La psicología evolutiva no trata de explicar el comportamiento humano actual (de eso se ocupa la psicología) sino del por qué ciertos rasgos, conductas o cogniciones han sobrevivido a la marea evolutiva y nos permiten hoy pensar y ser como somos. Más bien la psicología evolutiva nos permite conocer por qué no podemos ser de otra manera a cómo somos de acuerdo con esta “herencia ancestral” de rasgos adaptativos que han sobrevivido a la deriva evolutiva y sobre todo nos permite saber por qué no podemos ser de otra manera incluso aunque seamos capaces de imaginarnos esa “otra manera”.
Aquellos de ustedes que hayan visto el video de Helen Fisher:
Ya sabrán cuáles son nuestras posiciones actuales acerca de esta fenomenal emoción que tantas y tan buenas prestaciones ha aportado a nuestro linaje. Sin embargo el video de Helen Fisher pasa por alto una cuestión fundamental, que para mí es ésta: ¿A quién benefició en su origen el invento del amor?
La misma Fisher está de acuerdo en que el amor es una emoción que evolucionó a fin de asegurar a las hembras un cuidado de ellas mismas y sus crías por parte de los machos proveedores. Si esto fuera cierto, habría que precisar un corolario: el amor benefició ancestralmente a las mujeres, a sus crías y a la supervivencia de eso que llamamos hoy, familia monógama. Sin amor seríamos una estirpe más parecida a los monos que a los homínidos pues ninguna emoción ligada al apego hubiera evolucionado.
Lo cierto es que el amor es una emoción muy compleja y tal como podemos ver en el video de la propia Helen Fisher existen muchas clases de amor. Al menos tres: el amor de las madres hacia sus hijos (apego), el amor sexual (que tiene como fin la cópula) y el amor fraternal, que podría entenderse como la capacidad de los seres humanos de establecer lazos amorosos con compañeros, amigos, familiares, causas o proyectos colectivos.
Sólo el amor sexual es del que vamos a hablar en este post y un poco para poner en cuestión la idea de Fisher acerca del amor romántico.
¿Es posible discriminar el amor romántico del simple deseo sexual?
En mi opinión no es posible en los hombres, pero si es posible en las mujeres.
Y lo es por razones evolutivas. Para la mujer el amor es un ancestral seguro de vida (aunque hoy ya no sirva para nada en las mujeres autosuficientes), para los hombres una cruel atadura, que nos impide copular con otras hembras sin el “pago” adecuado. Lo que no significa que los hombres no podamos enamorarnos, lo hacemos. Pero lo hacemos menos que ellas y lo hacemos más bien como resultado de las cópulas que como pretexto para copular.
El soporte neurobiológico de esta diferencia, es precisamente el canal sensorial que se activa para tal fin: en los hombres la visión y en las mujeres la rememoración acústica. Los hombres tienden a enamorarse (aunque yo hablaría solo de deseo) a partir de la visión de la hembra adecuada y ciertas señales que se ponen de manifiesto de forma subliminal. Mientras que las mujeres que son más lentas para esta reacción precisan de una serie de eventos que pongan de manifiesto en su memoria que aquella es una buena elección en términos de su propia experiencia. En este sentido podríamos afirmar que el hombre “se enamora” más rápidamente que las mujeres (sin poder discriminar entre amor y deseo) y que las mujeres “se enamoran más tarde” sin que sea posible tampoco discriminar entre amor y deseo, lo que explica que los hombres deban y lleven en cualquier caso la iniciativa en todo lo amoroso. Lo cierto es que las mujeres declaran con más frecuencia e intensidad su amor por aquellas parejas con las que copulan que los hombres, mientras que en el largo plazo las mujeres dejan de hablar del amor, igualándose a los hombres. De hecho ninguna mujer casada se interesa ya por el amor y sí por otras cuestiones como se aprecia en las conversaciones que mantienen entre sí.
Y es por ello que inventada la estrategia los machos inventaron la contra estrategia: la mejor forma de copular con una mujer es hacerle creer que estamos profundamente enamorados de ella. Se trata de una estrategia para malas épocas y entornos represores de la sexualidad que sin duda ha favorecido a muchos machos que sin el engaño simplemente no habrían copulado jamás.
Lo cierto es que la palabra “amor” tiene distintos significados para machos y hembras y sobre todo varía según la edad. Para un macho joven de nuestra especie las posibilidades de cópula están hoy muy abiertas y más si se trata de un hombre de éxito o con atractivo (signifique esto lo que signifique), pero en un macho viejo o sin atractivo las posibilidades se cierran, del mismo modo que sucede en las mujeres. De manera que es en la juventud donde han de ponerse a prueba todas estas habilidades y poner toda la carne en el asador. Y eso es lo que sucede.
