Revista Arte

De una taxonomía de las emociones (tres)

Por Peterpank @castguer

De una taxonomía de las emociones (tres)

Dado que el amor es una emoción cultural dependiente y que en gran parte es modelada por el entorno en que se vive, especificaré que estoy hablando de lo que entendemos hoy como amor romántico, una utopía emocional que se nutre de deseos, expectativas y constructos individuales compensatorios que en gran parte chocan continuamente con la realidad desolada en que vivimos. El amor se convierte así en un colchón de seguridad, en un salvoconducto para la felicidad en muchas personas, en una isla de perfección que suponemos hemos de descubrir por nosotros mismos guiados por un extraño drang, un impetu fascinante.

La frustración en el amor es pues la consecuencia más notable que cabe esperar de este estado de idealización. El rencor, la rabia, la indignación, la decepción o la pena son las consecuencias emocionales más importantes que se desprenden de aquella confrontación entre realidad e idealización.

No es de extrañar que el amor -como principal promotor de arousal en nuestra especie- de lugar a múltiples patologías y conductas inexplicables, algunas resultado de su decepción pero otras vinculadas directamente con el sentido que el amor tenga en cada mente individual.

No cabe ninguna duda de que es precisamente esta idealización la que nos hace tan vulnerables, tal y como supuso Freud cuando advirtió que: “jamas nos hallamos tan a merced del sufrimiento sino cuando amamos”.

Locuras de amor.-

Los que hayan leido esta noticia, habrán sufrido un posible dejà vu, son tan frecuentes este tipo de sucesos que hasta literariamente estamos condenados a entenderlos como perturbaciones mentales que el amor causa en algunas personas. Sin embargo es bueno describir dos tipos posibles de sucesos: los que llevan al enamorado al homicidio y los que le llevan a la locura propiamente dicha, es decir al delirio.

El caso del que habla la noticia es paradigmático: un muchacho enamorado de una muchacha sufre de muchas preocupaciones, ansiedad continuada desde que los progenitores de aquella cuestionan su relación. Un muchacho normal y sin antecedentes psiquiátricos de interés de repente se transforma en un feroz asesino y dispara su arma contra la muchacha. ¿Qué es lo que puede transformar a una persona corriente en un asesino?

Hay algo paradójico en esta conducta de asesinar a la amada, pues al fin y al cabo el amor es considerado como algo totalmente opuesto al odio. Por otra parte también estamos convencidos de que el odio no puede darse sin amor. En realidad lo opuesto al amor es la indiferencia, el odio por su parte es en gran parte una estrategia de supervivencia con efectos paradójicos como veremos a continuación.

Para entender mejor este tema del “punto de no retorno” en la desesperación es necesario hablar sobre la teoria de las catástrofes. Se trata de una teoria matemática dificil de comprender para nosotros y aun más difícil de explicar. Pero puede entenderse como una parte de la teoria de las bifurcaciones a las que tienden todos los sistemas cuando son llevado a un punto lejano de su equilibrio. Dicho de otra manera: la teoria de las catástrofes trata de epxlicar los fenómenos discontinuos, donde pequeñas perturbaciones dan lugar a cambios cualitativos, como por ejemplo el caso que nos ocupa. ¿Cómo es posible que una persona normal se convierta en un asesino por una decepción amorosa?

La mayor parte de la gente tienen una teoria “intuitiva” sobre ello, basta leer los comentarios que dejan en la prensa digital los ciudadanos o las opiniones de mis colegas que explican este tipo de cuestiones “apres coup” como un trastorno de personalidad, rasgos psicopáticos, la emergencia de una psicosis, un arrebato de impulsividad limite y conceptos descriptivos que no aportan nada a la cuestión. Si el asesino del Salobral tenía o no tenía determinados rasgo de personalidad no lo sabemos ni lo podemos saber ya (puesto que se suicidó antes de entregarse) pero en cualquier caso este conocimiento no aportaría nada a la cuestión que pretendemos explicar, pues no todos los portadores de este rasgo o diagnóstico se comportarán igual. El asesino del Salobral no asesinó a aquella muchcha por algo que tenía sino por algo que no tenía.

Le faltaba algo, un inhibidor que le permitiera tolerar la frustración, la ansiedad o la decepción por la perdida. Le faltó poderse deprimir.

La capacidad para deprimirse es un dispositivo de seguridad con el que la evolución nos dotó para desactivar la rabia (Price, 2008). (El lector puede tomarse un receso y leer este post sobre el caso de Job donde hablé precisamente de esta cuestión, asi como de los trabajos de Price y su teoría de la competencia social en la depresión.

La rabia individual es probablemente la emoción mas disfuncional y peligrosa para los grupos sociales pues lleva tras de si muerte, destrucción, venganzas y una escalada de odios intragrupales. Sí es verdad que ciertos tipos de adaptaciones se produjeron para salvaguardar a los grupos por encima de los individuos es aceptable suponer que la evolución se haya encargado de disponer de ciertos relés para desactivar este tipo de conductas disruptivas. Emociones que aparecen inevitablemente entre los perdedores de una confrontación agonística, “ella quiso dejarlo y él quería continuar”. Se trata de un claro conflicto agonístico donde, lo que uno gana el otro lo pierde, hay pues ganadores y perdedores. El asesino del Salobral fue el perdedor de este conflicto.

