Revista Cultura y Ocio
Álvaro Mutis (1923-2013)
La muerte fue una de sus mayores obsesiones poéticas. Ha muerto en ciudad de México, Álvaro Mutis, con noventa años, casi bordeando la centuria. Había nacido en Bogotá en 1923, en agosto y murió en setiembre un día 23, como el año de su nacimiento (la poética y ominosa trinidad). Fue uno de los últimos monarquistas ―su poema Funeral en Viana es fiel reflejo de ello―, en un mundo en el que se defenestran reyes y príncipes; solía decir que la caída de Constantinopla fue el acontecimiento más aciago de Occidente. Por supuesto detestaba el comunismo y ese embeleco político de una urna llena de papeles blancos llamado democracia. Su infancia se movió entre Bruselas y luego, en la finca familiar de Coello en el Tolima colombiano, paisaje pletórico de verdor, de aromas, de rumores, de un cerúleo cielo y un clima telúrico como aliento de fuego de la tierra. Fue ese paisaje justamente el que empezaría a perfilar su poética. Sus nocturnos y poemas dedicados a la vastedad del paisaje feral del Tolima grande, sería su sello personal. Tanto arraigo tuvo por esta memoria geográfica, que llevó para su casa en ciudad de México una mata de plátano para evocar sus raíces cada vez que se asomaba a la ventana. Mutis tuvo una vida digna de un novelista: periodista, locutor ―voz institucional de la Radio Nacional de Colombia y la HJCK, quijotada de su amigo íntimo Álvaro Castaño Castillo―, «coracero en Valmy, farmaceuta ambulante en el Chicamocha» y publicista, tuvo un embrollado asunto oscuro con la ESSO lo que había de llevar con sus huesos a la Cárcel de Lecumberri, donde escribiría un testimonio sobre estos sórdidos lugares de la desdicha humana. Novelista prolijo, deja una saga protagonizada por su alter ego marinero como Conrad y Melville, Maqroll el gaviero. Su poesía tiene un comienzo signado por la ceniza. En 1948, el 8 de abril sale la primera edición de su primer poemario; al otro día, se verá consumida totalmente por la gracia de los incendios etílicos de la turba enceguecida de odio, azuzado por la muerte de Jorge Eliécer Gaitán. Desde los años cincuenta residía en México donde trabó amistad con su intelectualidad: Paz, Poniatowska, Arreola, Fuentes y por supuesto donde fue vecino del premio Nobel colombiano. En Lecumberri, trazó un borrador sobre El Libertador, La Muerte del estratega, que da al fuego; luego, entrega generosamente las notas acumuladas durante su trabajo de investigación a García Márquez para El General en su laberinto. Varios premios distinguen su solapa como flores que se marchitan, pues el propio Mutis dijo que los libros son los que deben vivir su vida, los premios dados al poeta son meros hechos accidentales. Un poeta no se puede cartografiar por uno o dos textos, sin embargo, como los hijos, son imágenes, reflejos genéticos que tienen sus propios rasgos.
NOCTURNO
(Los trabajos perdidos)
Esta noche ha vuelto la lluvia sobre los cafetales.
Sobre las hojas de plátano,
sobre las altas ramas de los cámbulos
ha vuelto a llover esta noche un agua persistente y vastísima
que crece las acequias y comienza a henchir los ríos
que gimen con su nocturna carga de lodos vegetales.
La lluvia sobre el cinc de los tejados
canta su presencia y me aleja de sueño
hasta dejarme en un crecer de las aguas sin sosiego,
en la noche fresquísima que chorrea
por entre la bóvedad de los cafetos
y escurre por el enfermo tronco de los balsos gigantes.
Ahora, de repente, en mitad de la noche
ha regresado la lluvia sobre los cafetales
y entre el vocerío vegetal de las aguas
me llega la intacta materia de otros días
salvada del ajeno trabajo de los años.
La muerte de Matías Aldecoa
(Del libro "Los trabajos Perdidos", 1965)
Ni cuestor en Queronea, ni lector en Bolonia, ni coracero en Valmy, ni infante en Ayacucho; en el Orinoco buceador fallido, buscador de metales en el verde Quindío, farmaceuta ambulante en el cañón del Chicamocha, mago de feria en Honda, hinchado y verdinoso cadáver en las presurosas aguas del Combeima, girando en los espumosos remolinos, sin ojos ya y sin labios, exudando sus más secretas mieles, desnudo, mutilado, golpeado sordamente contra las piedras, descubriendo, de pronto, en algún rincón aún vivo de su yerto cerebro, la verdadera, la esencial materia de sus días en el mundo. Un mudo adiós a ciertas cosas, a ciertas vagas criaturas confundidas ya en un último relámpago de nostalgia, y, luego, nada, un rodar en la corriente hasta vararse en las lianas de la desembocadura, menos aún que nada, ni cuestor en Queronea, ni lector en Bolonia, ni cosa alguna memorable
Funeral en Viana
In memoriam Ernesto Volkening
Hoy entierran en la iglesia de Santa María de Vianaa César, Duque de Valentinois. Preside el duelosu cuñado Juan de Albret, Rey de Navarra.En el estrecho ámbito de la iglesiade altas naves de un gótico tardío,se amontonan prelados y hombres de armas.Un olor a cirio, a rancio sudor, a correajesy arreos de milicia, flota denso en la lluviosamadrugada. Las voces de los monjes llegandesde el coro con una cristalina serenidad sin tiempo:
Parce mihi, Domine,nihil enim sunt dies mei.¿Quid est homo, quia magnificas eum?¿Aut quid apponis erga eum cor tuum?
