Ayer hizo un día espectacular en esta ciudad que me habita. El sol de la mañana no tardó en devolverme el espíritu que había quedado destemplado por el frío del amanecer, por las ansias por ventilar todo y por mi amor por las corrientes de aire, incluso en enero. Salí a la calle temprano, abandonando las bajas temperaturas del interior, y aporté mi granito de arena a la reactivación económica revolviéndome contra el dogma del FMI. Sí, sucumbí: fui de rebajas, en su primer día (una experiencia nueva para mí), pero actué con responsabilidad: sólo compré lo que tenía previsto y un capricho, que una no es de piedra, aunque hubiera salido de casa tan fría como un témpano.
Turisteé por Barcelona, una actividad que recomiendo y que puede realizarse en cualquier lugar, mejor si es el propio porque entonces se produce el fenómeno del redescubrimiento, más sosegado sin la ansiedad de captar la realidad a través del objetivo de una cámara digital. Sólo se precisa un buen calzado, olvidar el reloj y dejarse llevar, deambular sin un rumbo prefijado, sin prisas. Si es el primer día de rebajas, el oleaje humano, también errante, puede ayudar bastante en la tarea. Ayer olvidé la economía, los mercados, los tecnócratas y seres invisibles que nos gobiernan (hacer un rajoy ya es sinónimo de dar largas y plantón a una cita), olvidé la incertidumbre laboral, que odio ir al centro el primer día de rebajas, la dieta y los recursos finitos de mi cuenta de ahorro. Ser despistada tiene sus ventajas. Olvidé, incluso, que mañana es lunes.
“Y desde esta curva donde estoy parado
me he sorprendido mirando a tu barrio,
y me han atrapado luces de ciudad”.