Cuando he llegado esta mañana he sufrido lo que, entre nosotros, ya se conoce como el «susto Turbón». Nuestros queridos perros tienen ya la muy provecta edad de once años, lo que para unos mastines del Pirineo los convierte casi en centenarios, y no son ya los alocados jovenzuelos ávidos de aventuras y correrías. La perra, Tuca, está en mejor forma y sale corriendo a saludarte según te oye llegar. Turbón, su hermano, está bastante más cascado y sobre todo está completamente sordo, así que ya no sale a recibirte porque no sabe que has llegado. El susto Turbón consiste en que, cuando entras en casa, Tuca salta, corre y lloriquea de emoción porque has llegado pero Turbón no aparece. La excitación de la perra es tal que uno siempre piensa que no se la merece y que quizás esos llantos y esos saltos y ese cruzarse a tu paso sin dejarte avanzar sea porque a su hermano le ha pasado algo, porque, como llevamos un año temiendo, le ha llegado el momento. Empieza entonces una búsqueda alocada por el jardín, gritando a todo pulmón “Turbónnnnnnn” mientras piensas “por favor, por favor, por favor...que no me lo encuentre muerto”. Todos sabemos que está sordísimo y que lo que ocurre es que no nos ha oído pero todos tememos ser los que lo encontremos muerto. Hoy estaba al fondo del jardín, tumbado al solete roncando como un bendito a salvo de cualquier preocupación y cuando he llegado casi a su lado ha abierto los ojos, ha alzado las orejas y se ha levantado a saludarme con su paso de anciano contento.
Con el alivio de saber que todavía no le ha llegado el momento los he sacado de paseo. Ya no damos largas caminatas porque, aunque salen con ganas, se cansan enseguida. Ya conté una vez que a Turbón, además, no se le saca de paseo: se le arrastra. Es agotador tirar de una masa de pelo de 55 kilos de peso que se para cada medio metro a olisquear lo que sea: hierba, flores, el pis que ha dejado su hermana, más hierba, más flores, una esquina, una roca, una zarza. Por el interés que sigue demostrando por esa búsqueda de la esencia perfecta suponemos que el olfato, al contrario que el oído, lo mantiene. Hoy hemos hecho la ruta de siempre y, también como siempre, los he soltado de sus correas para que exploraran su antojo. De repente me he sorprendido paseando detrás de ellos, con las correas colgadas de mi cuello y las manos enlazadas a la espalda. «Un momento. ¿Estoy paseando como si fuera un señor jubilado?» Me he visto desde fuera, me ha hecho gracia, he sacado el móvil y lo he apuntado para escribirlo aquí. «Las musas» lo llaman.
My parents met at the Agency. They worked together for a few years in the 1970s. He left for an overseas assignment and she moved into a new position. They crossed paths again in the 1980s when they ran into each other at Headquarters. Seven children later, here I am!
Mientras vivo unas semanas de noticias de rupturas amorosas entre gente más o menos cercana, esta mañana me ha hecho muchísima gracia leer, mientras desayunaba en completo silencio, que la CIA tiene problemas para reclutar gente y que uno de los ganchos a los que ha recurrido ha sido crear una web que se llama Love at Langley (por si alguno ha vivido en una cueva sin televisión y nunca ha visto una peli de espías, Langley es el lugar donde está la sede de la CIA) en el que recogen historias de amor entre su personal. ME FASCINA LA IDEA. Primero de todo, yo creía (porque yo sí he visto millones de películas y series) que uno no se podía liar con alguien de su trabajo y menos si eres espía y, segundo, ¿cómo es de increíble la idea de usar el gancho “puedes encontrar al amor de tu vida” para atraer empleados? Es que cuanto más lo pienso más ganas de gritar tengo. Quiero comentar esto con todo el mundo porque yo en veinticinco años trabajando no he tenido ni un lío en el trabajo, ni uno. Ni siquiera un atisbo. No es que la tentación surgiera en algún momento y yo, llena de virtud o responsabilidad, la evitara. No, no. Jamás, en toda mi vida profesional, he tenido la más mínima oportunidad de tener un ligue, un amante, un flechazo en el trabajo. Y tampoco es que haya trabajado en ambientes en los que eso no se diera. El mundo de la comunicación es, digamos, bastante proclive a la promiscuidad, a los dramas amorosos, las infidelidades, el sexo en ascensores (transparentes y que solo subían dos plantas), en almacenes de cintas, en estudios de grabación. Hay matrimonios, divorcios, tríos en camerinos, etc. De todo he visto pero nunca he encontrado a nadie que me gustara, que me llamara la atención lo mínimo necesario para que me hiciera gracia. A lo mejor tenía que haber sido espía, quién sabe, para experimentar la emoción y la desdicha en el amor laboral.
Entre las iniciativas que la CIA ha puesto en marcha para animar a la gente a ser espía, además de asegurarles “the love or their life”, hay más cosas. Han abierto un gimnasio en el que puedes hacer zumba, step, yoga, meditación; hay salas para relajarte, salas para hablar con un nutricionista; y hasta han contratado a un encargado de “wellness” en la oficina: una gilipollez como una casa y además muy innecesario porque todo el mundo sabe que para la gente sea feliz en su curro lo que necesita es tener un buen sueldo y salir pronto. Además de todo eso la CIA ha abierto un portal para reclutar trabajadores y claro, he entrado a cotillear. ¿Para qué? Pues porque a mi edad yo creía que había cosas que ya no podrían pasar en mi vida pero si, en el año 2023, la CIA no tenía gimnasio en sus instalaciones y ofrece historias de amor como gancho, quién sabe si, a lo mejor, les interesa tener entre sus filas a una mujer de 50 años en una posición “overseas” como dicen ellos, espiando lo que haya que espiar en España y con un perro sordo.
Imagina que me cogen.
Imagina que me hago espía.
Imagina que por fin tengo un rollo en el curro.
Voy a ver si Turbón sigue respirando.
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