¿Qué es lo que sucede cuando un perdedor no puede deprimirse?

Lo que sucede es que toma el mando de nuestra conducta nuestro cerebro más primitivo, el reptiliano. Nuestro paleocortex funciona a “todo y nada”, no conoce matices y vuelca su información de abajo-arriba buscando los metadatos que se adhieren en el sistema límbico con unas etiquetas que llamamos emociones que son los marcadores mentales que señalizan nuestra intencionalidad y guian nuestra conducta. Nuestro cerebro reptiliano tiene dos funciones principales: la autopreservación (lucha-huida) y el apareamiento (cortejo y cópula), pero lo principal de su actividad es sin duda su “ausencia de contradicción” en persecución del principio del placer (o de la descarga de la tensión), en este sentido nuestro cerebro reptiliano es equivalente al inconsciente freudiano.

Nuestro cerebro reptiliano no lee emociones, ni ideas, sino patrones. Encuentra un patrón y enciende sí o sí su piloto automático. Ve una mujer desnuda y dice “copula con ella”, ve a un enemigo y dice “mátalo” o “escapa” con independencia de si el enemigo es la mujer desnuda u otra persona. De modo que el cerebro reptiliano del asesino del Salobral funcionaba perfectamente, fue diseñado para la función que desempeñó en los entornos ancestrales donde se forjó y punto final.

Lo que le faltaba a esta persona eran los “controladores” que se cargan simultáneamente con las emociones y con los patrones, es decir le faltó inhibir (como hacemos todos) su agresión. ¿Como se inhibe una agresión?. Citaré algunos de los “controladores” que sirven para inhibir la agresión en nuestra especie:

  • El miedo al castigo
  • El miedo a hacer o recibir daños
  • El miedo a romper la relación si se lleva la estrategia de presión más allá de un cierto límite.
  • El rechazo moral a la violencia
  • La compasión y la empatía.
  • La repugnancia por la violencia.
  • La sumisión ritual del adversario.

Se trata de algunos de los controladores de la agresión, en el caso que nos ocupa ninguno de ellos funcionó. ¿A qué se debe este déficit de controladores en el cerebro de este hombre? ¿Es que carecia de compasión, miedo al castigo, compasión, empatía, etc?

No podemos responder a esta pregunta pero por sus antecedentes (leídos en la prensa) no es posible cerrar la cuestión diciendo que era un psicópata, es decir un ser falto de moral, empatía o compasión. Todo parece indiciar que hay una ruptura, una discontinuidad de esas de las que se ocupa la teoría de las catástrofes, un cisne negro, un evento no predecible.

Un salto en el vacío que se produce precisamente por el fallo de uno de los controladores más potentes que existen para desactivar la rabia: la depresión.

Pero no todo el mundo puede deprimirse. Y los hombres menos que las mujeres.

La depresión es una forma ritualizada de muerte. El depresivo está como muerto y da señales a sus adversarios de que no peleará ni se vengará, lo que desactiva las sospechas de los otros. De este tema ya he hablado lo suficiente en post anteriores de modo que solo me resta puntualizar una cuestión: si falla este sistema de seguridad al que llamamos depresión (que supone una desescalada en las estrategias de ataque), quedamos a merced de las escaladas que nuestro cerebro reptiliano pretenda llevar a cabo. Y no cabe duda de que el cerebro reptiliano de este hombre andaba en plena escalada.

Y lo que sucedió en este caso es que una decepción amorosa llevó al sujeto a una especie de locura homicida (conocida en otros entornos culturales como Amok), y si digo locura ( en realidad no es una psicosis) es por no usar la palabra “muerte” que me parece más adecuada para este caso. Al fin y al cabo la depresión carece de arquetipo mientras que la muerte y la locura si los poseen, lo que es lo mismo que decir que matar y volverse loco, son posibilidades al alcance de cualquiera cuando fallan todos los mecanismos de control de la rabia.

Una rabia que no cedió con el crimen de la muchacha sino que se llevó por delante a dos ciudadanos más que por casualidad se le pusieron a tiro. Despues el homicida se refugió en un cortijo, donde la Guardia civil le sitió. Después de varias horas de negociación accedió a entregarse pero sólo fue una estratagema para descerrejarse un tiro en la cabeza. El asesino de Salobral no dio su brazo a torcer, todo menos entregarse.

Merece la pena reflexionar sobre este verbo porque en él existe otra clave del caso y de la depresión en general: el paso de una estrategia o escalada agonística puede desactivarse a través de una escalada hedonística (negociación). Para Price la “sumisión voluntaria consciente” es la estrategia adecuada para resolver una depresión que es vista por él como una “sumisión involuntaria inducida”. No hubo ni una ni la otra.

Sólo quedó pues la muerte, el suicidio, el supremo escape.

Por amor.

Bibliografía.-

MacLean, PD (1985) Evolutionary psychiatry and the triune brain. Psychological Medicine , 15, 219-221.

MacLean, PD (1990) The Triune Brain in Evolution . Nueva York: Plenum Press.

Price, J.S. (2008) Severe depression can be conceptualised as ritualized death or physical incapacity.  Philosophy, Ethics, and Humanities in Medicine 2008, 3:8  (Comment on “Depression in an evolutionary context” by Lewis Wolpert).


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