César yace en actitud de leve asombro,de incómoda espera. El rostro lastimadopor los cascos de su propio caballoconserva aún ese gesto de rechazo cortés,de fuerza contenida, de vago fastidio,que en vida le valió tantos enemigos.La boca cerrada con firmeza parece detenerA flor de labio una airada maldición castrense.Las manos perfiladas y hermosas, las mismasle su hermana Lucrezia, Duquesa d’Este,detienen apenas la espada regalo del Duque de Borgoña.Chocan las armas y las espuelas en las losas del piso,se acomoda una silla con un apagado chirridode madera contra el mármol, una tos contenidapor el guante ceremonial de un caballero.Cómo sorprende este silencio militar y doloridoante la muerte de quien siempre vivióentre la algarabía de los campamentos,el estruendo de las batallas y las músicasy risas de las fiestas romanas. Inconcebibleque calle esa voz, casi femenina, que con el acentorecio y pedregoso de su habla catalana,ordenaba la ejecución de prisioneros,recitaba largas tiradas de Horaciocon un aire de fiebre y sueño o murmurabaal oído de las damas una propuesta bestial.Qué mala cita le vino a dar la muerte a César,Duque de Valentinois, hijo de Alejandro VIPontífice romano y de Donna Vanozza Cattanei.Huyendo de la prisión de Medina del Campohabía llegado a Pamplona para hacer fuertea su cuñado contra Femando de Aragón.En el palacio de los Albret, en la capital de Navarra,se encargó de dirigir la marcha de los ejércitos,el reclutamiento y pago de mercenarios,la misión de los espías y la toma de las plazas fuertes.No estaba la muerte en sus planes.La suya, al menos. A los treinta y dos añosmuy otras eran sus preocupaciones y vigilias.Frente a Viana acamparon las tropas de Navarra.Los aragoneses comenzaban a mostrar desaliento.Sin razón aparente, sin motivo ni fin explicables,el Duque salió al amanecer, en plena lluvia,hacia las avanzadas. Le siguió su paje Juanito Grasica.En un recodo perdió de vista a César.Una veintena de soldados del Duque de Beaumont,aliado de Fernando, cayó sobre el de Valentinois.La lluvia les había permitido acercarse.Él sólo pudo verlos cuando ya los tenía encima.Entre los presentes en la iglesia de Santa María,persiste aún la extrañeza y el asombroante muerte tan ajena a los astutos designios de César.Los oficiantes oran ante el altar y el coro responde:
Deus cui propium est misereri,semper et parcere, te supplicesexoramus pro anima famuli tuiquam hodie de hoc sæculo migrare iussisti.
Los altos muros de piedra, las delgadas columnasreunidas en haces que van a perderseen la obscuridad de la bóveda, dan al cantouna desnudez reveladora, una insoslayable evidencia.Sólo Dios escucha, decide y concede.Todos los presentes parecen esfumarseante las palabras con las que César, por bocade los oficiantes, implora al Altísimo un donque en vida le hubiera sido inconcebible: la misericordia.El perdón de sus errores y extravíos no fue asuntopara ocupar ni el más efímero instante de sus días.Sin sosiego los días de César, Duque de Valentinois,Duque de Romaña, Señor de Urbino.¿De qué fuente secreta manaba la ebria energíade sus pasiones y la helada parsimonia de sus gestos?Los hombres habían comenzado a tejer la leyendade su vida sin esperar a su muerte. Algo de estollegó alguna vez a sus oídos. No se marcóel más leve interés en sus facciones.Una humedad canina se demora dentro de la iglesiay entumece los miembros de los asistentes.El desnudo acero de las espadasy de las alabardas en alto despide una luz pálida,un nimbo impersonal y helado. Los arreos de guerraexhalan un agrio vaho de resignado cansancio.
Requiem æterna dona eis, Domine;et lux perpetua luceat eis.In memoria æterna erit iustus:ab auditione mala non timebit
El Rey Juan de Navarra mira absortolas yertas facciones de su cuñadopor las-que cruza, en inciertas ráfagas,la luz de los cirios. Vuelven a su memorialos consejos que días antes le daba Césarpara vencer las fortificaciones aragonesas;la precisión de su lenguaje, la concisa sabiduríade su experiencia, la severa moderación de sus gestos,tan ajena al febril desorden de su rostroen las interminables orgías de la corte papal.Hoy cuelgan a Ximenes García de Agredo,el hombre que lo derribó del caballo con su lanza.Su rostro conserva todavía el pavorante la felina y desesperada defensa del Duque.Ya en el suelo y al tiempo que lo acribillabanlas lanzas de sus agresores, aún tuvo alientospara increparlos: «¡No sou prous, malparits!»Hoy parte Juanito Grasica para llevar la noticiaa la corte de Ferrara. Imposible imaginar el dolorde Donna Lucrezia. Se amaban sin medida.Desde niños, comentaba César en días pasadosal recibir en Pamplona un recado de su hermana.Termina el oficio de difuntos. El cortejova en silencio hacia el altar mayor,donde será el sepelio. Gente dei Duquecierra el féretro y lo lleva en hombrosa[ lugar de su descanso.Juan de Albret y su séquito asistenal descenso a tierra sagrada de quien en vidafue soldado excepcional, señor prudente y justoen sus estados, amigo de Leonardo da Vinci,ejecutor impávido de quienes cruzaron su camino,insaciable abrevador de sus sentidosy lector asiduo de los poetas latinos:César, Duque de Valentinois, Duque de Romaña,Gonfaloniero Mayor de la Iglesia,digno vástago de los Borja, Milá y Montcada,nobles señores que movieron pendónen las marcas de Cataluña y de Valenciay augustos prelados al servicio de la Corte de Roma.Dios se apiade de su alma.