Revista En Femenino

De pie

Por Tenemostetas
Por Ileana Medina Hernández
“Hay un tema de una significación amplia e incalculable para la humanidad,  acerca del que prácticamente nada se conoce porque los escritores no han sido madres… ¿Qué podría significar para cualquier mujer, y hombre,  vivir en una cultura en la que el nacimiento de niños y la maternidad  ocuparan una posición como la que el sexo y el amor romántico  han ocupado en la literatura y el arte durante los últimos quinientos años,  o como la posición que ha ocupado la guerra desde que comenzó la literatura?”
Alicia Ostriker, poetisa estadounidense

De pie

Chupicuaro Terracotta Sculpture of a Mother Giving Birth

De pie. Con los brazos agarrando el cuello de mi marido. (Ya sabía yo que de algo servirían algún día los 1,92 m que mide :-). Me cuelgo de su cuello y me balanceo, moviendo la pelvis en círculos. Es un movimiento involuntario, me dejo llevar. Cuando viene la contracción, me dan ganas de empujar y tiro hacia abajo con todas mis fuerzas. Luego él me contó que en esos momentos creía que yo me quedaba con los pies en el aire. Así de fuertes eran los tirones. Los dolores eran intensos, pero soportables. Solo existíamos nosotros, no era consciente de nada de lo que había alrededor. Cuando más dolían las contracciones, me venía a la cabeza el estribillo de Rosa Zaragoza que estuve escuchando y cantando durante todo el embarazo: "mi abuela parió a mi madre, mi madre me parió a mí, todas paren en mi casa, yo también quiero parir". Increíblemente, cual fórmula mágica, esas palabras me daban fuerzas para sobrellevar la contracción sin problemas. Desde que me colgué al cuello de Emilio, hasta que parí, deben haber pasado pocos minutos, quizás 10 ó 15, no tenía noción del tiempo, pero hoy lo recuerdo todo como muy rápido. De pronto sentí que la cabeza del niño bajaba y grité "ya viene, ya viene". Rompí aguas, se inundó el suelo de líquido y recuerdo haber sentido una momentánea decepción, porque pensé: ah, no, no es el niño, es que he roto aguas. Pero inmediatamente, con el diluvio, salió su cabeza. El matrón Luis apareció por la puerta y llegó justo a tiempo para coger al bebé desde detrás de mí. Lo cogió, lo puso suavemente sobre la cama y yo me giré para cogerlo: "mi niño, mi niño" grité con euforia. Quería abrazarlo pero el cordón estaba entre mis piernas y tuvimos que pasarlo por entre ellas. Yo levantaba mi pie todo lo que podía y Emilio me decía: "cuidado, no te resbales" y yo respondía "no, estoy bien, estoy muy bien, estoy muy feliz". La felicidad, la euforia, el orgullo que sentía en esos momentos son inexplicables. Lo confirma mi marido, dice que nunca me había visto tan radiante. Para él también fue una experiencia sin igual.
Luego, puse al niño sobre mi pecho, y me tumbé en la cama a que me atendieran el pequeño desgarro mientras a la vez esperábamos el alumbramiento. El matrón, el papá y mi bebé, todos eran hombres a mi alrededor y me acompañaron y atendieron de maravilla. Terminaron de darme los puntos y la placenta salió, enorme y brillante, es  muy impresionante.
Era domingo por la noche, la madrugada del lunes 28 de enero. Desde el viernes por la noche había empezado a notar contracciones aisladas, no muy dolorosas. Ya tenía 41 semanas de embarazo, un barrigón enorme y pesado, y todos coincidían en que el niño venía grande, como al final fue: pesó 4,320 kg al nacer. Tenía miedo llegar a las 42 semanas y que me quisieran inducir el parto. Pero en el fondo confiaba en que todo iba a ir bien. El sábado y el domingo salí a pasear bastante. Cuando me movía, las contracciones venían, pero luego volvían a irse. El domingo por la noche, al acostarme, como a las 12 de la noche, empecé a sentir contracciones un poco más dolorosas. Le dije a Emilio "creo que estas ya son las buenas". Tuve cuatro o cinco y cada vez venían más fuertes. Ya no podía estar acostada y me levanté, fui y me metí en la ducha caliente. Emilio me preguntó si se iba vistiendo, y yo le dije que todavía, que aquello acababa de empezar. Pero las contracciones empezaron muy pronto a ser muy seguidas, cada 3 minutos o menos, y bastante fuertes. Entonces nos vestimos y salimos para el hospital.
Sí, para el hospital. Este parto ocurrió en un hospital público, en el Hospital Universitario de Canarias. Como a la una menos cuarto salimos para allá. Llegamos como a la una a Urgencias, enseguida me recibieron muy bien y una auxiliar me acompañó caminando hasta la zona de paritorios.
La matrona que me recibió comprobó que estaba con 9 cm de dilatación. Me asombré de tanta dilatación con el poquito tiempo que llevaba con contracciones "de verdad", y pensé que las contracciones del fin de semana habían hecho su trabajo. Me pasó directamente al paritorio. No es uno de esos paritorios hermosos con bañera, pelotas de colores y áreas confortables. Es el paritorio clásico, con cama de potro y aséptico como un quirófano. Me hizo algunas preguntas y me puso en la barriga el electrodo para monitorear el latido fetal. El momento cumbre llegó cuando le pregunté si podía moverme como quisiera y me respondió que sí. Me dejó libre, sin sueros ni ataduras. Nos dejó solos y se marchó.  Mi sueño se estaba cumpliendo. Para nosotros, parir en casa no era una opción, y tampoco teníamos clínicas diferentes donde elegir. Fluí, confié y pensé en tener un parto lo mejor posible en el hospital. Ni siquiera llegué a presentar un plan de parto. Confié en mí misma y en que las cosas vendrían como tenían que venir.
Al decirme que sí, que podía moverme, sin pensar en nada me puse de pie y me colgué del cuello de Emilio. No tenía nada previsto, hice siempre lo que el cuerpo me pidió. Ahora pienso que, quizás, su cuerpo era lo único conocido y seguro que tenía a mi alrededor. Entre contracción y contracción, a pesar de que eran muy seguidas, me daba como un poco de sueño. Intenté en una de esas tumbarme, pero qué va, el dolor era mucho más insoportable cuando venía la contracción y me pillaba tumbada. Volví a ponerme de pie y seguí en mi sitio, danzando la pelvis sostenida por mi marido.
Enseguida, en unos pocos minutos, a las 2.20 am, el niño nació. No habían pasado ni dos horas de trabajo de parto. Fue el parto libre, seguro y gozoso que quería,  y nos sentimos las personas más plenas y felices de la tierra. Nuestro hijo era recibido con amor y respeto, y no fue separado de mi pecho para nada.
Aunque no sea muy poético, quiero aprovechar este post para agradecer a la matrona Nohe que me recibió, al matrón Luis que recibió al niño y me atendió el desgarro y el alumbramiento, a los auxiliares y a todo el equipo que estaba de guardia aquella noche en el paritorio del HUC por el esfuerzo que están haciendo hacia partos cada vez más libres y respetuosos con las mujeres y las crías. Quiero aprovechar para romper una lanza a favor del sistema público sanitario español, de sus excelentes profesionales y de la fe en que los políticos sin escrúpulos no lo desmantelen y siga siendo uno de los mejores sistemas sanitarios públicos del mundo.
Sí, hijo mío, por ustedes, sigo teniendo fe en un mundo más amoroso. Lo merecéis, lo merecemos.


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