ALEXANDER NIKITIN
Luego de varios intentos vacíos por plasmar el sueño en palabras, me di por vencida.
No hablo de un sueño como quien se refiere a un deseo. Sino de un sueño, esos que ocurren cuando uno duerme y ronca.
Tuve uno tan bello que al segundo de haberme despertado quise congelarlo, aspirarlo, frezarlo, reflejarlo con palabras para que quedara en algún lugar físico donde pudiera volver a éste de vez en cuando.
Fantaseé con ser pintora, música y escritora. Todo a la vez. Y poder hacer una gran obra maestra con mi sueño repetitivo. Pero las cosas no son tan sencillas. Ni yo soy tan eficaz o talentosa.
El tema es que el lunes por la mañana me levanté extasiada. Había vuelto a soñar mi sueño recurrente -les aseguro que es mío y de nadie más-, el “top ten” de los sueños recurrentes.
Ese que nos hace querer volver a cerrar los ojos de inmediato en un esfuerzo pelotudo por volver a dormirse y retomarlo. El mismo que se repite no tan seguido, digamos una vez cada trescientos días; pero no tan espaciado como para olvidarlo.
Hay pastillas para todo en esta vida, y no inventaron aún píldoras para poner “replay” en los sueños?
A la siguiente noche, intentar soñar lo mismo no tuvo ningún tipo de consecuencias positivas. Todo lo contrario. Esa noche volví a soñar pero no eras vos. Había un impostor burlándose de mi testarudez por volver a encontrarte.
El lunes . . . sí el lunes fue un día olvidable, al igual que el martes. De esas jornadas que hay que guardar en algún cajón bajo siete llaves para que su esencia no pueda contaminar más días de semana. Dos días infructuosos en los que intenté cazar mariposas con una red y pegarlas en la pared con chinches. A cada minuto que intentaba acariciar siquiera el teclado, una tarea me sacaba de ese lugar, de mis ideas, y de cualquier cosa constructiva que pudiera parecerse a un relato.
Lo intenté. Así fue como quedaron varias hojas mecanografiadas e inconclusas desparramadas por varios sectores, mezcladas con facturas, pedidos y manchadas con cúrcuma.
El primer intento de escritura fue empalagoso, debo admitirlo. El segundo fue algo así como un relato en tiempo presencial del tipo: “Me despierto”, “Te sueño”. Aburrido y deplorable.
El tercero directamente atentó contra cualquier resto de buena voluntad por escribir algo coherente. Habiendo abandonado la máquina de escribir, y pensando que la tecnología me iba a recibir con los brazos abiertos, me encontré con que el Word no quiso “traducir” mis palabras de manera armoniosa y arremetió en mi contra escribiendo con unas letras rojas y tachadas. Increíble! Tal vez era una señal.
El marcado sentimiento de bienestar que me brindó el sueño desapareció aplastado por los minutos lapidarios que van marcando la gestación del pasado. Mi propio empecinamiento por estirar el cúmulo de sensaciones con el que me desperté espantó lo poco que quedaba.
Leí hace poco en la red que cuando la Bella Durmiente por fin despierta tiene en realidad cuarenta años. Tiene sentido. Estoy segura de que tuvo mi mismo sueño y logró perpetuarlo.
“Si pudiera olvidarme
por siempre de mi mismo
habría de encontrarme
allá en tu dulce abismo
Que lindo que es soñar
soñar no cuesta nada…”
Kevin Johansen - Fragmento
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