco será porque salí de viaje, sino porque me quedé solo en la casa.
Contrario a lo que me sucedió la última vez que estuve en Acapulco y que pensaba tirarme un clavado de 20 pisos, ahora estoy escribiendo, aunque con muchos trabajos.
Mi esposa se fue a su tierra natal por dos semanas para visitar a su gente y asistir a varias fiestas. Da la casualidad de que siempre que va, hay fiestas por todos los frentes familiares y amistosos.
Yo me quedo en casa por cuestión de trabajo y porque no disfruto viajar miles de kilómetros, gastar miles de pesos y regresar en un día para ver a mis suegros. Si fuera el caso al revés, ella haría lo mismo.
Entonces me quedo; llevo tres días y he podido escribir más de lo que había podido en los últimos meses.
Y no es que cuando está ella no pueda escribir, pero lo cierto es que llegar a casa y no hablar con nadie me da la oportunidad de seguir escuchando la voz que me habla durante todo el trayecto desde la oficina hasta la casa.
Tomo la pluma el cuaderno y escribo. Me distraigo con el iPod, con la tele, con los trastes sucios, con los aviones que pasan, los vecinos que gritan, pero me devuelvo a la tarea con un grito a mí mismo.
Luego enciendo la computadora y la cosa se complica porque veo mis dos correos, mis dos cuentas de Twitter, las dos colecciones de páginas que tengo marcadas, los cientos de RSS e indiscutiblemente me distraigo.
Por cada palabra que escribo pierdo cinco o diez minutos navegando entre noticias, consejos e imágenes de todo tipo.
Acabo de leer de una escritora que para escribir no hay que esperar un mood especial eso no sirve, sino que el cerebro sabe cuándo debe ponerse a trabajar.
El problema con mi cerebro es que siempre (bueno, cuando no estoy deprimido) está trabajando en lo que no debería trabajar.
Cuando estoy con mi esposa, pienso en el trabajo, cuando estoy en el trabajo, pienso en lo que quiero escribir, cuando estoy escribiendo, pienso en mi esposa y cuando estoy con mi esposa quiero ponerme a escribir. Es una estupidez.