Mi hijita pequeña acaba de cumplir tres años y me acompaña hoy en mi primer día laborable del año. De ella la combinación de letras y signos que iba a dar título a esta entrada: mmsdffffMARtiL4&LLLLeLLLA. Me levanté unos minutos del ordenador para beber un vaso de agua y al regresar la encontré subida en mi silla y escribiendo.
Desconozco que es lo que ha querido decir o escribir, pero seguro que habla de lo linda que es su mamá o de algo por el estilo. Al fin y al cabo, su mágico mundo está fundamentalmente ocupado por todos nosotros, los perros que se cruzan con ella cuando sale al mundo, los pocos peluches de los que casi nunca se separa, el agua que pide cuando tiene sed, las dulces golosinas de colores que de vez en cuando come, las cosas que hacen ruido al caer, los juguetes que cuelgan de la pared de su habitación y la continua manera de hacerse entender: con una sonrisa, con un llanto, con su graciosa manera de hablar o de gesticular y sobre todo, con su forma de imitar todo lo que la rodea.
No recuerdo el nombre del relato de Borges que un día me refirió el amigo de un buen amigo mío, pero venía a decir aquella historia que había una vez una enorme biblioteca en la que estaban, perfectamente encuadernados, todas las combinaciones posibles de letras, símbolos y espacios. En esa biblioteca había millones de millones de volúmenes absolutamente ininteligibles, pero también entre ellos se encontraba, como simples y arbitrarias combinaciones más, obras como El Quijote de Cervantes, La Ilíada de Homero, la declaración universal de los derechos humanos, y varias guías telefónicas completas.
En aquella biblioteca infinita imagina por Borges habría volúmenes pequeños, que contenían sólo una “a” y volúmenes enormes, como aquel que contenía miles de veces la letra “z”. Y entre uno y otro, sirva de ejemplo, el pequeño texto que reproducía un poema llamado Itaca, de un tal Cavafis, que tanto influyó en mi vida.
Allá por octubre de 2010, en viaje por Madrid, el escritor Ken Follett (Los Pilares de la Tierra, más de 100.000.000 de lectores) confesaba pícaramente que escribía al peso y le pagan por gramos: mil libras por gramo de libro. En aquella entrevista también se habló, aunque tangencilamente, de Borges:
- No le gusta Borges. ¿Cómo se atreve?
- ¿Borges? Ah, ¿el escritor? Estoy intentando recordar un título de Borges y no puedo, y eso siempre es una mal señal.
Mientras yo le doy vueltas al título de la historia que me sirve de excusa para hablar de mi hija, ella viene, me lanza una enorme sonrisa y me pide, quizá metafóricamente ir a la pelela. Y entonces yo pienso que el mundo, aunque sea verdad el tango, no solo es ni solo será una porquería. Yo lo sé.
Luis Cercós (LC-Architects)
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Buenos Aires - Madrid