Revista Diario
Hoy no fui a trabajar. La razón: estoy deprimido. No lo quería ver, pero es cierto. Llevaba días con una energía tan baja que apenas me daba para levantarme, medio trabajar y regresar a casa. Nada más. En la oficina estoy más distraído y ausente que nunca. No sé dónde estoy, ni para qué estoy ahí. Es la historia de siempre. Pero no quería aceptarlo. Quería pensar que con un buen descanso las cosas iban a mejorar. Si como más nueces y unas pastillas de DHA todo irá mejor. Mentira. Llegué de nuevo a un extremo en el que mi esposa me sacude dolorosamente para enviarme directo al pisquiatra.Yo no quiero ir. Voy a perder tiempo y dinero. Sobre todo dinero. En esta isla bajo el dominio del dolar todo es muy caro y la salud es un negocio millonario. No quiero ir, pero es necesario.Mi vida parece estar de nuevo al borde de un vuelco, de otro cambio radical, de nuevos retos profesionales y personales y no me puedo dar el lujo de llegar a ese puerto medio dormido, sin ganas de nada y con la cabeza vacía. Por que es así como me siento. Vacío.Pero eso ya se sabe. Así es la depresión. Uno sabe que está vivo por el hambre, el calor o el frío, pero por dentro uno siente la nada que se apodera de una mente liviana y endeble.Y muy allá, con unos poderosos gritos y una sonrisa infalible, está mi pequeño hijo que hoy cumple ocho meses. Que me exige tanta atención, que me da tanta satisfacción y me provoca un amor tan y tan profundo... El chamaquito es un encanto que cada vez que me sonríe, siento rompo el cielo.Por eso no me puedo dejar caer. Por él y por mi esposa que se empeña tanto en no dejarme, en amarme y soportar mis altibajos... Este año cumplimos nueve años de casados. Y no ha habido uno de ellos en que no tengamos problemas por mi enfermedad. En serio me ama (espero).El lunes, de nuevo al doctor, a revivir viejos episodios, a explicar mi condición y a rogar que las medicinas no sean tan caras... Espero que al menos tengan buen efecto.