Las mujeres tratan de convertir al macho merodeador en doméstico compitiendo entre sí y los hombres tratan de convertir a su “princesa” en su propiedad sin renunciar a merodear de vez en cuando, pues en todo hombre hay un descuidero, de lo cual no debe entenderse que las mujeres sean monógamas por naturaleza; siendo verdad que la presión evolutiva de la monogamia sobre las mujeres ha sido muy potente, en toda mujer hay también un gorriona merodeadora con intención de ser infiel. Una adaptación social como la monogamia puede resultar profundamente inadaptativa desde el punto de vista reproductivo.
De manera que es posible predecir que en nuestra especie sobrevivirán tres estrategias reproductivas evolutivamente estables (EEE): la monogamia, la hipergamia y la promiscuidad (Maynard Smith, 1997).
El problema es que el enamoramiento como “amor romántico” que describe la Fisher en su video (y que cualquier persona corriente habrá podido experimentar alguna vez en su vida) no tiene nada de romántico y puede ser barroco, cortés o romano según la época y el entorno en que se desarrolla. Dicho de otra forma: el amor sigue patrones culturales en su expresión, pues no debe olvidarse que se trata de una creencia y no de un estado perpetuo y objetivo, de modo que hablar de amor romántico es solo una manera de describir el amor en el que creen las personas que comparten una misma época y valores. Por ejemplo el amor que ahora se lleva es un constructo postmoderno que sigue apoyándose no obstante en el amor romántico (al menos mientras dura): se trata de un desechable, de algo intercambiable, de algo sometido a las leyes del desgaste , la perentoriedad y la superficialidad. El amor postmoderno es aquel que lleva un código de caducidad como los comestibles, ya nadie cree en el amor para siempre del mismo modo que ya nadie cree en una ocupación para toda la vida o en la vida eterna. Hoy es todo intercambiable, superfluo y ocasional, todo lo cual no impide que seamos adoradores del amor romántico.
De manera que la consecuencia más visible de todo ello sea la monogamia sucesiva, es decir seguir creyendo en la monogamia pero cambiando de pareja, eso hace casi todo el mundo, incluyendo a la Fisher.
En todo caso el destino del amor romántico es convertirse en apego simple. El apego desde luego tiene poco de romántico y mucho de prosa, es por eso que de él nadie quiere hablar, pero en realidad es el apego el que mantienen unidos a personas, grupos, instituciones, colectivos, etnias y países. El apego no es un cóctel embriagador como el amor, y no tiene tanto de recompensa dopamínica como los primeros escarceos amatorios que dejan una huella perenne en nuestra memoria, a cambio aumenta la serotonina y nos procura un placer bien distinto si uno no añora demasiado el estado de “enamoramiento” anterior o si uno ha dejado de creer en él. El apego está relacionado con los intereses a largo plazo, el dinero, los hijos, el cariño y todas esas cosas que carecen de interés poético pero mucho de intención adaptativa: en realidad esa es la función del amor (al menos desde el punto de vista evolutivo): que llegue a convertirse en una relación a largo plazo, entendiendo que para la evolución el largo plazo es el periodo de crianza de los hijos, nuestra expectativa de vida en tiempos arcaicos.
Los hombres disminuyen (como los hámsteres y otros mamíferos) su actividad hormonal cuando son padres, probablemente el sentido de esta disminución sea la de inhibir la agresividad, sin embargo las mujeres sufren un aumento de la misma durante el puerperio, seguramente como señal para defender el nido de invasores. Del mismo modo que la testosterona masculina puede dispararse viendo a una hembra desnuda o simplemente hablando con ella, nuestro organismo sufre ciertos menoscabos cuando tenemos descendencia y estamos en periodo de crianza y las mujeres saltan como leonas cuando sus crías son amenazadas. Todo parece indicar que la evolución se ha dedicado a regular y modular el deseo masculino según las circunstancias, es por ello que en el amor es necesario hablar del corto y el medio-largo plazo, tanto en hombres como en mujeres pues en ambos hay objetivos bien distintos.
Sin embargo, es necesario entender otra cuestión que no es ya evolucionista sino ontológica: una persona solo puede llegar en el amor tan lejos como su estructura narcisista le permita, pues amar es reconocer a un otro separado con sus propias necesidades y deseos. Dicho de otra manera tan lejos como pudo llegar en la relación con su madre, con el objeto primordial. “Dime como resolviste y cómo fue el apego con tu madre y te diré hasta donde puedes amar”, no tanto en el corto plazo que parece estar conservado en casi todo el mundo sino en ese más allá donde cada uno tiene que inventar nuevas razones para amar y no caerse en los abismos del amor: los celos, la dependencia y el odio.