Mi relación con el miedo es muy curiosa. Teóricamente tengo muy claro que el miedo es un mecanismo de defensa del cerebro preocupado con mi seguridad. Cuándo el cerebro aprendió su oficio los cambios solían ser amenazas y lo desconocido o te comía o te envenenaba. Lo más sensato era evitar lo desconocido y no aventurarse demasiado.
En el siglo XXI ésta formación de mi cerebro ha quedado algo obsoleta. Raramente me tropiezo con dinosaurios o tigres en la calle ni encuentro plantas desconocidas que quisiera incorporar en mi cocina. Así que mi cerebro se inventa las amenazas y las disfraza de razones que no admiten mucha discusión.
- Ahora no es buen momento.
- Es demasiado complicado.
- No funcionaría.
- Estoy muy cansada / no tengo tiempo.
- Eso es ridículo.
Mi cerebro aplica estas “razones” a todo: organizar una actividad nueva, empezar un proyecto, escribir un texto, contactar con alguien, salir de la rutina. Si hay que hacer un esfuerzo (aunque sea meramente mental), mi cerebro ve un tigre.
Tigres, gatos y otros felinos
La única forma de vencer el miedo al tigre es parar un momento para evaluar si aquella sombra (proyecto o idea) realmente es un tigre. A lo mejor se trata de un simple gato común o de un arbusto artísticamente recortado. Si mi armario de noche se solía convertir en un monstruo enorme (hasta que tenía unos siete años), no dudo que soy capaz de evocar un tigre mirando un gato hambriento de atención.
Hay dos preguntas que me ayudan a descifrar la inminencia del peligro real por mi vida cuando contemplo si escribir un nuevo libro, sacar un nuevo curso, colaborar con otra persona:
1. ¿Qué es lo peor que me puede pasar?
Si no hay riesgo de muerte, bancarrota o exilio inmediato, confío que puedo vivir con el resultado. Desde este perspectiva el miedo no desaparece, pero lo acepto como indicador de que como mínimo, algo aprenderé.
¿Cuál es el primer paso que tendría que dar?
Definir el primer paso es la mejor forma de explicarle a mi cerebro, con todo el cariño del mundo, de que realmente no hay por qué ponerse tanto a la defensiva. De hecho, una vez que tengo el primer paso definido, es más fácil hacerlo que perder tiempo con la discusión interna del por qué debería no hacer nada.
Despejar el caos en toda la casa es una tarea que puede intimidar hasta a los más valientes. Mejor dejarlo para otro fin de semana, las vacaciones, después de navidad… Revisar un cajón de la estantería del comedor, sin embargo, no intimida a nadie y lo puedes hacer en media hora.
Organizar la quedada anual con tus amigos de la promoción de la universidad puede ser un calvario. Mandar un primer email a todos con una propuesta de tres fechas sin embargo se puede realizar en 10 minutos.
¿Qué tigre quieres desarmar hoy?
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Imgen original: Paula Boroska / unsplash.com